Hace algún tiempo se incendió el río Cuyahoga de Ohio. Sus aguas estaban tan contaminadas debido a un derrame de petróleo que sencillamente estalló en llamas. Hay otros ríos que también se han incendiado por la contaminación de sus aguas. De igual manera parece contaminarse la consciencia humana. Si analizáramos nuestros pensamientos diarios, veríamos que son de dos clases: (1) ideas espirituales y puras acerca de Dios perfecto y hombre perfecto; (2) creencias materiales e impuras que suponen que la materia tiene vida, sustancia e inteligencia. Las ideas proceden de Dios y, algunas veces, se les llaman ángeles. Las creencias proceden de la mente mortal; son sugestiones mentales agresivas.
En nuestras conversaciones diarias tendemos a amontonar todos estos pensamientos y llamarlos nuestros pensamientos. Pero eso no es exactamente correcto. Sólo los ángeles de Dios son realmente nuestros. Son tan naturales para hombres y mujeres, como es el agua pura y cristalina para un río. Cualesquiera de las creencias materiales que pareciéramos tener no son verdaderamente nuestras. Son tan contranaturales como es la contaminación para un río. Sin embargo, parecieran ser nuestras — sugestiones de temor, insuficiencia, orgullo, envidia, lujuria y así por el estilo — y puede parecer tan difícil liberarse de ellas como sacar una mancha de jugo de uva de un traje blanco.
No siempre es fácil ver la diferencia entre los ángeles de Dios y las sugestiones contaminantes de la mente mortal. Pero siempre hay caminos. Por ejemplo, podemos preguntarnos si nuestros pensamientos están de acuerdo con el espíritu y la letra de los Diez Mandamientos. La obediencia a los Mandamientos es básica para el progreso espiritual del individuo o de la sociedad. También podemos preguntarnos si nuestros pensamientos están en armonía con las Bienaventuranzas y con las enseñanzas de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Pero sobre todo, cuando examinamos nuestros pensamientos, es necesario tener una actitud de humildad y desear hacer lo que es justo y bueno. Entonces oímos los mensajes de Dios, y si cometemos un error en nuestro juicio, la humildad nos hace recurrir nuevamente a Dios; Él nos guiará por el camino correcto.
En el Glosario de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, nos da la siguiente definición de “río”: “Vías del pensamiento.
“Sereno y sin obstrucción, simboliza el curso de la Verdad; pero turbio, revuelto y precipitado, es un símbolo del error.”Ciencia y Salud, pág. 593;
Los pensamientos que aceptamos son muy similares a los ríos de nuestro país: es necesario vigilarlos cuidadosamente para proteger su pureza natural. Cristo Jesús lo sabía. Él dijo a sus amados discípulos y a todo aquel que lo siguiera: “Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad”. Marcos 13:37.
La Sra. Eddy, sabiendo la necesidad de velar para preservar una actitud semejante a Cristo — actitud que sana — nos dio en el Manual de La Iglesia Madre, Artículo VIII, “Una Regla para móviles y actos” (Sec. 1), “La oración diaria” (Sec. 4), y “Alerta al deber” (Sec. 6). Éstas merecen nuestra profunda atención. En la sección 6 leemos: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad. Por sus obras será juzgado, — y justificado o condenado”.
En cierto sentido, este Estatuto tiene algo importante en común con las reglas para preservar un ambiente humano sano — ambos requieren más que la mera repetición de palabras o estribillos. Requieren acción individual. Y una acción que requiere este Estatuto es oración — oración diaria, humilde, sincera y científica que protege la natural y angelical pureza del pensamiento humano contra las contaminantes sugestiones mortales.
Uno de los aspectos más importantes de esta oración es nuestro móvil. Desear que nuestros pensamientos sean puros sólo para que nuestra vida sea serena, es muy superficial. Es necesario sentir el deseo de tener pensamientos puros para que nuestro amor sea sereno — así expresaremos más a Dios y podremos ayudar mejor a nuestros semejantes.
Pedir a Dios que mantenga nuestros pensamientos puros es una oración necesaria, hermosa y humilde que da resultado. La lógica y la razón son también elementos eficaces de la oración. Volvemos a los sencillos fundamentos de la Ciencia Cristiana: El amor infinito de Dios hace que el temor sea imposible; Dios es absolutamente bueno y absolutamente Todo; el hombre es Su reflejo perfecto, Su amada criatura; y no hay mal.
Cuando diariamente oramos de esta manera a conciencia y con amor, tiene el efecto de hacernos ver claramente la verdadera perfección de Dios y del hombre. Esta comprensión purifica y protege nuestros pensamientos y nos capacita para hacer el bien, y no el mal.
La oración verdadera no pasa por alto las sugestiones agresivas o la mala práctica mental, o supone cándidamente que no son reales y se detiene. El no tomarlas en cuenta no protege porque deja al error como si fuera algo. La oración verdadera y científica comprende que el error es irreal; y protege al demostrar que el error no es nada porque Dios es Todo-en-todo.
El mundo necesita de agua limpia. Necesita más alimentos. Necesita un gobierno más elevado y una moral más profunda. Necesita muchas, muchas cosas. Pero necesita al Cristo, la Verdad, aún más que ninguna de estas cosas. Tenemos que aprender a pensar en términos de Dios perfecto y hombre perfecto. El hombre perfecto es el hombre que cada uno de nosotoros, en realidad, es ahora mismo. Para ayudar al mundo a satisfacer su necesidad más profunda, los que sabemos orar debemos ser lo suficientemente humildes, sabios y afectuosos para mantener nuestros pensamientos puros.