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¿Puede la Ciencia Cristiana* curar la hepatitis? ¡Por cierto que sí!...

Del número de febrero de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Puede la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) curar la hepatitis? ¡Por cierto que sí! Pude comprobar esto hace algunos años cuando mi esposo y yo estábamos viviendo en medio de África. La comunidad norteamericana era pequeña, pero tenía siete médicos, dos de los cuales al parecer estaban muy opuestos a la Ciencia Cristiana. Otras dos personas ya tenían hepatitis cuando empecé a manifestar síntomas de la enfermedad. Cuando le pedí a un practicista de la Ciencia Cristiana en Londres que orara por mí le dije que simplemente debía ser curada porque, en cierto modo, parecía como si la Ciencia Cristiana estuviera a prueba.

A esta altura, busqué la alegoría del juicio con el que termina el capítulo “La Práctica de la Ciencia Cristiana” en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Esta alegoría nunca me había interesado y cuando leía siempre me había sentido inclinada a ignorarla. Pero esta vez me sentí impelida a estudiarla. A medida que pensaba en ella, siguiendo paso a paso el juicio de Hombre Mortal en el Tribunal del Error, me di cuenta de que los distintos testigos que testimoniaban en contra del acusado eran exactamente los mismos que tenían que ser desacreditados en mi caso. Todo el juicio adquirió un significado nuevo.

Y entonces comprendí que así como se demostró que el testimonio de los testigos en el Tribunal del Error era nulo y sin validez, cuando el juicio se transfirió al Tribunal del Espíritu donde la Ciencia Cristiana era el abogado del acusado, de la misma manera las pretensiones de la enfermedad que me estaban atacando podían ser anuladas al aferrarme a la verdad sobre el hombre según la presenta la Ciencia Cristiana. La verdad es que el hombre no está sujeto a leyes materiales, sino que está sujeto solamente a la ley superior del Espíritu —¡el hombre es creado a la imagen de Dios! En el punto decisivo del juicio, se encuentra esta declaración (pág. 433): “¡Ah! pero Cristo, la Verdad, el espíritu de la Vida y el amigo de Hombre Mortal, puede abrir de par en par las puertas de esa prisión y poner en libertad al oprimido”. A medida que iba estudiando esto, comprendí que en la proporción en la que me alejaba del cuadro material y aceptaba las verdades espirituales del ser, el Cristo, la Verdad, de seguro entraría y se haría cargo de mi vida. Y por cierto que sentí que el Cristo inundaba mi consciencia. “Era la presencia viviente y palpitante de Cristo, la Verdad, lo que sanaba a los enfermos”, como lo explica la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 351). Durante varias semanas permanecí tranquila en mi cuarto, dejando que la tierna presencia sanadora del Cristo llenara mis pensamientos de tal forma que perdí toda sensación de enfermedad. Me sentí muy cerca de Dios. Una hermosa curación no tardó en manifestarse.

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