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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Serie de artículos que indica cómo se ha revelado progresivamente el Cristo, la Verdad, en las Escrituras.]

Ezequiel, sacerdote y profeta

Del número de junio de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ezequiel fue el primer gran profeta del período del exilio en la historia hebrea. Tanto él como Jeremías procedían de un linaje sacerdotal, pero había una marcada diferencia social entre ellos.

Por lo general se acepta que ellos fueron contemporáneos y que ambos pasaron gran parte de su tiempo en Jerusalén antes de que Ezequiel fuera llevado con los cautivos a Babilonia, y que tenían en común un profundo interés en los asuntos del templo tan querido por ellos y en los problemas por los que atravesaba Jerusalén y su pueblo.

Siendo unos años mayor que Ezequiel, y de temperamento afectuoso y emocional, Jeremías se convencía cada día más de la inminente destrucción de Jerusalén. Su trabajo principal se llevó a cabo en la capital durante los años que precedieron a la caída de ésta, acontecimiento que le parecía a él tan inevitable como a sus compatriotas les parecía imposible.

Ezequiel, cuyo trabajo principal se centró en Babilonia, era menos emocional que Jeremías, pero más visionario, y cuando escribió su libro ya había transcurrido el primer sitio de Jerusalén (en el 597 a.C.), y la destrucción predicada tan vívidamente por Jeremías ya para esa época había pasado a la historia.

Cuando cayó Jerusalén, Joaquín, o Jeconías, el joven rey de Judá (de dieciocho años de edad e hijo de Joacim), junto con algunas personas de alta alcurnia y otros considerados importantes, fueron deportados a Babilonia (o Caldea). Ezequiel, quien en la época de este primer cautiverio parece haber sido un hombre joven, fue uno de ellos. Nabucodonosor, rey de Babilonia, y sus generales, pueden haber llegado a la conclusión de que una vez que los líderes de Jerusalén estuvieran en el exilio, los judíos que quedaban en la zona capitularían por carecer de liderazgo e incentivo.

Al llegar a Babilonia con los otros exiliados, Ezequiel sin duda encontró que la situación en la que estaban era mucho mejor de lo que habían temido. El profeta tenía una casa propia en Tel-abid, ubicada junto a un río, o más exactamente un canal, conocido con el nombre de Quebar, el que evidentemente formaba parte del gran sistema de irrigación del río Éufrates (ver Ezequiel 3:15).

Fue allí, en Tel-abid, en su tierra adoptiva, donde Ezequiel recibió el llamado para predicar, unos cinco años después de su éxodo de Jerusalén en el año 597 a.C.

Como sus muchas visiones, la que tuvo en oportunidad de su llamado fue verdaderamente memorable, y dio testimonio de sus antecedentes como sacerdote familiarizado con las elaboradas ceremonias del templo. Ezequiel relata que “los cielos se abrieron, y vi visiones de Dios”, agregando que “vino palabra de Jehová al sacerdote Ezequiel... junto al río Quebar; vino allí sobre él la mano de Jehová” (1:1, 3); indicando claramente el poder y la presencia del Todopoderoso. Intentó describir los vívidos y extraordinarios sonidos y visiones que le fueran revelados en esa ocasión, mientras que en el versículo veintiocho del mismo capítulo agregó: “Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba”. Si bien había sido educado para ser sacerdote, ahora se lo comisionaba para ser profeta.

El mensaje fue de tanta intensidad e importancia que evidentemente le vino en unas cinco formas y en ocasiones diferentes (ver 2:1 al 3:27).

“Hijo de hombre”, proclamó la voz, “ponte sobre tus pies, y hablaré contigo” (2: 1). La impresionante frase: “hijo de hombre” es una característica destacada del libro y se usa con referencia al profeta casi cien veces, quizás como recordatorio de la misión especial que Dios le encomendó cumplir.

Cuando Jehová llamó a Ezequiel, éste quedó impresionado por la enormidad de la tarea de reforma que había sido llamado a realizar. En el pasado, el pueblo de Israel había quebrantado persistentemente la ley de Dios y, tanto en Jerusalén como en el exilio, continuaban sus prácticas idólatras. Sin embargo, a medida que Ezequiel encarara su tarea valientemente, los que lo escucharan conocerían que hubo un profeta entre ellos. Fue prevenido de que no temiera, aunque su suerte incluyera “zarzas y espinos” o hasta “escorpiones” (2:5, 6).

Al profeta le fue mostrado “un rollo de libro”, o pergamino, en el que estaban escritas “endechas y lamentaciones y ayes” (2:9, 10), cosas que él y su pueblo todavía tenían que enfrentar. Ezequiel, que iba a comerse “el rollo”, aceptaría su contenido, el que le sería “dulce como miel” (3:1, 3); pero el pueblo seguiría inflexible en su renuencia a aceptar el mensaje y persistiría rebelándose contra éste.

Si bien Ezequiel trabajó en tierra extranjera, muy lejos del templo, que era el centro del culto del pueblo, la suya fue la voz de un misionero, no dirigida hacia extraños, sino a su propio pueblo, a quien él debía comunicar el mensaje de Dios (cp. Mateo 10:6; 15:24).

El cuidadoso orden de las fechas y de las divisiones del libro de Ezequiel (escrito al parecer entre los años 592 y 570 a.C.) lo hacen casi único entre los libros proféticos del Antiguo Testamento. Su orden contrasta agradablemente con lo que a veces se ha llamado el caos literario de la profecía de Jeremías.

Los cuarenta y ocho capítulos se dividen fácilmente en dos partes iguales. La primera parte contiene el llamado que se le hizo al profeta para predicar, sus muchas acciones simbólicas, sus profecías, sus denuncias, y sus severas amonestaciones a la gente que quedó en Israel y a aquellos que estaban cautivos en Babilonia. En sus espectaculares visiones relativas al sitio final y a la destrucción de Jerusalén, Ezequiel parece como si se hubiera trasladado allí, donde parece ser intuitivamente testigo de las muchas prácticas idólatras, vergonzosas y degradantes, que todavía se practicaban aun en los lugares más sagrados.

El resto del libro contiene los juicios pronunciados contra las otras naciones y el mensaje redentor y más alegre de restauración y renovación.

De capital importancia es la predicción que hizo el profeta de la venida del Mesías, “el buen pastor” del que se habla en el Nuevo Testamento (Juan 10:14). Según Ezequiel, Jehová declara: “Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más serán para rapiña... Y levantaré sobre ellas a un pastor... a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor” (Ezequiel 34:22, 23).

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