Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

[Original en español]

El motivo que me ha llevado a escribir este testimonio es el de compartir...

Del número de febrero de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El motivo que me ha llevado a escribir este testimonio es el de compartir mi agradecimiento por haber conocido la Ciencia Cristiana y, especialmente, por haber tenido hace poco tiempo la invalorable experiencia de realizar el curso de instrucción en clase de la Ciencia Cristiana. El deseo de saber más acerca de Dios me llevó a dar los primeros pasos para tomar la clase en un momento en que las circunstancias humanas me decían que era un proyecto imposible de alcanzar. Yo no contaba con un sueldo fijo que me permitiera financiar el viaje y demás gastos. Había además problemas de exámenes que debía rendir en otro campo de estudios y que coincidían con la fecha de la clase. Distintos detalles negativos se iban sumando, pero yo sabía que la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. 1): “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes de que tomen forma en palabras y en acciones”. Nada podía impedir mi deseo de saber más del bien de Dios.

La idea se fue desarrollando y pasando sobre los obstáculos que se presentaban. Pero, faltando menos de dos meses para la clase, una enfermedad de tiempo atrás que tenía mi abuela exigía que fuera internada para una intervención quirúrgica. Esta situación hacía peligrar mi viaje. Esta nueva circunstancia requería un trabajo específico. Percibí que el bien que esta actividad de tomar clase representaba estaba incluido en el plan de Dios y que no podía ser suprimido ni postergado. Así fue que, sin que ninguna razón humana pudiera explicar cómo, mi abuela sanó sin la necesidad de una operación. Y en el momento en que yo debía realizar el viaje, ella estaba junto a nosotros casi totalmente recuperada.

El Principio, que gobernó esta situación, gobernó también los demás detalles que se fueron resolviendo a medida que yo escuchaba y obedecía lo que sentía era la guía de Dios en mi vida. Los problemas económicos se solucionaron, supliéndoseme lo necesario para pagar los honorarios de la clase, el viaje y más también; pude rendir algunos de mis exámenes antes del viaje, dejando otros para un período posterior, sin que eso significara ningún retraso en mis estudios.

Todo este conjunto de experiencias que viví antes de tomar la clase me demostró que podía aspirar al premio de la instrucción en clase. Y después de haberlo vivido sí puedo afirmar que es un verdadero premio. La instrucción en clase nos da las armas para utilizar con precisión y con certeza las reglas científicas de la Ciencia Cristiana. Nos enseña que hay un bien específico, una verdad específica que aplicar en cada situación. Me ha ayudado a sistematizar y ordenar todos mis conocimientos anteriores. Es imposible expresar en este testimonio cómo la clase ha contribuido a transformar mi vida como estudiante de la Ciencia Cristiana, porque todavía no he alcanzado a percibir todo el potencial sanador de este curso.

La promesa en estas palabras de un himno que describen el gozo y la realización que estoy encontrando en mi vida, espera a todos aquellos que buscan aumentar su comprensión de Dios al tomar instrucción en clase de la Ciencia Cristiana (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 121):

De Cristo cosas obtendrá
de tanta magnitud,
que nunca voz mortal podrá
loar su excelsitud.


Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / febrero de 1979

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.