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Protejamos el río de nuestros pensamientos

Del número de junio de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algún tiempo se incendió el río Cuyahoga de Ohio. Sus aguas estaban tan contaminadas debido a un derrame de petróleo que sencillamente estalló en llamas. Hay otros ríos que también se han incendiado por la contaminación de sus aguas. De igual manera parece contaminarse la consciencia humana. Si analizáramos nuestros pensamientos diarios, veríamos que son de dos clases: (1) ideas espirituales y puras acerca de Dios perfecto y hombre perfecto; (2) creencias materiales e impuras que suponen que la materia tiene vida, sustancia e inteligencia. Las ideas proceden de Dios y, algunas veces, se les llaman ángeles. Las creencias proceden de la mente mortal; son sugestiones mentales agresivas.

En nuestras conversaciones diarias tendemos a amontonar todos estos pensamientos y llamarlos nuestros pensamientos. Pero eso no es exactamente correcto. Sólo los ángeles de Dios son realmente nuestros. Son tan naturales para hombres y mujeres, como es el agua pura y cristalina para un río. Cualesquiera de las creencias materiales que pareciéramos tener no son verdaderamente nuestras. Son tan contranaturales como es la contaminación para un río. Sin embargo, parecieran ser nuestras — sugestiones de temor, insuficiencia, orgullo, envidia, lujuria y así por el estilo — y puede parecer tan difícil liberarse de ellas como sacar una mancha de jugo de uva de un traje blanco.

No siempre es fácil ver la diferencia entre los ángeles de Dios y las sugestiones contaminantes de la mente mortal. Pero siempre hay caminos. Por ejemplo, podemos preguntarnos si nuestros pensamientos están de acuerdo con el espíritu y la letra de los Diez Mandamientos. La obediencia a los Mandamientos es básica para el progreso espiritual del individuo o de la sociedad. También podemos preguntarnos si nuestros pensamientos están en armonía con las Bienaventuranzas y con las enseñanzas de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Pero sobre todo, cuando examinamos nuestros pensamientos, es necesario tener una actitud de humildad y desear hacer lo que es justo y bueno. Entonces oímos los mensajes de Dios, y si cometemos un error en nuestro juicio, la humildad nos hace recurrir nuevamente a Dios; Él nos guiará por el camino correcto.

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