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Un nuevo concepto sobre los terremotos

Del número de junio de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La agitación que sufren las falsas creencias antes de ser destruidas es lo que los Científicos Cristianos llaman catálisis. “Por catálisis quiero designar la transformación que la mente y el cuerpo mortal experimentan en el cambio de la creencia de una base material a una base espiritual”,Ciencia y Salud, págs. 168–169; explica la Sra. Eddy. Por lo general, casi siempre ocurre una conmoción en el pensamiento cuando se efectúa una curación espiritual, pero este proceso no tiene por qué presentarse con sufrimiento o con acontecimientos catastróficos. La curación espiritual puede ocurrir sin que ni siquiera nos demos cuenta cuando ocurre. El temor y el sufrimiento, que aparentemente causa la catálisis, dependen del grado de nuestra creencia en la realidad de la mortalidad.

¿No hay acaso aquí una analogía con esos acontecimientos perturbadores que llamamos terremotos?

Geológicamente considerados, los terremotos descargan presiones reprimidas y son una parte natural del desarrollo de la corteza terrestre. ¿Por qué hemos de esperar que causen daño? ¿No debiéramos concluir que los terremotos parecen destructivos para la vida humana porque la mayoría de la humanidad está firmemente convencida de la existencia de una mente carnal y mortal — que se supone ser, por cierto, la única mente? La gente cree que esta mente está subordinada a un cuerpo material, y el cuerpo material a los caprichos de la naturaleza.

Pero la Ciencia Cristiana muestra que, mediante una inteligente obediencia a la Verdad, tenemos la habilidad otorgada por Dios para vencer todos los elementos destructivos. Esto incluye la eliminación del mal asociado con los terremotos. Los científicos de ciencias naturales se han dado a la tarea de predecir los acontecimientos de la materia y de controlarlos. Nuestra tarea como videntes espirituales es la de percibir el dominio que Dios ejerce sobre esas fuerzas terrestres que se suponen materiales y cooperar con ese dominio, sin tener que investigar las leyes físicas. Así como la Verdad que el practicista comprende se ve que trae armonía a la experiencia del paciente, así también veremos que la Verdad modelará la futura experiencia del mundo a medida que sometemos nuestros pensamientos a lo que Dios sabe de Su universo.

Uno comunmente oye calificar a un devastador terremoto como un acto de Dios. Esto es una calumnia a la naturaleza divina, un caso individual de la manera de pensar temerosa y mesmérica que se manifiesta como destrucción en las ciudades. ¿Cómo podría el afectuoso Padre-Madre Dios destruir a alguno de Sus hijos?

Puesto que el daño asociado con un terremoto surge solamente del mesmerismo de la mente mortal, este mesmerismo es lo que necesita corregirse en cada caso. Puede dividirse en varias categorías: la creencia de que la materia tiene poder propio para desarrollarse; un falso concepto sobre lo que constituye el ambiente; falta de comprensión acerca de la relación con Dios de todas las cosas que Él ha creado.

La creencia en la autoevolución y autogobierno de la materia se evidencia en la estructura geológica de la tierra, en las transformaciones continuas que sufre, aunque generalmente imperceptibles. Por ejemplo, la zona sísmica alrededor del círculo exterior del Océano Pacífico se cree que ha sido originada por movimientos de enormes planchas oceánicas y continentales. ¿Dónde está Dios en este cuadro? Si la materia se desarrolla a sí misma y se gobierna a sí misma, entonces tiene que ser real; el universo tiene que ser material, capaz de existir sin Dios. Por otra parte, si uno acepta la afirmación de que la materia es el producto del Espíritu, esto hace a Dios responsable de todo desastre, y somos susceptibles a creer en un Dios de ira.

Es evidente que jamás encontraremos en la materia una solución satisfactoria para nuestro sentido moral y espiritual. La humanidad tiene que llegar a reconocer que el universo es totalmente espiritual, y la ley divina la única ley. Tenemos que destruir el mesmerismo de creer que la sustancia y la inteligencia están en la materia.

Específicamente, ¿cómo podríamos corregir el concepto de que el ambiente es destructible y destructivo? La Sra. Eddy escribe: “La atmósfera de la mente mortal constituye nuestro ambiente mortal”.Escritos Misceláneos, pág. 86; Sólo la mente mortal dice que hay un hombre finito que es herido o destruido por materia que cae. Este cuadro, del todo finito y material, tiene que ser invertido. Dios es Espíritu infinito, y Su idea — el hombre y el universo — es espiritual. El hombre espiritual mora eternamente en la presencia de Dios. Las siguientes palabras de la Sra. Eddy, que se encuentran en la primera parte de su definición de “Iglesia” en el Glosario de Ciencia y Salud: “La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él”,Ciencia y Salud, pág. 583; debieran darnos confianza en la indestructibilidad de la estructura verdadera. No hay una sola fuerza destructiva en la Mente que pueda causar el desplome de algo que sea real.

