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La dimensión de la profundidad

Del número de febrero de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En cierto sentido, la profundidad es lo mismo que la altura. Es la altura al revés. Lo que mide tres metros de altura de abajo hacia arriba, también mide tres metros de profundidad de arriba hacia abajo.

Los Científicos Cristianos se propones, de manera natural, a elevarse más allá de la evidencia de los sentidos, elevar su mirada hacia el Espíritu, subir el pináculo de la demostración y ascender en la escala del ser. Por otra parte, Mary Baker Eddy también escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras respecto a Jesús de Nazaret: “Él penetraba por debajo de la superficie material de las cosas y encontraba la causa espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 313;

Esto hizo que Cristo Jesús fuera no sólo el pensador más científico de todas las épocas, sino también el practicista más avanzado en sicología profunda — si se entiende que la sicología en su verdadero significado es la Ciencia del Espíritu o Alma.

Mucho es lo que oímos hoy en día acerca de explorar los temas “a fondo”. A veces se describe a la religión como “la dimensión profunda” de la existencia humana. Pero muy a menudo tales frases implican descender hasta las oscuras ambigüedades y complejidades del concepto mortal y material de la vida.

En la manera en que, por lo general, se usa el término sicología profunda, indica penetrar por debajo de la superficie del pensamiento hasta los móviles inconscientes u ocultos que se cree que moldean en gran medida la conducta humana. No obstante, ésta no es la Ciencia que Jesús practicó; sólo es una fase de lo que la Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), describe en su directa declaración: “No podemos sondear la naturaleza y cualidad de la creación de Dios, sumergiéndonos en los bajíos de la creencia mortal”.ibid., pág. 262;

Antes de que podamos alcanzar los discernimientos más profundos de la vida humana, primeramente debemos elevarnos hasta alcanzar ese punto de vista más elevado de Dios perfecto y hombre espiritual y perfecto que es el punto de partida para todo conocimiento verdadero. Éste era el punto de vista desde el cual Jesús acostumbraba ver la vida. Bajo este discernimiento pudo decir a sus discípulos: “Hazte a lo profundo, y echad vuestras redes para pescar”, Lucas 5:4 (según Versión Moderna); palabras adecuadas para ellos no sólo como pescadores sino también como pescadores de hombres.

El propósito del ministerio de Jesús era elevar a la humanidad hacia Dios, revelarles su oculta perfección. Frecuentemente decía que había sido “enviado” al mundo por su Padre, así como podríamos decir que un rayo de luz es “enviado” por el sol para iluminar la tierra. Se describió a sí mismo como la luz del mundo y una de las funciones de la luz es revelar o traer a la luz aquello que de otra manera permanecería invisible.

Como la escalera en la visión de Jacob, quien vio a ángeles de Dios que subían y descendían por ella, así la demostración hecha por el Salvador — la demostración de la Verdad — une el cielo y la tierra y revela el hecho divino que satisface la necesidad humana. Al perplejo Nicodemo le explicó: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo”. Juan 3: 13;

Posteriormente, después de prometer a sus discípulos que el Padre enviaría al “Consolador” o “Espíritu de verdad” para guiarlos hacia toda la verdad, él ascendió más allá de la comprensión humana de ellos. Esta victoria total sobre el sentido material abrió el camino para que fluyera la inspiración apostólica que desde entonces ha sido llamada el descenso del Espíritu Santo, y que ha llegado a su culminación moderna en la revelación de la Ciencia Divina a la Sra. Eddy.

Al explicar esta revelación de manera que fuera comprensible a la humanidad, la Sra. Eddy ilustró ampliamente cómo la luz solar de la Verdad llega no meramente a la cúspide del pensamiento inspirado sino también a los más profundos y oscuros valles de la necesidad humana. En la segunda venida del Cristo, como en la primera, la revelación ha sido encarnada como demostración — esta vez no como un Modelo dotado sin igual, sino como Ciencia universalmente demostrable.

En esta unión de cristianismo y Ciencia, del Salvador personal e impersonal, aprendemos a seguir al Maestro en su demostración de la eterna presencia del Espíritu, hasta que podamos exclamar con el Salmista: “¡Si subiere a los cielos, allí estás tú! ¡si tendiere mi cama en el infierno, hete allí!” Salmo 139:8 (según Versión Moderna);

La Verdad no puede permanecer abstracta, en el aire, por así decirlo. La Verdad por su naturaleza misma actúa. Comprender la verdad del ser es hacerla concreta, activa y eficaz, demostrable y práctica en la vida presente, aun en la profundidad del tormento y la angustia que nos sugiere la palabra “infierno”.

El Amor divino da una base firme a la vida humana tan ciertamente como la eleva, y el amor de Dios que nos rodea tiene la dimensión de profundidad ilimitada así como de amplitud ilimitada. Ningún mortal puede caer a tal profundidad que no pueda salvarlo el poder del Amor divino. Cuando llegamos al nivel más bajo, no encontramos la derrota y la desesperación, sino al Cristo, la Roca eterna, la Verdad viviente.

Cuán a menudo el Salmista clamó a Dios “de lo profundo” y oyó Su voz responderle con seguridad compasiva. Cristo Jesús mismo, cuando sintió todo el peso del odio del mundo, clamó en las palabras desesperadas que inician el Salmo 22 y recibió la respuesta mediante la prueba que mostraría para siempre que la Vida es inmortal y el Amor es invencible.

