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Emergiendo de la derrota

Del número de junio de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El Espíritu, Dios, es invencible.

Nuestro ser verdadero nunca es un mortal desesperado. El hombre no es mortal. Jamás es derrotado; es la sejemanza misma de Dios. Entendiendo estas verdades, podemos emerger con éxito del pecado, del temor a la violencia y a la enfermedad y progresivamente podemos conquistar la creencia universal en la muerte.

Una pregunta crucial es: ¿Cómo podemos enfrentar la amenaza de la derrota? Cuando se hace la decisión a favor de la materia, o de la personificación del mal, el problema siempre se complica. Cuando se hace a favor del Espíritu, o el Principio, se obtiene la victoria.

Un ejemplo de esto lo encontramos en la alegoría de Caín y Abel. Cuando Caín tomó una decisión equivocada recurriendo a la violencia, se hundió más profundamente en la desesperación hasta llegar a clamar: “Grande es mi castigo para ser soportado”. Gén. 4:13; Fue mesmerizado por la mentira de que hay vida y personalidad en la materia. Evidentemente, no se detuvo a considerar su derecho a elegir.

Sin embargo, qué diferente fue la actitud de Noé, durante los muchos meses que estuvo planeando y construyendo el arca, cuando la tierra, como dice la Biblia, estaba “llena de violencia”; 6:11; debe de haber recurrido constantemente a la fuente de todo aliento. Esta fuente es Dios, la Mente, el Espíritu, quien constantemente sostiene y protege toda acción correcta, por mucho que otros no la reconozcan como tal.

Aun los grandes líderes como Abraham, José, Moisés, los profetas, el mismo Cristo Jesús, no estaban totalmente inmunes al desaliento, sin embargo, no fueron derrotados. Si los desafíos los oprimían, recurrían con éxito a Dios, probando así que el valor y el denuedo derivan de Dios. El que pudieran emerger de la discordia y de los efectos de la hostilidad de otros, estaba ligado a la percepción que tenían de que la realidad es divinamente espiritual. Superaban la futilidad de la materia, o sea la autoderrota del error.

El pensamiento velado por la confusión, la limitación, o el mal engañoso, está simbolizado por el mítico “vapor” que subió “de la tierra”. 2:6; Sin embargo, todos somos capaces de salir de cualquier vapor o miasma del mal, ya sea que se presente en forma de enfermedad, desempleo, merma en los ingresos o cualquier otra sugestión o excusa que indique derrota. Es bueno recordar con regocijo que no hay derrota en la Verdad, así como no hay éxito verdadero en el error. No tenemos por qué sentirnos abatidos o confundidos por las pretensiones del mal.

“Anímate, querido lector”, escribe la Sra. Eddy, “pues cualquier aparente misticismo tocante al realismo está explicado en las Escrituras: ‘Subía de la tierra [materia] un vapor’; y el vapor del materialismo se desvanecerá a medida que nos acerquemos a la espiritualidad, el reino de la realidad; que purifiquemos nuestra vida en la justicia de Cristo; que nos sumerjamos en el bautismo del Espíritu y despertemos a Su semejanza”.Escritos Misceláneos, pág. 30;

Este despertar es emerger verdaderamente del mal. Progresivamente podremos derrotar, y no ser derrotados por “el vapor del materialismo”, la supuesta violencia del error, y la confusión de muchas mentes.

Por otra parte, si recurrimos a medios materiales en busca de ayuda, excluyendo al Espíritu, Dios, este progreso es temporalmente frustrado. En vez de recurrir a la Verdad para corregir una equivocación, estaríamos dando nuestro consentimiento al error, al ceder a la sugerencia de que puede haber imperfección.

Nos puede alentar el hecho de que la más mínima elevación del pensamiento empieza al instante a invertir la supesta influencia del mal y sus argumentos de que es capaz de atraernos. A medida que continuamos elevando nuestro pensamiento, comenzamos a ver y a sentir el apoyo del Cristo, que es siempre adecuado para responder a toda necesidad humana. El ver y sentir de este modo es una posibilidad siempre presente que lleva a un despertar, a un emerger irresistible. Jamás debemos sentirnos atemorizados por ese despertar, el cual nos acerca más a la salud y al dominio que caracterizan a los verdaderos hijos o representantes de Dios. Descubrimos que la actividad siempre compasiva del Cristo elimina hasta las tentaciones del “vapor”. A medida que emergemos progresivamente, el error, que simula desarmar, desalentar o derrotar el próposito de Dios para nosotros, nos engaña cada vez menos.

