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Hace algunos años, aunque me consideraba un sincero estudiante de...

Del número de junio de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años, aunque me consideraba un sincero estudiante de Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), a menudo me sentía como un jugador suplente en un juego de fútbol, que pasa mucho tiempo sentado en la banca. Sentía que me faltaba esa plena convicción espiritual que guía hacia las alturas de la curación y la regeneración. Decidido a vencer esta deficiencia, comencé un completo y profundo estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Mi meta: obtener un concepto más claro de mi verdadera identidad y mi relación con Dios. Comprender la identidad espiritual del hombre nos libera y nos da dominio.

Pronto tuve que probar mi naciente convicción espiritual. Acababa de entrar en un estacionamiento de automóviles, cuando súbitamente dos jóvenes abrieron la puerta del coche y me enfrentaron. Uno tenía una pistola, y me amenazó con quitarme la vida si no les entregaba mi billetera y las llaves del coche. Después que se las di, me encerraron en el baúl y se llevaron el coche. Al principio me sentí anonadado por el peligro; me era difícil respirar, y grité. Pararon el coche. Los jóvenes volvieron a amenazarme de muerte si no me quedaba quieto, y me dieron un golpe en la cabeza. Me encerraron nuevamente con llave en el baúl, y continuó el viaje.

Esto inmediatamente me sacudió para que empezara a aplicar las verdades de esta Ciencia. Me tranquilizaron estas palabras (Salmo 46:10): “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Me quedé tan quieto y callado como pude, tanto física como mentalmente. Empezó a ceder la sensación de pánico cuando yo con voz callada y suave repetí el Padre Nuestro, con su interpretación espiritual, dada en Ciencia y Salud (ver págs. 16-17). En esta calma con mayor facilidad acepté y afirmé verdades consoladoras que venían de la Mente divina. Vi la necesidad de remplazar todo temor con el entendimiento de que esta Mente gobierna y dirige completamente a Su idea, el hombre.

Pensé en estas palabras (Ciencia y Salud, pág. 571): “Revestido con la panoplia del Amor, el odio humano no podrá alcanzarte”. Afirmé que la eterna presencia de Dios, el bien, es todo lo que verdaderamente mueve a todo el universo. Como idea espiritual, el hombre no tiene sustancia material que el error pueda tocar, reconocer o dañar. Medité sobre algunas líneas del Salmo noventa y uno, con su mensaje de protección y seguridad. También recordé la declaración de la Sra. Eddy (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, págs. 149-150): “Recuerda que no puedes estar en ninguna condición, por más severa que sea, en la que el Amor no haya estado antes que tú, y donde su tierna lección no te espere. Por consiguiente, no desesperes, ni murmures, porque lo que busca salvar, sanar y libertar te conducirá, si buscas esta dirección”.

De esta manera vi mi situación sencillamente como otra oportunidad para probar la omnipresencia y omnipotencia de Dios. Me di cuenta con creciente claridad de que Dios y el hombre son por siempre inseparables, y que el hombre puede reflejar solamente el bien, la paz y la armonía. Mi identidad como reflejo de Dios estaba por siempre a salvo y segura bajo Su cuidado. A medida que pasaban las horas estas afirmaciones de la verdad me daban mayor confianza, y tuve la certeza de que se me liberaría sin hacerme daño.

Finalmente el coche se detuvo — había sido abandonado en una carretera. Yo podía oír otros coches y camiones pasar. Uno de ellos se detuvo detrás de mi coche. Grité, y pronto tres policías abrieron el baúl y se alegraron al ver que no se me había hecho ningún daño. Para entonces mis secuestradores ya habían sido capturados. Yo había estado en el baúl casi siete horas.

Cuando recurrimos a Dios con absoluta confianza, reconociendo Su bondad y amor, encontramos nuestro camino verdadero, seguro, hacia la armonía y seguridad presentes.


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