Cuando cursaba el segundo año de la escuela secundaria, tomé una decisión que me guió en dirección del bien continuo en mi vida. Había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde muy niña. Aunque mi familia se inclinaba a los ideales básicos de la Ciencia, no asistían a la iglesia con regularidad, ni estudiaban ni practicaban la Ciencia en aquel tiempo. Durante mi segundo año en la escuela secundaria, una dedicada maestra de la Escuela Dominical que con inspiración compartía sus conocimientos con nosotros me alentó a pensar mucho en la Ciencia Cristiana y la importancia que ésta tenía en mi vida. Llegué a un punto de comprensión en que tenía que decidir por mí misma: “¿Era ésta la verdad?” Decidí que sí lo era.
Poco tiempo después de llegar a esa decisión, fui impelida a tomar otra decisión acerca de mi futura profesión, y a qué universidad iría. Como soy miembro de una familia de diez que cuenta con módicos ingresos, el alto costo de los estudios en la universidad parecía prohibitivo. Sin embargo, tenía confianza en que Dios me estaba guiando, y me mantuve firme en mi decisión. Pensé mucho sobre el cuidado que Dios tiene del hombre, y sabía que si la universidad que yo había elegido era el mejor lugar para mí, Dios me daría todo lo necesario para asistir a ella.
Al comenzar el primer año en la universidad, contaba yo con el dinero suficiente para el primer trimestre, el cual había ahorrado del trabajo que había hecho durante todo el verano y durante mi último año en la escuela secundaria. El préstamo que iba a recibir no era suficiente para cubrir mis gastos para todo el año. Llegó diciembre, y yo tenía que pagar el segundo trimestre. Continué orando con constancia y sinceridad, confiando en que Dios me proporcionaría lo que necesitara.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!