Quienes están en la práctica sanadora de la Ciencia Cristiana, y han atendido casos de embarazos, a veces encuentran que en el momento del parto parecieran presentarse fuerzas trabajando en direcciones opuestas. El resultado es esfuerzo. Pero elimínese la creencia en fuerzas opuestas y el nacimiento será sin esfuerzos.
La hora por cierto ha llegado para que la idea espiritual que conocemos como Ciencia Cristiana nazca para todo el mundo y éste la acepte como su propia amada idea. Quienes saben lo suficiente de Ciencia Cristiana como para ponerla en práctica consecuentemente, tienen ante ellos la oportunidad de dar a conocer esta idea espiritual. El mundo la necesita, y a medida que se venza la resistencia, la nueva idea se recibirá con gozo y amor.
Para vencer la resistencia, quien esté atendiendo a un nacimiento necesita primero reconocer su propia resistencia a la naturaleza espiritual de lo que está ocurriendo, y eliminar esta resistencia. En el grado en que haya establecido claramente en su propio pensamiento que su misión al atender un nacimiento no es la de un mortal tratando a otro mortal, sino una idea espiritual reconociendo y adorando a la Mente infinita y a la manifestación de esa Mente, entonces podrá descubrir y disolver lo que parezca presentar resistencia a un nacimiento armonioso. Un problema clave al presentar la Ciencia Cristiana al mundo es, por lo tanto, ver la manera de identificarnos como ideas, como entidades espirituales, no materiales.
Cuando un problema parece desafiar la solución, ésta a menudo se halla en algún punto tan evidente — tan obvio, que no se nos ocurre considerarlo. ¿Y dónde está nuestra resistencia a nuestro nacimiento como ideas espirituales de la Mente única? No creo que esté en nuestra ineptitud para discernir o entender verdades lejanas y ocultas o para comprender secretos profundos y oscuros, sino que yace en nuestra resistencia a la verdad con la cual nosotros, como Científicos Cristianos, creemos estar más familiarizados, o sea, la verdad establecida en las palabras de la Sra. Eddy como parte de “la declaración científica del ser” — la verdad de que “no hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”.Ciencia y Salud, pág. 468; Parecemos estar esforzándonos para vencer todo lo demás — toda clase de influencias e “ismos” — pero el esfuerzo se debe a la aparente tenacidad de nuestra dependencia en la materia. Cuando no descubrimos esta dependencia, ella se opone a nuestra comprensión de la nada de la materia y de la totalidad de la Mente.
Podemos encontrar señales de esta oposición al presentar la Ciencia Cristiana a otros. ¿Decimos simplemente: “Pruebe la Ciencia Cristiana, y sus dolores y penas desaparecerán. Sus problemas de dinero se resolverán. Sanará usted de sus dolencias sin tener que operarse”? ¿Promueve esta promesa de una vida más fácil en la materia el nacimiento de la idea espiritual? ¿No muestra más bien el valor que damos a las cosas materiales? ¿Y no es tiempo ya de que experimentemos el nacimiento espiritual, el cual sacará a luz la belleza, la atracción y la vitalidad del Espíritu? ¿De qué otra manera podemos romper la resistencia del mundo a la Ciencia Cristiana?
Las palabras de Jesús: “Ha llegado la hora” nos guían hacia lo que puede ser la más significativa de las analogías. En Juan 12 leemos: “Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Y continúa: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará”. Juan 12:23–25;
Cristo Jesús estaba, por supuesto, hablando de su próxima crucifixión y resurrección. Pero su referencia a la manera en que enfocamos nuestra vida en este mundo muestra que su profecía involucraba mucho más que un acontecimiento venidero. Estaba explicando lo que ocurre a lo que consideramos nuestra vida material cuando nos volvemos y buscamos la vida en el Espíritu.
Su crucifixión y su resurrección ilustran vívidamente cómo nuestro progreso hacia el Espíritu viene sólo cuando enterramos nuestro sentido de existencia material. Y señalan específicamente hacia aquel factor esencial en el progreso de la Ciencia Cristiana en estos tiempos: nuestro propio reconocimiento de que somos seres espirituales.
Libre torrente de ideas espirituales
Cuando Jesús alimentó a los cinco mil, no fue una cuestión de cuántos panes, cuántos peces, cuánta gente. Y si él estuviera aquí ahora considerando cómo alimentar a un mundo hambriento con verdades espirituales, no sería asunto de cuántos miembros de la iglesia, cuántos practicistas, cuánta gente. La idea del Cristo que él ejemplificó — la idea verdadera de Vida y Amor — lo incluye todo en el Uno infinito. Y la ley de Vida y Amor que él practicó no podía dejar de interpretar esa idea verdadera de la manera que satisface la aparente necesidad humana, sea cual sea esa necesidad.
La Ciencia Cristiana es la ley de la Vida y del Amor. Interpreta la verdad en nuestros días, revelando, en palabras que podemos comprender, la inexistencia de la materia y las grandes realidades de la Mente.
Cuando se siembra un grano de trigo, éste parece estar muerto, pero no lo está. El resultado es una planta que produce, tal vez, cientos de granos de trigo. El resultado de la muerte de la creencia que uno es un ser material, es una multiplicación de ideas que ya han sido alimentadas por el Amor divino. Cuando nuestro sentido mortal de personas — con su creencia de vida, verdad, inteligencia y sustancia en la materia — muere, y lo enterramos, el sentido físico cede al sentido metafísico, y la alimentación de multitudes con las verdades de la Ciencia Cristiana ya no es cuestión de números.