En nuestra era actual, la Sra. Eddy, con trémula aversión e inquebrantable obediencia, emprendió la ardua investigación de los ocultos métodos del error Ver Escritos Misceláneos, págs. 222–223; que finalmente la capacitó para exponer la total impotencia del error. Cuando sus obras nos llevan a contemplar la desviación de la mente mortal, es siempre con el propósito de ayudarnos a reconocer el alcance total de las verdades reveladas que brillan tan serenamente en la cúspide de la inspiración.

Todos sentimos a veces la tentación de tomar en cuenta sólo el significado superficial de las palabras de la Sra. Eddy — de asimilar sólo las declaraciones consoladoras, o de repetir las grandes y absolutas verdades sin explorar sus inmensas inferencias para todo nivel de experiencia. Sin embargo, qué riquezas sorprendentes descubrimos al ahondar en sus obras. Cuando habla de investigar el misterio del error, por ejemplo, cuánto podemos aprender al explorar en sus escritos el diferente uso de tales palabras como misterio, enigma, desconocido, conjetural, especulativo y encontrar luego el hecho espiritual contrario, que penetra y disipa el estado de pensamiento descrito.

Todos necesitamos pensar acerca de la Ciencia Cristiana en términos más amplios de lo que lo hacemos. Eso significa, entre otras cosas, prestar más atención a todas las declaraciones de la Sra. Eddy, incluso aquellas que pudiéramos sentirnos inclinados a resistir o ignorar. También requiere que usemos Ciencia y Salud como fue su intención — como una clave para abrir los tesoros inagotables de la Biblia, incluso lo que ella llama, en determinado lugar, la profunda divinidad de la Biblia. Ver Ciencia y Salud, pág. 546; Sin la Biblia, perderíamos la dimensión de la profundidad de Ciencia y Salud, porque los relatos bíblicos dan cuerpo y sangre a lo que de otra manera podría permanecer, para el sentido mortal, como meras abstracciones luminosas.

La Sra. Eddy nos dice que sus obras necesitan ser estudiadas, meditadas, digeridas — y que la digestión a veces puede ser amarga. Ver The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 230; Esto trae a la mente el notable discurso que se relata en el sexto capítulo del Evangelio según San Juan, en el cual Jesús le dijo a la multitud que era el pan de vida que descendió del cielo y que debían comer su carne y beber su sangre — debían hacer todo lo que vieron y sintieron en él como la sustancia misma de su propio pensamiento y vida.

No es de sorprenderse, pues, que muchos de los que lo oyeron murmuraran entre sí: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oir?” Juan 6:60; La gente muy a menudo prefiere escuchar pensamientos elevados y hermosos y no que se les diga que deben vivirlos. Esto conduce a que ciertos Científicos Cristianos consideren la teoría abstracta como una forma más elevada de espiritualidad que la demostración concreta.

Algunos han sostenido, por ejemplo, que el capítulo titulado: “La Expiación y la Eucaristía” está a un nivel “más bajo” que el resto de Ciencia y Salud porque habla francamente de la agonía humana por la cual pasó Jesús en su camino de la demostración de la absoluta irrealidad de todo sufrimiento, toda muerte, toda materialidad. Sin embargo, la Sra. Eddy virtió mucho de su propia y profunda experiencia en este capítulo profundamente conmovedor, y se refiere al mismo como uno de los mejores medios para comprender su demostración de la Ciencia Cristiana. Ver Miscellany, pág. 136; Sin una base en esta firme sabiduría cristiana, no estamos bien preparados para tratar y enfrentar la oposición del mundo a la Verdad.

La Verdad es siempre sencilla pero nunca superficial. Consuela, pero también debiera inspirar reverencia. Al escribirle la Sra. Eddy a un estudiante en 1886, en relación con aquellas personas que pensaban que ahora, con la aparición de una nueva revisión de Ciencia y Salud, podían ver el significado de la Ciencia Cristiana, ella exclamó: “¡Oh!, ¿acaso lo ven? Cuán poco sueñan con lo impresionante de sus alturas y profundidades”. Robert Peel, Mary Baker Eddy: The Years of Trial (New York: Holt, Rinehart and Winston, 1971), pág. 228;

Hoy en día podemos sentirnos plenos de respeto y veneración a medida que reconozcamos cuánto más alto y más profundo podemos llegar en nuestro entendimiento y práctica de la Ciencia del Espíritu, la sicología divina que nunca se equivoca y jamás fracasa. No hay nada aterrador acerca de las exigencias de esta Ciencia. Por el contrario, contiene promesa infinita que exalta a la vez que elimina la soberbia y el orgullo en nosotros.

Como se describe en las hermosas palabras de Ciencia y Salud: “Las corrientes serenas y vigorosas de la verdadera espiritualidad, cuyas manifestaciones son la salud, la pureza y la inmolación propia, tienen que profundizar la experiencia humana, hasta que las creencias de la existencia material se reconozcan como una escueta impostura, y el pecado, la enfermedad y la muerte cedan para siempre su lugar a la demostración científica del Espíritu divino y al hombre de Dios, espiritual y perfecto”.Ciencia y Salud, pág. 99.

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