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Hace unos años, tres amigos y yo decidimos pasar el verano escalando...

Del número de junio de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace unos años, tres amigos y yo decidimos pasar el verano escalando montañas en los Alpes. Durante muchos meses todos los momentos que teníamos disponibles los dedicamos a entrenarnos. Nos estábamos preparando para subir un mínimo de ocho a diez horas diarias. Íbamos a llevar no sólo nuestro pesado equipo personal, sino también alimentos y leña.

Tres semanas antes de la fecha de nuestra partida, desperté una mañana con mucho dolor y no me podía mover. Por ser empleada pública, se me exigió un examen médico, y se llamó a un doctor. Él diagnosticó que se trataba de un caso agudo de ciática. Un especialista confirmó este diagnóstico y dijo que no podría caminar por lo menos durante tres semanas, mucho menos escalar montañas, y que nuestros planes tendrían que cancelarse. Agregó que si iba a practicar el alpinismo sería inevitable una repetición de la ciática.

Después de escuchar este veredicto, y habiéndome desvinculado de toda atención médica, inmediatamente telefoneé a una practicista de la Ciencia Cristiana para solicitar ayuda. Me dijo que estudiara la alegoría de un juicio ante un tribunal que se encuentra en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, páginas 430 a la 442. Que no debía aceptar el veredicto del “Tribunal del Error”, sino llevar el caso directamente al “Tribunal del Espíritu”. La practicista puso en claro que por muchos testigos que la Creencia Errónea traiga a declarar, siempre son testigos falsos. El Tribunal del Error no tiene jurisdicción sobre el hombre perfecto que Dios creó y, por consiguiente, no puede sentenciarlo a sentir dolor ni a estar incapacitado. Yo sabía que no se había quebrantado ninguna ley espiritual y que en el reino de Dios no hay leyes físicas para quebrantar. Según dice el Juez Justicia (págs. 441–442): “Ante el tribunal del Espíritu divino no hay juicios por enfermedad. Allí el Hombre es declarado inocente de quebrantar leyes físicas, puesto que tales leyes no existen”. En tres días sané completamente, y pasamos el verano como lo habíamos planeado. Si bien escalamos la mayor parte del tiempo con ventiscas, a menudo hundiéndonos hasta la cintura en la nieve recién caída, no se produjo ningún efecto negativo; a decir verdad, la enfermedad había simplemente desaparecido. Realmente, como dice la Sra. Eddy al finalizar su alegoría (pág. 442): “Hombre Mortal que ya no estaba enfermo ni preso, salió, — sus pies ‘hermosos sobre las montañas’, como los de ‘aquel que trae buenas nuevas’ ”. Desde entonces he participado en numerosas competencias de esquí a campo traviesa y he escalado muchas montañas, y esta curación ha sido permanente.

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