Una mañana me desperté en el dormitorio que ocupaba en la universidad y me sorprendí al ver que me había quedado dormida sobre los libros. Era época de exámenes y había estudiado la mayor parte de la noche, y me sentí desorientada. Miré el reloj. Se había parado, pero no me di cuenta de ello, así que, creyendo que estaba bien, salí corriendo hacia el salón de clase. ¡Estaba vacío! El conserje, lleno de curiosidad, me vio desternillándome de risa al mirar el reloj de la clase y me preguntó si me sentía bien. ¡Yo había llegado tres horas antes! Se rio conmigo y me dijo que podía estudiar en el aula hasta que llegaran los demás estudiantes.
Este incidente mostró claramente lo ridículo del temor que se había apoderado de mí. Decidí empezar otra vez — esta vez sabiendo que Dios gobernaba mis actividades. Era obvio que tenía que eliminar de mi vida el temor.
Antes de comenzar a estudiar de nuevo decidí dejar que Dios, la Mente omnipotente, me dirigiera. Comprendí, por supuesto, que Dios no sabe nada de examen material, o del tiempo o de quienes van a dar estos exámenes; por el contrario, lo que la Mente sabe es que Sus hijos son siempre perfectos, que viven sin temor en el Amor.
Puesto que sólo hay un Dios, la misma Mente que se expresa al escribir las preguntas de un examen, se expresa también al contestarlas. Sabía que la creencia de que hay muchas mentes mortales, o mentes separadas de la única Mente, Dios, no tenía poder para afectarme a mí o a la atmósfera espiritual en la que todos existimos. Todos expresamos la perfección de Dios, y nunca tratamos de competir para ocupar un lugar mejor o tener más poder que otros. Una afirmación de la Sra. Eddy que me ayudó a sanarme del sentido de competencia dice: “El Científico Cristiano está a solas con su propio ser y con la realidad de las cosas”.Message to The Mother Church for 1901, pág. 20;
Nuestra libertad de todo dominio que no sea el de la Mente divina se basa en el hecho de la unidad eterna del hombre con Dios. Esta relación está intacta, es inviolable e impide que el hombre pueda ser dominado en alguna oportunidad por el temor. ¿Cómo es posible que temamos a Dios, el bien? Es de especial importancia saber esto en época de exámenes, la época en que la mayoría de los estudiantes estudian frenéticamente a último momento, aun cuando hayan estudiado concienzudamente durante todo el semestre. Si no nos defendemos contra esto, puede mesmerizarnos. En el Manual de La Iglesia Madre la Sra. Eddy nos da instrucciones precisas para defendernos diariamente. Ver Man., Art. VIII, Sec. 6; Ningún estudiante de la Ciencia Cristiana es demasiado joven o tiene demasiada experiencia para poder pasar por alto estas directivas específicas.
Esa mañana terminé temprano el repaso para el examen y después tuve oportunidad de ayudar a calmar el temor de una compañera, que también había llegado temprano. Mis calificaciones, que habían sido mediocres en esta asignatura, subieron considerablemente pues en ese examen saqué las notas más altas.
Puede eliminarse el temor en todos los aspectos de nuestra vida. Tal vez una cita inminente, o una reunión con nuestro jefe, nos ponga fuera de sí. Cerciorémonos de que hemos examinado nuestros motivos e intenciones. La actividad gobernada por Dios se basa en el Principio, y, actuando desde este punto de vista, estaremos a salvo y en paz. La actividad que comienza con la obstinación humana o impulsos carnales está sujeta al fracaso y al infortunio y encadenada por el temor. Pero cuando manifestamos el amor que quisiera bendecir, nuestros móviles desinteresados aseguran el orden y la realización. “El perfecto amor echa fuera el temor”, 1 Juan 4: 18. nos dice la Biblia.
La pesadilla de temor paralizante pierde su supuesta pretensión de poder en la proporción en que entendamos que todo el bien siempre se está manifestando en el reino omnipresente de Dios. Entonces nada puede dominar la serenidad, semejante a la del Cristo, que nos pertenece.
Cuando te acuestes, no tendrás temor,
sino que te acostarás,
y tu sueño será grato.
No tendrás temor de pavor repentino,
ni de la ruina de los impíos
cuando viniere,
porque Jehová será tu confianza,
y él preservará tu pie de quedar preso.
Proverbios 3:24–26
