Las discordancias corporales obstinadas a menudo tienen su origen en la obstinación, en la voluntariedad, humana. Ciertamente no es la voluntad de Dios, quien es la Mente y el Amor infinitos, que las personas se enfermen o que sean obstinadas. Por lo tanto, si una enfermedad no cede a la oración durante un período razonable de tiempo, quizás el paciente deba liberarse de la obstinación para obtener su liberación física.
Para sanar de la obstinación que yace en la raíz de condiciones crónicas es necesario dar varios pasos. El primero y más importante es reconocer que la obstinación es lo que está causando el problema crónico. A menos que uno enfrente un error, éste queda libre para cundir en el pensamiento como maleza en un jardín que no se cuida.
La voluntariedad a menudo se esconde bajo el disfraz de nociones preconcebidas, de hábitos, características familiares, decisiones arbitrarias, o hasta bajo la sutil máscara de una indignación justificable o de lo que a veces nos gusta llamar “mantenerse firme en el Principio”. La voluntariedad tiene que ser desenmascarada y verse por lo que realmente es: una flagrante imposición de la mente mortal — la falsa creencia en la existencia de la materia y el mal, creencia que roba a la humanidad de su libertad.
Una vez vista la voluntariedad por lo que es, hay que dar el segundo importante paso para la curación de este error, a saber, no identificarnos ni identificar a nuestro prójimo con el error. Es la mente mortal la obstinada. Si pareciera que adolecemos en gran manera de esta detestable característica ¡cuán importante es ver que ella no forma parte de nuestro ser verdadero, de nuestro ser espiritual creado a la semejanza de Dios! Siempre somos la perfecta expresión del Espíritu, el Amor divino, y ni la falsa voluntad ni la enfermedad forman realmente parte de nuestro ser.
Una vez que el paciente ha reconocido que la dificultad que lo afecta es una obstinación profundamente arraigada, y una vez que ha dejado de identificarse con la mentira como si ésta fuera un mal personal, entonces necesita dar el tercer e importante paso para reemplazar la voluntariedad con la única y verdadera voluntad que existe: la voluntariedad de Dios.
Acabar con la obstinación es esencial para el progreso y la libertad individuales, no importa cuán difícil parezca ser la tarea. Y aun cuando es posible que estemos orando devota y diariamente para hacer la voluntad del Padre, la naturaleza sutil de la creencia de que la identidad es mortal trataría de atraparnos en acciones voluntariosas bajo el disfraz de que son buenas. Se requiere una gran humildad y una constante vigilancia para impedir que este mal se manifieste en nuestra experiencia.
La enfermedad puede ser a menudo la manifestación de la voluntariedad desenfrenada que se rehusa a ceder al desarrollo lícito y ordenado de la vida. Debido a que toda enfermedad es mental, como lo enseña la Ciencia Cristiana, los que curan solamente por medios espirituales saben que su trabajo consiste en maniatar la testaruda y desenfrenada voluntad de la mente mortal con la Mente divina.
Además de insistir en conducir sus negocios o su vida privada a su propia manera, algunas de las características más predominantes que yacen en la raíz de muchas de las dificultades físicas que sufren los enfermos son el pesar, el odio, el resentimiento, el temor y un sentido de culpabilidad. No es difícil darse cuenta hasta qué punto estos estados mentales pueden llegar a representar la voluntariedad humana. La Ciencia Cristiana sana estos estados mentales falsos a fin de sanar la enfermedad.
Un hondo pesar acusa renuencia a aceptar al Cristo consolador, el espíritu de la Verdad y el Amor. La Ciencia Cristiana es el Consolador prometido por Jesús y puede sanar del más profundo pesar con los hechos verdaderos referentes a la relación eternamente perfecta del hombre con Dios. Cuando uno acepta el hecho, demostrado por Jesús, de que la vida es eterna, entonces puede despertar a comprender que el ser querido por cuyo fallecimiento uno se lamenta está tan unido a Dios, la Vida, y tan bajo Su cuidado ahora como cuando su presencia era visible a los sentidos humanos. La renuencia a sanar del pesar es ocasionada por el insistente deseo de estar siempre con aquellos que amamos.
Un sentido de inseguridad a menudo tiene mucho que ver con el pesar. Uno debe de encontrar su seguridad en su unión con Dios. Tarde o temprano todos tendremos que confiar en Dios para que nos proporcione el compañerismo que podamos necesitar — o para demostrar nuestra compleción, aun cuando a los ojos materiales no tengamos un compañero. Tenemos que llevar a cabo nuestra propia salvación, como la Biblia lo enseña. Posponer la obligación de subordinar el pesar es una forma sutil de voluntad que no cede.
El odio y el rencor representan estados destructivos de pensamiento adamantino que afirma: “No amaré” o “no perdonaré”. ¿Cómo puede la presencia sanadora del Amor divino entrar en la consciencia de un individuo que así le cierra la puerta con el odio? Sólo el Amor puede disolver el resentimiento. La Sra. Eddy dice: “En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por deshacer con el disolvente universal del Amor la dureza adamantina del error — la obstinación, la justificación propia y el egoísmo — que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte”.Ciencia y Salud, pág. 242;
Nadie que desee sanar de una enfermedad aguda o crónica puede darse el lujo de aferrarse a una manera tan desenfrenada de pensar como lo es la de abrigar odio o resentimiento. El Amor establece la forma más disciplinada de pensar que existe. Expresa la Mente divina única y perfecta, y no deja lugar para reaccionar ante la tensión y presión que presenta la escena mortal con sus múltiples formas de pensamiento. Tampoco causa la condición indisciplinada del cuerpo, o sea funciones irregulares del organismo o aparición de abscesos o tumores.
