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Cuando cursaba el segundo año de la escuela secundaria, tomé una...

Del número de junio de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando cursaba el segundo año de la escuela secundaria, tomé una decisión que me guió en dirección del bien continuo en mi vida. Había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde muy niña. Aunque mi familia se inclinaba a los ideales básicos de la Ciencia, no asistían a la iglesia con regularidad, ni estudiaban ni practicaban la Ciencia en aquel tiempo. Durante mi segundo año en la escuela secundaria, una dedicada maestra de la Escuela Dominical que con inspiración compartía sus conocimientos con nosotros me alentó a pensar mucho en la Ciencia Cristiana y la importancia que ésta tenía en mi vida. Llegué a un punto de comprensión en que tenía que decidir por mí misma: “¿Era ésta la verdad?” Decidí que sí lo era.

Poco tiempo después de llegar a esa decisión, fui impelida a tomar otra decisión acerca de mi futura profesión, y a qué universidad iría. Como soy miembro de una familia de diez que cuenta con módicos ingresos, el alto costo de los estudios en la universidad parecía prohibitivo. Sin embargo, tenía confianza en que Dios me estaba guiando, y me mantuve firme en mi decisión. Pensé mucho sobre el cuidado que Dios tiene del hombre, y sabía que si la universidad que yo había elegido era el mejor lugar para mí, Dios me daría todo lo necesario para asistir a ella.

Al comenzar el primer año en la universidad, contaba yo con el dinero suficiente para el primer trimestre, el cual había ahorrado del trabajo que había hecho durante todo el verano y durante mi último año en la escuela secundaria. El préstamo que iba a recibir no era suficiente para cubrir mis gastos para todo el año. Llegó diciembre, y yo tenía que pagar el segundo trimestre. Continué orando con constancia y sinceridad, confiando en que Dios me proporcionaría lo que necesitara.

A principios de ese año supe que por primera vez los estudiantes no graduados podían solicitar becas del estado. ¡Qué felicidad saber justamente antes de la Navidad que recibiría la beca completa que había solicitado! ¡Fue como maná del cielo! Me hizo recordar el relato de la Biblia cuando Cristo Jesús alimentó a la multitud (Mateo 14:14–20). Después que los panes y los peces fueron multiplicados para alimentar a tanta gente, sus discípulos “recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas”. Ahora podía cancelar dos terceras partes del préstamo que iba a recibir. Seguí recibiendo la beca del estado cada año, además de otras fuentes de ayuda económica. Cada año, al presentarse nuevas necesidades económicas, encontraba provisión como resultado de mi perseverante oración.

Entre octubre y diciembre de mi primer año en la universidad, me había alejado, durante un corto período, de la Ciencia Cristiana, y en mi estudio de la Ciencia me faltaba inspiración. El temor de que posiblemente no aprobara algunos cursos amenazaba robarme la alegría. Mi familia estaba enfrentando desafíos que me perturbaban profundamente. Empecé a preguntarme si realmente yo tenía un objeto en la vida, y por qué estaba aquí. En esos momentos de gran lucha y confusión mental, conocí a una Científica Cristiana cuya expresión del Cristo me ayudó a ver claramente más allá de toda la ilusión de temor y frustración.

Lo que más recuerdo es su firme declaración de que yo era hija perfecta de Dios, y que no podía condenarme a mí misma, porque no podía condenar a la hija perfecta de Dios. Comprendí que mi identidad era la singular e individual expresión de Dios, y que también podía pensar de esta manera acerca de los miembros de mi familia, viendo a cada uno de ellos como el hijo perfecto de nuestro Padre-Madre, Dios. Me sentí como una persona nueva, y comencé a leer y a estudiar la Ciencia Cristiana con renovado vigor, devoción y comprensión. Siguieron varias curaciones; y por primera vez comencé a tener fe en mi propia habilidad para curarme a mí misma y a otros, y así lo hice.

Al lado del título marginal: “Dirección espiritual” en Ciencia y Salud, la Sra. Eddy ha escrito: “Tal como los hijos de Israel fueron guiados triunfalmente a través del Mar Rojo, el obscuro flujo y reflujo del temor humano, — tal como fueron conducidos a través del desierto, caminando cansados por el gran yermo de las esperanzas humanas, en espera del goce prometido,— así la idea espiritual guiará todos los deseos justos en su jornada de los sentidos hacia el Alma, de un concepto material de la existencia al espiritual, hasta alcanzar la gloria preparada para los que aman a Dios” (pág. 566). He encontrado que el estudio consagrado de la Ciencia Cristiana aclara nuestra visión mental para poder ver y darnos cuenta de los hechos divinos — lo que es espiritualmente verdadero — y rechazar como irreal lo que no es de Dios.


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