La tendencia es la de sentirse desamparado cuando todo lo que nos rodea está sacudiéndose y parece inestable. ¿No es esto creer que estamos aislados de Dios, que somos pequeños mortales defendiéndonos de la materialidad de la mente mortal? Aunque lo que ocurra a nuestro alrededor parezca caótico, podemos saber que hay una sola Mente y que todo está bajo el gobierno del Principio divino. Por cierto que expresaremos dominio sobre toda la tierra a medida que lleguemos a comprender que la idea verdadera acerca de la tierra está incluida en cada reflejo individual de Dios.

Puesto que Dios es Mente y Todo-en-todo, la materia denominada tierra es un concepto equivocado. La Sra. Eddy define metafísicamente así a la “tierra”: “Una esfera; un símbolo de la eternidad e inmortalidad, que no tienen ni comienzo ni fin”. Y continúa: “Para los sentidos materiales la tierra es materia; para el sentido espiritual, es una idea compuesta”.ibid., pág. 585; Como el hombre incluye todas las ideas correctas, de hecho incluye en su propio ser todo lo que verdaderamente constituye la tierra. El hombre mortal está separado de la tierra material; se mueve sobre ella a voluntad y, no obstante, siempre está dependiendo de ella. Pero vista metafísicamente, la tierra es una idea compuesta incluida en la Mente divina y, por tanto, incluida en la consciencia del hombre inmortal.

Bien podríamos considerar más detalladamente lo que significa tener dominio sobre toda la tierra. Pensemos primero en las cualidades que sabemos que el hombre expresa: por ejemplo; fuerza, vitalidad, integridad, inteligencia, sabiduría, pureza, belleza. Luego pensemos cómo estas cualidades están indicadas en la naturaleza: en la fuerza que muestra un elefante, en la prístina belleza de un arroyuelo alpino, en la individualidad y unidad simbolizadas por las hojas de un árbol, etc. El hombre, la idea más elevada de la creación, expresa en perfecta simetría todas las cualidades e ideas concebidas por la Mente divina.

Para tener la perspectiva correcta que nos permita ver la nada del poder devastador de los terremotos, tenemos que asegurarnos de que nuestros pensamientos provienen de Dios y, por lo tanto, que no son destructivos. En el grado en que lo hagamos, la consciencia que abriguemos acerca de la tierra experimentará sólo lo que Dios nos comunique. De esta manera expresamos dominio sobre toda la tierra, porque la única realidad que la tierra tiene para nosotros, está en la consciencia que nos viene de Dios.

En este respecto, bien podríamos considerar el aspecto moral de los destructivos terremotos. Es concebible que así como el cuerpo humano manifiesta frecuentemente enfermedad como resultado de una manera de pensar temerosa o inmoral, así también los sucesos catastróficos en la naturaleza, tales como huracanes, terremotos u océanos contaminados, pueden, algunas veces, ser el resultado de conflictos prolíficos e inmorales latentes en el pensamiento del mundo. Si éste es el caso, entonces la eliminación de terremotos devastadores vendrá junto con la eliminación de estas tendencias impuras y depravadas. Un terremoto puede, por cierto, servir de advertencia a la gente y a las naciones para purificarse del culto a la materia y a la personalidad, y para obedecer el Primer Mandamiento.

Vista metafísicamente, la tierra refleja la actividad de la Mente divina mediante el desarrollo de las ideas siempre lozanas de la Mente. Esta actividad continúa sin causar daño a nada de la creación de Dios; sólo un punto de vista material de las cosas podría afirmar lo contrario. Si sentimos que la tierra tiembla, podemos de inmediato recordar la admonición de despojarnos del “viejo hombre” que se supone que vive independientemente de Dios en un ambiente material, y revestirnos del “nuevo hombre” que mora eternamente en la presencia de Dios. Podemos saber que por siempre somos receptivos a la actividad correcta de la Mente — que esta actividad es nuestro ser mismo.

Cuando Pablo y Silas fueron encarcelados y encadenados en un calabozo interior de la cárcel, cantaron himnos a Dios. En respuesta a sus oraciones “sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron”. Hechos 16:26. Jamás debiéramos subestimar el poder de la oración. Mediante la oración eficaz, la humanidad puede ser liberada de la destrucción que tradicionalmente causan los terremotos.

¿Estamos reconociendo el gobierno de Dios en el desarrollo armonioso de todas las ideas? ¿Nos estamos aferrando a una comprensión inequívoca de lo que constituye nuestro ambiente eterno y espiritual? Las oraciones de unos pocos pueden preservar a una multitud.

El temblor de la tierra sirve para recordarnos la naturaleza transitoria de todas las cosas materiales y la gran promesa de que algún día, completamente libres de la creencia mortal, percibiremos plenamente el cielo en la tierra. Los pasos para este despertar, aun ahora, debieran ser, y pueden ser, inofensivos.

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