Una confianza radical en Dios, la Verdad divina, involucra mucho más que el mero abstenerse de recurrir a la medicina material. Aun cuando el no mezclar los dos sistemas de curación es un buen comienzo, mucho más que esto se requiere. Una confianza radical demanda no sólo acción radical sino también pensamiento radical. En efecto, la acción radical que es sabia y eficaz depende de la manera radical de pensar que se funda en lo verídico. Y la Ciencia Cristiana provee la comprensión necesaria.
La manera de pensar radical que se basa en la Verdad y jamás vacila ante la evidencia material, aporta la liberación deseada. Apartarse de los métodos materiales y confiar científica y totalmente en Dios, resulta en curación.
Cuando un practicista ayuda a alguien a obtener curación física por medios espirituales, a menudo descubre que los síntomas físicos de la enfermedad no son más tenaces que los vacilantes estados mentales que retardan la curación. Cualquiera sea la evidencia física, esos estados mentales casi siempre se manifiestan en cada caso. El paciente que confía radicalmente en la Verdad invariablemente obtiene la victoria sobre estos errores mentales. La Sra. Eddy enfáticamente nos recuerda: “Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede realizarse el poder científico de la curación”.Ciencia y Salud, pág. 167;
El temor y la duda son dos argumentos que deben rechazarse cuando uno está esforzándose por lograr curación espiritual. Uno puede descansar tranquilo en la Verdad, porque la Verdad no es inferior a cualquier grado de desafío que se presente, pues la verdad acerca del hombre es que éste tiene un inseparable parentesco con Dios. Si algún poder pudiera destruir el parentesco que existe entre Dios y Su creación, entonces ese poder sería igual a Dios. Y la Biblia es explícita en su declaración de que sólo hay un Dios.
A veces, cuando uno está enfrentando una enfermedad puede que se sienta a tal punto sobrecogido por el temor y la duda que le parezca que ahora tiene dos problemas: No sólo está enfermo, sino que además convencido de que el temor y la duda que abriga impedirán su curación.
Si el temor y la duda pudieran detener el poder de Dios, entonces ¡ellos serían Dios! El primer mandamiento dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Éx. 20:3; El segundo va aún más lejos y requiere que uno no se incline ante otros dioses ni los sirva. Por cierto que estas dos grandes demandas exigen confianza radical en la Verdad en momentos en que el temor y la duda quisieran convencernos de que el Cristo puede ser ineficaz en alguna determinada situación.
Una notable curación se manifestó en mi hijo en momentos en que probablemente yo estaba expresando el más alto grado de temor y duda que un mortal puede expresar. El niño estaba sufriendo de meningitis espinal y las apariencias eran que se estaba muriendo. Le dije a la practicista que me encontraba aterrorizada. Pero la practicista me aseguró de que el poder de Dios era mucho, muchísimo más grande que todos mis temores. A pesar de las agresivas sugestiones mentales que susurraban que mi temor impediría la curación del niño, el poder sanador de Dios fluyó mediante un tratamiento a la manera del Cristo, y el niño sanó.
La depresión es otra fase mental que tiene que ser radicalmente resistida por aquel que busca curación espiritual. Cuando un problema no cede de inmediato, la mente mortal, o la creencia en un poder aparte de Dios, sugiere que el bien está excluido y que uno jamás volverá a estar sano. Esta clase de argumento deprimiría a cualquiera que crea que la evidencia material representa el verdadero estado de la identidad del ser. La Ciencia Cristiana enseña inequívocamente que el hombre no es material. Debido a que Dios es Espíritu y el hombre Su reflejo, el hombre tiene que ser espiritual. Aferrándonos a esta premisa básica de la Verdad podemos decir con la Sra. Eddy: “Ninguna evidencia de los sentidos materiales puede cerrarme los ojos ante la prueba científica de que Dios, el bien, es supremo”.Escritos Misceláneos, pág. 277;
La conmiseración propia va mano a mano con la depresión. Juntas conducen al incauto al fondo mismo de la desesperación. Pero si uno confía radicalmente en la verdad de lo que es su ser, puede evitar caer en la desesperación. Es sólo en el bajo nivel de pensamiento donde se presenta la sugestión de capitular ante la supuesta inevitabilidad de la enfermedad y la muerte y entregarse a ellas.
La Ciencia Cristiana nos enseña que el pensamiento siempre precede a la acción. Podemos vencer los pensamientos deprimentes que luego se manifiestan en condiciones corporales deprimentes. Es prudente que el pensador radical que se apoya totalmente en la Verdad esté alerta contra las sugestiones morbosas, depresivas, que tratarían de entumecerlo en la hipnótica ilusión de la enfermedad. Resistamos la agresividad de tales sugestiones llenando el pensamiento de gratitud y gozo. Si la sugestión pareciera ser por momentos demasiado intensa como para poder resistirla, el cantar algunos himnos puede ser una ayuda eficaz para expulsar los pensamientos morbosos.
La apatía es un estado mental que puede engañarnos llevándonos a aceptar las falsas creencias acerca de Dios y del hombre. La apatía nos aleja del estudio y de la oración devota que nos sanará. Para acabar con la condición apática uno tiene que disciplinar sus pensamientos. ¿Pero cómo hacerlo? Éste es el asunto.
Al reconocer la individualidad de la Mente vemos que no somos seres materiales sujetos a pensar erróneamente. Afirmar con confianza que la Mente, Dios, es la única Mente que existe, y que el hombre refleja esta Mente, significa vencer la creencia en la existencia de una mente mortal, sujeta a la apatía o al engaño.
Cristo Jesús hizo frente a las tentaciones en el desierto. En su vida hubo muchos momentos en que enfrentó dificultades, y podría haberse sentido decepcionado. Si Jesús hubiera capitulado, la humanidad no tendría un Mostrador del camino. Pero Jesús confió radicalmente en la Verdad en cada caso de tentación, tanto física como mental, que enfrentó. Nos mostró cómo triunfar — mediante la confianza en Dios, el Padre. La Ciencia Cristiana pone en claro que el hombre no sufre altibajos debido a las fluctuaciones de la mente material. El hombre es la expresión de la naturaleza divina de Dios.
Isaías se refirió a una gran promesa cuando escribió: “Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá”. Isa. 40:3–5. De hecho, este pasaje se refiere a la posibilidad presente de mantener nuestro equilibrio espiritual, de establecer un estado de pensamiento que esté de continuo, bajo toda circunstancia, confiando radicalmente en la Verdad, y de ver manifestadas en nuestra vida la armonía y la curación.