El bien misericordioso de Dios está aquí para todos. Cuando era niña me imaginaba sueños buscando alivio del ambiente viciado que me rodeaba. Trataba de escapar de los dolores del hambre que sufre la niñez en una ciudad demasiado poblada, y de una educación inmoral. Esto era inanición espiritual en grado superlativo.
Pero sentía amor por lo bueno en el hombre y la esperanza de ser liberada del deprimente cuadro que este ambiente ostentaba como real. El dulce sentido del Cristo estaba allí, pero yo no sabía su origen.
Después de ser “hippie” durante varios años, y estar envuelta en la cultura de esa nueva generación, me di cuenta de que estaba viviendo ilícitamente y que había caído en el círculo de las drogas. No me gustó lo que vi; estaba perdiendo la fe en mí misma y en los demás.
Una noche, ya muy tarde, después de tomar una droga alucinante y otros estimulantes, me quedé ciega. Tuve miedo. Mis pensamientos eran oscuros y desalentadores. Parece que había tomado una combinación que me causó una seria reacción en el cuerpo. Me pareció el momento más terrible de mi vida. Seriamente pensé en darme por vencida; quería quedarme dormida para siempre, tendría el descanso que necesitaba. Estaba cansada, triste por haber desperdiciado tanto tiempo.
Luego pensé en mis dos amorosos hijos; ¿quién los cuidaría? El pensamiento de que ellos vivieran en la ignorancia, como yo había vivido, me horrorizaba. En ese momento oscuro vi una luz muy profunda en mi consciencia y sentí una pequeñísima vislumbre de esperanza en mi corazón. Esperanza para los niños. Recuerdo que esta chispa de luz me pareció pequeña y muy distante, pero fui hacia la luz. La oscuridad fue vencida. Supe que tenía que seguir la luz de la esperanza. Yo quería saber qué era esta expectativa del bien que tenía poder sobre la oscuridad.
Horas más tarde, me encontré en un hospital para emergencias; y la convicción de que mi imaginación o mundo de sueños era una imposición que ya no iba a soportar fue mi primer pensamiento cuando abrí los ojos y pude ver otra vez. Una serena liberación me esperaba, pero el camino había de ser uno de paciencia.
Tuve que andar mucho hasta encontrar la Ciencia Cristiana, hasta ser lo suficientemente receptiva para que la verdad entrara en mi vida. Después de la amenaza de muerte a causa de la dosis excesiva de drogas, ya no dejé que la religión se fuera de mi vida. Había perdido la fe en que las drogas me harían feliz, aunque no estaba completamente libre del vicio. Debido a la luz que iluminó mi consciencia e hizo desaparecer la oscuridad aquella noche, comprendí que la búsqueda estaba en mi propio pensamiento.
Estudié religiones orientales con la esperanza de encontrar la verdad. Dejé esa búsqueda al no encontrar ningún efecto duradero para bien en mi vida, ni poder alguno para mantener el bienestar de mis hijos.
Un día, mientras manejaba en la carretera para ir a la clase de canto, mis pensamientos se inundaron de paz; las colinas se veían radiantes, llenas de colorido, y mi corazón rebosaba de amor por todos. Pero la parte más gloriosa fue una voz dentro de mí que susurró: “Verdaderamente, amo a Cristo Jesús”. Pensé en el hombre Jesús, su compasión, y su deseo de obedecer a Dios, de expresar al Cristo. Me di cuenta de que el Cristo estaba conmigo en ese mismo momento.
Esta experiencia fue tan positiva, que unos días después le pregunté a mi maestra de música: “¿Qué significa Dios para usted?” Ella me dio una edición en rústica de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Recibí el libro un viernes, e inscribí a los niños el domingo en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana más cercana. Desde entonces no he probado una droga. Los niños asisten a la Escuela Dominical y yo a la iglesia con regularidad.
Mi ejemplar de Ciencia y Salud estaba tan lleno de anotaciones a lápiz que no era posible dar vuelta a la página sin ver las señales de mi felicidad por lo que aquellas páginas me brindaban. Sencillamente, devoraba el libro.
Desde ese día hace ya seis años, cuando recibí Ciencia y Salud, han ocurrido los siguientes sucesos en este orden: he aprendido a estudiar las Lecciones Bíblicas en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana; soy miembro de La Iglesia Madre; y miembro activo de una iglesia filial; he tomado instrucción en clase con un maestro autorizado de la Ciencia Cristiana, y soy maestra en la Escuela Dominical.
Me siento tranquila y libre de temores. Mis hijos son felices, sanos y buenos. Estoy casada con un hombre a quien amo verdaderamente y los dos amamos a Dios supremamente. La ilusión de que tenemos mente en la materia es menos real. La ignorancia tiene menos y menos voz en mi consciencia, y, por lo tanto, en mi vida. Ahora pienso de una manera más bondadosa, más espiritual, y más científicamente cristiana.
Para progresar como Científica Cristiana tuve que enfrentar desafíos, pero puedo decir sinceramente que con felicidad y paz me ocupo de los asuntos de mi Padre. Dios es todo para mí. Cuando les pregunto a los niños de mi clase en la Escuela Dominical: “¿Dónde está Dios?”, con confianza todos juntos respondemos: “Dios está en todas partes”.
Mediante el estudio de Ciencia Cristiana se ha simplificado e iluminado para mí la importancia espiritual de las historias de la Biblia, y especialmente las obras de Cristo Jesús y de Pablo, capacitándome para comprender y demostrar al Cristo. La Sra. Eddy define “Cristo” en el Glosario de Ciencia y Salud (pág. 583): “La divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado”. Doy gracias a Dios y a Su Cristo por habernos dado la Ciencia Cristiana para la salvación del mundo. Me siento honrada por formar parte de esta religión.
Glendale, California, E.U.A.
