El Espíritu, Dios, es invencible.
Nuestro ser verdadero nunca es un mortal desesperado. El hombre no es mortal. Jamás es derrotado; es la sejemanza misma de Dios. Entendiendo estas verdades, podemos emerger con éxito del pecado, del temor a la violencia y a la enfermedad y progresivamente podemos conquistar la creencia universal en la muerte.
Una pregunta crucial es: ¿Cómo podemos enfrentar la amenaza de la derrota? Cuando se hace la decisión a favor de la materia, o de la personificación del mal, el problema siempre se complica. Cuando se hace a favor del Espíritu, o el Principio, se obtiene la victoria.
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