Uno de los aspectos más tristes del síndrome de la bebida es la creencia en que se puede encontrar placer al debilitar nuestras facultades espirituales. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Cuando el hombre mortal una sus pensamientos de la existencia con lo espiritual y obre únicamente como Dios obra, no andará más a tientas en las tinieblas, ni se apegará a la tierra por no haber gustado el cielo. Las creencias carnales nos defraudan”.Ciencia y Salud, pág. 263;
¿Cómo nos defraudan las creencias carnales? En parte, privándonos de la alegría espiritual a la que tenemos derecho. A menudo, no es hasta que sufrimos lo suficiente por dar rienda suelta a los placeres falsos, que estamos dispuestos a descubrir la verdad de lo que afirma el Salmista: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”. Salmo 16:11;
Dos cosas que me ocurrieron durante la época de exámenes en la universidad me mostraron claramente la diferencia que existe entre los “placeres” producidos por estímulos artificiales y el gozo.
En el primer año que fui a la universidad aprobé dos exámenes aparentando saber, pero en realidad no sabía nada, no pude terminar un examen para hacer en casa, y estaba tan desesperado por mi examen final de biología que la noche anterior me emborraché. Al principio creí que me estaba divirtiendo — bromeando y riéndome, y siendo, creía yo, muy gracioso. Pero cuando me encontré en el suelo de un pasillo luchando por no desmayarme, la diversión dejó de ser chistosa.
Terminé quedándome en la universidad a prueba, aunque merecía que me expulsaran. Otra experiencia desagradable que tuve durante las vacaciones de Navidad me convenció de que la bebida no era un modo infalible para alegrarse. Descubrí que el tomar bebidos alcohólicas, como todos los demás placeres y emociones materiales, acarrea castigos. Cuando esos efectos placenteros pasan, volvemos al estado en que nos encontrábamos antes, si no es a uno de inevitable sufrimiento. Elegir ese camino sólo puede ser el resultado de ignorar lo que es el sentido espiritual y las alegrías que éste incluye.
Mi primer goce de esta dimensión espiritual la tuve en las mismas circunstancias que hacía solamente un año me habían hecho entrar en barrena — exámenes finales. En ese ínterin, sin embargo, había empezado a estudiar Ciencia Cristiana. Estudié y oré mucho para prepararme a dar mis primeros tres exámenes finales, y me fue bien, pero la noche anterior al examen sobre la Biblia me encontré en un gran aprieto. Nuestra tarea era estudiar en profundidad dos libros de la Biblia y durante el examen escribir todo lo que habíamos aprendido. La noche antes del examen todavía no había decidido los libros que iba a estudiar. Durante todo ese año había tenido dificultad en mantenerme despierto si tenía que estudiar por la noche, y ya sentía deseos de irme a dormir y olvidarme de todo. Desesperado, empecé a leer dos capítulos de Ciencia y Salud titulados “El Génesis” y “El Apocalipsis”.
No pasó mucho tiempo antes de que tuviera que hacer grandes esfuerzos por permanecer despierto. Me repetí una y otra vez: “Dios es mi inteligencia”, e insistí en que, como consecuencia, mi inteligencia no podía estar limitada ni gastarse. Me aferré a dos declaraciones de la Sra. Eddy. La primera dice: “La inteligencia es omnisciencia, omnipresencia y omnipotencia”.Ciencia y Salud, pág. 469; Y la segunda, del Glosario de Ciencia y Salud, es parte de la definición de “inteligencia”: “la Mente que existe de por sí y es eterna; aquello que nunca está inconsciente ni limitado”.ibid., pág. 588;
La tentación a cerrar los ojos y desentenderme de la situación era casi irresistible, y a veces me sentía como si estuviera jugando una pulseada y que mi contrincante ya casi había puesto mi mano sobre la mesa. Hubo veces en que casi grité: “¡No!” a la sugestión de quedarme dormido.
De pronto fue como si me elevara en un avión a través de la niebla y emergiera en un cielo de un azul deslumbrante y diáfano. El cansancio simplemente me abandonó, y me elevé mentalmente. En lugar de forzar los ojos para leer una página, me sentí llevado por un fluir de pensamientos e ideas. Una o dos horas después de la salida del sol, cuando cerré un libro de comentarios sobre el Apocalipsis, sentí regocijo por este relato de la lucha mental y el triunfo final de la Verdad sobre las tendencias y alegatos mezquinos de la mente carnal.
Mi propia lucha con el error fue como la ascensión por un camino montañoso. Finalmente llegué a la cumbre, y ahora, frente a mi sentido espiritual iluminado, se presentaba una vista maravillosa. Vi claramente por primera vez que, en realidad, sólo hay una Mente. Vi que todo lo que no refleje esta Mente — todo lo que no sea la consciencia del bien — es irreal y que su irrealidad tiene que probarse mediante la Ciencia Cristiana. Había leído mil veces que hay una sola Mente, Dios, el bien — pero ahora lo entendía; sabía que era verdad. Comprendí que, en realidad, no hay otras mentes — ninguna otra — y que podía refutar con autoridad la creencia contraria. Más tarde ese día, cuando aparecían sugerencias de discordia, por pequeñas que fueran, puse en práctica esta verdad de que sólo hay una Mente, y las aplasté.
Sonó la campana anunciando el desayuno, y al bajar las escaleras pasé por el lado de una chica que exclamó: “¿Por qué estás tan feliz?” El desayuno, que por lo general era una actividad tediosa — cuyo silencio sólo era interrumpido por el ruido de los cubiertos, pedidos de que se pasara la mantequilla e intentos poco entusiastas de entablar una conversación — se transformó. Yo estaba lleno de amor hacia todos los que estaban allí y ese amor disipó completamente la alienación y la reserva que comúnmente sentía. Ya no estaba tratando de ser sociable con un puñado de mortales soñolientos, ensimismados en sus propios pensamientos. Comprendí que todos éramos expresiones inmortales de Dios. Simplemente no podía reprimir la alegría de saber que todos tenemos una Mente, y empecé a bromear con la persona que tenía a mi lado. No pasó mucho tiempo antes que todo el grupo se estuviera riendo y conversando animadamente. La depresión con la que tan a menudo tenía que luchar, sencillamente desapareció.
Fui al examen realmente deseando compartir, de una manera en que el profesor pudiera entender y aceptar, las percepciones que había tenido. Me pareció como si el examen se hubiera escrito solo, y no me sorprendió unas semanas después enterarme de que había sacado la máxima calificación. A medida que pasaba el día fue disminuyendo el alborozo, pero supe que había gustado del cielo. Sentí un gozo y una liberación infinitamente preferible a cualquier euforia inducida por el alcohol.
Si bien hacía varios meses que había dejado la bebida, vi más claramente que nunca antes que ésta es uno más de los despreciables intentos de la mente mortal de falsificar la alegría espiritual, ese gozo del que Cristo Jesús le dijo a sus discípulos: “Nadie os [lo] quitará...” Juan 16:22. Al consentir en tomar bebidas alcohólicas me había privado no solamente del respeto propio, sino de una dicha inmensurablemente más asequible y satisfactoria que la que puede jamás prometer el contenido de una botella.