El Amor también es la solución para el temor que aumenta desenfrenado en el pensamiento humano cuando se ve confrontado con la creencia universal en enfermedades incurables. Uno puede preguntarse si el temor puede ser realmente voluntariedad. Por cierto que lo es cuando uno sabe el poder que tiene el confiar en Dios. En realidad, el temor está diciendo: “No confiaré”. La confianza en la buena voluntad de Dios para con el hombre vence el temor.
La Ciencia Cristiana niega la aterradora creencia teológica de que Dios castiga al hombre enviándole la enfermedad, el dolor, la carencia o la muerte. Dios, el Espíritu, es el bien. Por tanto, sólo lo bueno puede venir de tal creador. El mal, en cualquier forma que se presente, es la voluntad de una tal llamada mente mortal, que es impotente. El afirmar de continuo esta verdad vence el temor. Ceder a la voluntad de Dios requiere total entrega al inevitable desarrollo del bien en nuestra vida — un bien basado en el crecimiento espiritual, el cual destruye la creencia en un poder destructivo que se opone al hombre.
La culpabilidad, otro destructivo estado de pensamiento, realmente está diciendo: “No quiero soltarme de este anzuelo”. Aun cuando el arrepentimiento es necesario para borrar pasados errores, aquellas personas que rehusan perdonarse a sí mismas realmente están sometiéndose a un estado voluntarioso de condenación propia, el cual impide la curación.
La condenación tiende a presentar una situación como incurable. Nadie que haya de sanarse a sí mismo o de sanar a otros puede permitirse el abrigar un estado de condenación propia o condenar a su prójimo. La voluntad de Dios es que todos sanen de cualquier clase de error, y el Cristo, el espíritu de Verdad y Amor, es el camino para la salvación. La disposición a desprenderse de un sentido de culpabilidad y de estar dispuestos a avanzar ahora mismo con mejores pensamientos y acciones, es un paso hacia la curación de cualquier condición rebelde.
Trabajando para resolver el problema más delicado de su carrera — la crucifixión — Jesús demostró la importancia de liberarse de la voluntad humana. Estaba siendo atacado por las maliciosas maquinaciones del mal. La voluntariedad de la mente mortal había influido a muchos engañados llevándolos a perpetrar los malévolos designios de esta mente. Si el Maestro se hubiera dejado llevar por la voluntariedad y pagado con la misma moneda el odio de los demás, es probable que no hubiera podido resucitarse de la tumba. Pero su capacidad para someterse sin reserves a la voluntad de Dios acalló para siempre los intentos de la voluntad del mal de destruir su vida.
Cuando sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar, Cristo Jesús les dio la oración que llamamos “Padre Nuestro”, la cual incluye esta frase: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Lucas 11:2; En el huerto de Getsemaní, cuando aún se encontraba luchando contra un deseo humano de actuar que pretendía imponerse a sí mismo, Jesús recurrió a la sustancia misma de esa poderosa frase que acalla la voluntad humana y despeja el camino para que los planes y propósitos que Dios tiene para el hombre se cumplan. Oró así: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Mateo 26:39;
Ceder verdaderamente a la voluntad del Padre es uno de los elementos esenciales en la curación por la Ciencia Cristiana. Sin embargo, a veces podemos debatirnos por largo tiempo contra la disposición de abandonar los medios testarudos del pensamiento humano que obstruyen nuestro camino hacia la salud y la felicidad. La Sra. Eddy dice: “La naturaleza del individuo, más terca que la circunstancia, argüirá siempre en su propio favor — sus hábitos, gustos e intemperancias. Esta naturaleza material se esfuerza por inclinar la balanza en contra de la naturaleza espiritual; pues la carne lucha contra el Espíritu — contra todo o contra quienquiera que se oponga al mal — e inclina poderosamente la balanza contra el alto destino del hombre”.Escritos Misceláneos, pág. 119.
A medida que los anhelos humanos ceden a los planes de Dios uno se halla mejor preparado para percibir rutas más elevadas para avanzar. Jamás es la voluntad de Dios que el hombre se enferme, peque, carezca de algo o muera. El plan del Padre para Sus hijos incluye todo lo bueno. Incluye un sentido espiritual de la creación, no un punto de vista materialista de la vida. Incluye oportunidades ilimitadas para expresar pureza y amor desinteresado, no concesiones egoístas o adquisiones materiales. Incluye demostrar la gloria de Dios, no el buscar que otros lo glorifiquen a uno.
Aun cuando al comienzo puede que el camino parezca difícil, el esfuerzo que se hace para someterse a la voluntad del Padre jamás defrauda; nunca conduce hacia la desdicha o la desesperación. Y más importante aún: aquel que sinceramente se esfuerza por no aceptar otros caminos que los de Dios puede estar seguro de que sus pasos serán siempre dirigidos por el sendero ascendente de la Verdad y la Vida.