Sin un sincero reconocimiento de la presencia de Dios, no estamos venciendo la mentira de la tentación del mal, de la cual cada uno de nosotros, lo sepamos o no, debe finalmente desprenderse y escapar. Tampoco tenemos que esperar a que se presente una oportunidad. Toda experiencia desfavorable es una oportunidad para escapar de la materia hacia el Espíritu; para escapar de la manera de pensar que nos desalienta y limita hacia una convicción más profunda en Cristo.

Si inadvertidamente hemos descendido a la confusión, al cautiverio, y a la mediocridad de las creencias materiales, nuestro remedio en la Ciencia Cristiana consiste en rechazar toda sugestión de derrota o pesar. Robert Browning expresó algo de este pensamiento en las siguientes palabras:

Si me caigo,
en un negro y terrible mar de niebla,
es sólo por un tiempo; oprimo la lámpara de Dios
contra mi pecho; su esplendor, tarde o temprano,
traspasará la oscuridad: un día he de emerger.Paracelsus, Parte V;

Para progresar en esta dirección, necesitamos una comprensión más clara de la existencia espiritual que nos lleva a obtener un concepto más elevado de nuestra razón de existir. Este concepto más puro es inseparable de motivos mejores, de un comportamiento menos egoísta, y de un mejor reconocimiento del bien en los demás.

Esto conduce, a su vez, al paso más grande y necesario de todos — al crecimiento espiritual. El pensador individual, guiado por la Ciencia, es capaz de ver sin temor que el vapor mental del error no tiene dirección, ni sustancia, ni identidad, ni capacidad para limitar, oscurecer, o desanimar. Nuestro destino, sostenido por Dios, es emerger de la limitación. La Sra. Eddy nos alienta al escribir: “Emérjase suavemente de la materia hacia el Espíritu. No hay que imaginar que la espiritualización final de todas las cosas se pueda impedir, sino que hay que venir más bien de manera natural al Espíritu por medio del mejoramiento de la salud y las condiciones morales y como resultado de progresos espirituales”.Ciencia y Salud, pág. 485;

Este sagrado emerger jamás es igual para dos personas. Para evitar cualquier oposición a ello, debemos rechazar los sutiles sustitutos de la idolatría, la obstinación, los negocios inescrupulosos, y el clamor por mayores porciones de materia.

La ciega rivalidad de otros, o su competencia basada en el temor, no tienen relación con el progreso de uno, o con la curación que acompaña este progreso. Solamente “el vapor del materialismo” incluye la creencia en la enfermedad, el desempleo, el descontento, el aburrimiento, la miseria, la fricción, y en toda clase de lucha discordante. Al emerger de esa niebla se va abandonando progresivamente toda falsa creencia. ¡Pensemos en esto! Si rechazamos cualquier supuesta derrota o algún aparente revés de éxito merecido, podemos trabajar continuamente para restablecer por completo la esperanza.

¿Cuáles son algunas características de nuestro emerger? El egoísmo se vuelve menos real. Nos sentimos más felices. Las sugestiones de injusticia nos perturban menos porque tenemos una creciente confianza en el Principio divino. Nos preocupan menos los medios y modos materiales. El poder del Cristo nos es más real y práctico. Y nuestro amor hacia Dios y hacia nuestro prójimo se hace más evidente.

Hemos entrado en una actividad que no tiene fin. No tendremos que volver a posiciones que hemos superado. Nuestro progreso continuará.

Servir desinteresadamente a los demás es parte de este emerger que tanto se necesita. Al escribir a Primera Iglesia de Cristo, Científico, Londres, Inglaterra, la Sra. Eddy ofreció este incentivo a toda la humanidad: “Esforzándose por ser bueno, por hacer el bien, y por amar al prójimo como a sí mismo, el alma del hombre está a salvo; el hombre emerge de la mortalidad y recibe sus derechos inalienables — el amor de Dios y del hombre”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 200.

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