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Es difícil expresar con palabras lo agradecido que estoy por la Ciencia Cristiana.

Del número de mayo de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es difícil expresar con palabras lo agradecido que estoy por la Ciencia Cristiana. Sería igualmente difícil describir qué sería mi vida sin ella ya que esta Ciencia ha llegado a ser fundamental para mí. Realmente uno no puede decir que ha “nacido” en la Ciencia Cristiana, aun cuando los padres sean estudiantes de esta Ciencia, como en mi caso. Pero la enseñanza devota que se recibe en el hogar y en las Escuelas Dominicales de la Ciencia Cristiana son de gran valor para ayudar a los jóvenes a ser Científicos Cristianos. Éste fue mi caso.

De niño había yo sido nominalmente Científico Cristiano, pero ya grande mi fidelidad a las enseñanzas de la Ciencia Cristiana fue seriamente puesta a prueba. Sólo entonces llegué a ser verdaderamente un dedicado y activo Científico Cristiano. Esto ocurrió cuando me enamoré de una joven muy atractiva que trabajaba en las mismas oficinas que yo. Era una atracción física muy intensa, pero teníamos muy poco en común.

A pesar de que esta joven era una persona buena y moral, algo me decía que no éramos el uno para el otro. Comencé a darme cuenta de que si me casaba con ella nuestro matrimonio carecería de cualidades espirituales que me parecían esenciales. También sentía que yo no sería el mejor esposo para ella. Cuando pude analizar la situación de manera objetiva vi que la atracción era superficial. Comprendí que la manera de pensar que se basa primordialmente en la atracción física no está sostenida por el Amor divino.

Oré para darme cuenta de que ceder a una atracción física, que consentir en impulsos voluntariosos, no es expresar la identidad verdadera. Que esto, por el contrario, es lo opuesto a la libertad e independencia de pensamiento — una cortina de humo que estaba ocultando mis verdaderos pensamientos. Comencé a percibir que tenía que desprenderme de un sentido de necesidad biológica y volverme a los pensamientos puros de Dios. En la declaración del Apóstol Pablo “los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Romanos 8:7) comencé a percibir que mi enemigo era la creencia en la existencia de una fuente de pensamiento aparte de Dios. Vi que de mí mismo no podía hacer nada para resistir la tentación sino que debía ponerme en las manos de Dios. Dios me estba dando todo el valor moral, toda la entereza espiritual que necesitaba.

Oré diariamente en estos términos durante varios meses. Dejé de ver a la joven. Tuve que enfrentar muchas horas de dura lucha conmigo mismo, pero ni una sola vez cedí a la fuerte tentación de reiniciar nuestra amistad. Cada vez que recurría a Dios como la fuente de mis verdaderos pensamientos y de mi ser, mis oraciones encontraban repuesta. Tuve la fortaleza espiritual necesaria para persistir en lo que sabía era correcto. Y comprendí que ella también sería guiada por la misma intuición espiritual que tan positivamente me estaba guiando a mí.

Gradualmente la situación comenzó a cambiar. Me sentí más libre al comprender que la atracción que sentía por esta joven no tenía realmente un fundamento espiritual. Cuando percibí, por lo menos en cierta medida, que yo era hijo de Dios y que Dios es la sola y única Mente y fuente de los pensamientos y motivos, logré mi total liberación. Esta comprensión, tan cara y duramente adquirida, me ha acompañado a través de los años desde entonces. Algún tiempo después de esta experiencia me casé, y mi matrimonio fue muy feliz. Y debo agregar que continúa siéndolo. Encontré todo lo que había anhelado en aquella otra amistad, ¡y aún mucho más!

La Ciencia Cristiana me ha hecho comprender mejor que lo que realmente constituye el verdadero abastecimiento es la aceptación de las ideas espirituales procedentes del bien, las cuales el Amor divino está constantemente impartiéndonos. En la medida en que rechacé la falsa creencia de carencia y acepté estas ideas espirituales, el concepto erróneo de carencia desapareció y mis necesidades materiales fueron abastecidas abundantemente. Esta Ciencia me ha dado un concepto mejor de lo que es la salud, la cual no es una combinación de condiciones físicas sino que es totalmente una cualidad espiritual divina que todos reflejamos. Esta comprensión ha hecho frente a mis necesidades humanas en todo sentido.

Me ha dado un mejor entendimiento de Dios como Amor divino, y de mí y de mi prójimo como los afectuosos hijos e hijas de Dios. Me ha sido de gran utilidad para resolver problemas de relaciones humanas discordantes.

Agradezco a Dios profundamente por la Sra. Eddy. Sus años de incansable labor e interminables sacrificios nos dieron la Ciencia divina. Mi posesión más preciada es la percepción que he obtenido, por lo menos en cierta medida, de cuáles deben ser los motivos y propósitos en la vida. La Sra. Eddy lo dice claramente en Ciencia y Salud (pág. 326): “El propósito y motivo de vivir rectamente pueden lograrse ahora. Llegando a este punto, habéis empezado como es debido. Habéis empezado por la tabla de sumar de la Ciencia Cristiana, y nada excepto una intención malévola puede impedir vuestro progreso. Si trabajáis y oráis con móviles sinceros, vuestro Padre os abrirá el camino”.

Estoy humildemente agradecido por sentir que, por lo menos, he comenzado “por la tabla de sumar”.


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