En hebreo, el nombre de Nahum se asocia con “consolación”. “Nínive”, proclama, “es asolada; ¿quién se compadecerá de ella? ¿Dónde te buscaré consoladores?” (Nahum 3:7).
Nahum era esencialmente un poeta, y describió en estilo brillante y vívido la destrucción de Nínive, capital de Asiria. Su libro de sólo tres capítulos constituye una oda de venganza con respecto a Asiria en general y a Nínive en particular.
Como ardiente patriota judío, Nahum, al condenar los crímenes de Asiria, desconoció por completo los pecados de su propia nación. Por esto se lo ha criticado duramente. Otros profetas hebreos anteriores a él denunciaron a las naciones extranjeras casi tan severamente como él, pero, a diferencia de él, no vacilaron en pronunciar un juicio riguroso contra su propia gente si ellos no obedecían la voluntad de Dios.
¿Qué causas servían de base a la insistencia de Nahum en que Nínive debía ser destruida? Para entenderlas, tenemos que recordar la larga y nefasta influencia del imperio asirio sobre el pueblo hebreo.
La fuerza de los asirios al oponerse a los hebreos y a su religión nacional fue demostrada en fecha tan temprana como el 721 a.C., cuando las fuerzas de Sargón II destruyeron a Samaria, la capital del reino del norte, Israel. El reino del sur, Judá, también atravesaba por problemas. Hacia el final del siglo ocho a.C., ni siquiera Isaías de Jerusalén pudo hacer mucho para disuadir a su pueblo para que no se sometiera a la religión pagana de los asirios, de los que el pueblo era prácticamente vasallo. Pero Isaías mantuvo su fe en que su pueblo sería liberado del dominio de los asirios (ver Isaías 37:33–35); y mientras las fuerzas de Senaquerib, rey de Asiria, llegaron hasta las puertas mismas de Jerusalén, se retiraron providencialmente (ver 2 Reyes 19:35–37).
Al principio del libro de Nahum, un poema acróstico nos introduce al tema central, el castigo de Nínive. Dios, nos asegura el poeta, tiene todo el poder bajo Su dominio, en la naturaleza o entre los hombres; collados y montes tiemblan delante de Él; mares, ríos, tempestad y nubes están bajo el gobierno divino (ver 1:3–5). Sin embargo, en medio de todas las denuncias del poder pagano, el poeta hace una pausa para relatar un mensaje de esperanza para su pueblo: “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían” (versículo 7).
Más adelante en el libro, en un pasaje especialmente vívido y poético, Nahum describe la batalla que emprendieron la naturaleza y los hombres contra Nínive durante la caída de la ciudad: antorchas encendidas en las calles, árboles que tiemblan, carros militares brillantes, la inundación del río Tigris, todo esto contribuyendo a la destrucción (ver 2:3–6). ¡Por fin desapareció Nínive! Nahum ha expresado la ultrajada consciencia de toda la humanidad cuando se ha visto frente a semejante opresión como la impuesta por Asiria.
A pesar de la vehemencia con que Nahum condena la crueldad de Asiria, expresiones inspiradas tales como las siguientes dan permanencia al mensaje de este libro: “Jehová es tardo para la ira” (1:3); y palabras que más tarde citará el Segundo Isaías (ver Isaías 52:7): “He aquí sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz” (Nahum 1:15).
Habacuc fue contemporáneo de Jeremías. Escribió la mayor parte de su libro hacia el final del siglo siete a.C., probablemente en los días de Joacim. Las condiciones morales, sociales, políticas y religiosas con las que se enfrentó Habacuc le presentaron muchos interrogantes.
Casi la única información que tenemos sobre Habacuc es su nombre poco común, que tiene un significado incierto, si bien hay quienes creen que quiere decir “abrazar”.
El breve libro de Habacuc, también de tres capítulos, da un panorama claro de la sinceridad y profundidad espiritual del pensamiento del profeta. Él también era profeta y poeta, y en cierto sentido también filósofo, pues buscaba entender para sí mismo y para su pueblo los problemas de la época. Formuló preguntas muy importantes que lo desconcertaban y preocupaban.
Habacuc comienza su libro con un desafío a Dios Mismo. “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan... el impío asedia al justo” (Habacuc 1:2–4).
Así el profeta presentó un problema que se presentaría nuevamente en siglos futuros. ¿Los había olvidado Dios? ¿Había abandonado a quienes todavía se aferraban firmemente a la fe de sus padres?
Básicamente la pregunta de Habacuc era la siguiente: ¿Cómo iba él a reconciliar el gobierno justo de Dios con el aparente triunfo del mal? Aquí, al parecer por primera vez en la historia de la profecía bíblica, un profeta hebreo se atrevió a poner en tela de juicio la teodicea, la equidad y rectitud inevitables de la justicia de Dios.
Respondiendo a la pregunta de Habacuc, Jehová explicó Su plan. Conviniendo en que los caldeos (o babilonios) eran una “nación cruel y presurosa... formidable... y terrible”, cuyos caballos eran “más feroces que lobos nocturnos” (1:6–8), eran necesarios como Sus representantes. Ellos iban a castigar los errores no sólo de los asirios, sino hasta los del pueblo elegido, ya que el pueblo de Judá también necesitaba escarmiento. El profeta tuvo una visión singlular de la permanencia y perfección de la Deidad, porque leemos las memorables palabras “¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío?” seguidas por la afirmación de que “No moriremos”, y una declaración de la pureza divina: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal” (1:12, 13).
Al comienzo del segundo capítulo, Habacuc espera ansiosamente desde su atalaya un mensaje de Dios, que vino con instrucciones específicas: “Escribe la visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella”. O, como dice la traducción de J. M. P. Smith: “Escribe la visión claramente en tablas para que uno pueda leerla mientras corre” (versículo 2). Entonces se establece la sustancia básica del mensaje: “El justo por su fe vivirá” (versículo 4) — palabras familiares en las que se basan gran parte de las enseñanzas del Apóstol Pablo.
El último capítulo atribuye al profeta un hermoso poema u oración de gran espiritualidad, que puede haber sido preparado para ser usado en el templo de Jerusalén, el que todavía existía en la época de Habacuc y que fue destruido por los caldeos en el año 586 a.C. En el capítulo dos aparece un ejemplo de la inspirada belleza del pensamiento de Habacuc y de su esperanza en estas nobles palabras: “La tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar” (versículo 14).