“Ha llegado la hora” para que la gente en todas partes del mundo capte el espíritu de la Ciencia Cristiana, para que recurra a ella y encuentre la verdad. “Ha llegado la hora” para que las Iglesias de Cristo, Científico, a través del mundo, aumenten su influencia en sus comunidades y sus naciones. “Ha llegado la hora” para que las personas entren en la práctica de la Ciencia Cristiana y hagan el trabajo sanador que es demasiado brillante como para quedar oculto debajo de un almud.
Consideremos la necesidad de contar con practicistas. ¿Qué mueve a una persona a dedicarse a la práctica? Uno puede concluir que quiere hacerlo debido a su gratitud a Dios por lo que ha progresado gracias a la Ciencia Cristiana. Ama a Dios. Ama al movimiento de la Ciencia Cristiana. Quiere ser parte de él. Éstos son buenos móviles, ¿pero son lo suficientemente buenos como para hacer de tal persona un practicista de éxito?
“Si el grano de trigo no... muere, queda solo”. Si aquel que decide entrar en la práctica no pierde su sentido de vida en la materia, se sienta en una oficina solo. El mero entusiasmo, por grande que sea, por la buena cosa que la Ciencia Cristiana es, o sólo las buenas intenciones, no harán de por sí de él un practicista de éxito. Pero cuando una persona encuentra que se ha enterrado mucho del sentido humano que abrigaba acerca de sí misma, o que este sentido ha cedido al divino, o sea, cuando ya no encuentra vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia, entonces no tiene otra vida que vivir que no sea la vida de un practicista. Simplemente no puede hacer otra cosa. Pablo lo expresó así: “Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Col. 3:3;
La Sra. Eddy amplía esta declaración en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, cuando dice: “La muerte de un concepto material erróneo y del pecado, no la muerte de la materia orgánica, es lo que revela al hombre y la Vida como armoniosos, reales y eternos”.Ciencia y Salud, pág. 296; ¿Podemos trabajar y orar honestamente por la muerte de nuestro sentido material, de manera que la Vida nos sea revelada? La dirección en la que podemos ir para abandonar un sentido material de la vida no tiene fin, y no hay límite para los resultados que se obtienen a medida que lo hacemos.
Llegando a la humanidad
Parecemos aceptar felices la resurrección de Jesús como nuestra resurrección. ¿Pero estamos tan felices de aceptar su crucifixión como nuestra crucifixión? En Escritos Misceláneos, hablando del clamor de Jesús en la cruz, la Sra. Eddy dice: “Jesús, como hijo del hombre, era humano; Cristo, como Hijo de Dios, era divino. Esta divinidad estaba llegando a la humanidad por medio de la crucifixión de lo humano — esa demostración trascendental de Dios, en la cual el Espíritu probó su supremacía sobre la materia”.Esc. Mis., pág. 63; A medida que nuestra verdadera naturaleza, el Cristo, se eleve más alto en el punto de vista que abrigamos acerca de nosotros mismos, otros verán que el Cristo es la verdadera naturaleza de ellos también. La luz que reflejemos los hará sentir algo de sus propias posibilidades infinitas, algo de su libertad, del amor para con Dios que es la esencia misma del ser.
Si hemos de acercarnos a nuestro prójimo, a nuestra comunidad, a nuestro mundo con la verdad de la Ciencia Cristiana, necesitamos ir más allá de los métodos dirigidos meramente a aumentar el número de Científicos Cristianos. Esto de ninguna manera sugiere que deban abandonarse los esfuerzos apropiados para promover la Ciencia Cristiana o que debamos simplemente sentarnos y esperar a que nos venga la salvación del Señor. Pero sí, significa que, en lugar de compartir sólo pedacitos de pescado y de pan, o sea, que en lugar de dar de nuestro presente conocimiento limitado de la verdad, ¿no debiéramos prepararnos de manera que lo que estemos dando sea lo que Jesús dio a las multitudes? Lo que él dio tiene que haber sido la idea pura y espiritual de la Mente infinita, la cual el Cristo, la Verdad, interpretó para cada uno de los presentes como el alimento que cada cual necesitaba. Y este alimento viene ahora de la Mente divina como frescas y nuevas ideas espirituales, que nosotros mismos vemos por primera vez. Nos vienen, y las reconocemos porque hemos abierto nuestros corazones a la corriente de ideas que fluyen del Amor divino al hombre.
Al alentar a alguien a estudiar la Ciencia Cristiana, ¿debiéramos hablarle de los beneficios que esta Ciencia puede traerle como mortal o persona material o hablarle, en cambio, de la verdad del ser? ¿Es la verdad del ser menos interesante, menos atractiva o beneficiosa que el satisfacer necesidades materiales personales? Si creemos que lo es, ¿no necesitamos entonces nacer de nuevo a fin de que nuestra luz pueda dar a conocer lo que vale la Verdad?
Y el Científico Cristiano que está considerando dedicarse a la práctica, ¿debiera pensar en términos del número de pacientes que pueda tener o en términos de lo que la vida, la verdad, la inteligencia y la sustancia realmente son? Cuando le es claro que su sentido de la vida, la verdad, la inteligencia y la sustancia es en realidad — no teóricamente, sino en realidad— más espiritual que material, encontrará su sentido de la vida en la “divinidad... llegando a la humanidad por medio de la crucifixión de lo humano — esa demostración trascendental de Dios, en la cual el Espíritu probó su supremacía sobre la materia”. Con tal sentido de la vida, no es posible que nos falten oportunidades para servir como practicistas.
Ahora bien, ¿cómo va a ganar el Científico Cristiano este sentido más espiritual de la vida? Por cierto que no diciéndosele cuán fácil es practicar esta Ciencia, sino esforzándose él mismo por obtener ese sentido que está consciente de la verdad de que la vida, la inteligencia y la sustancia son espirituales. Y para lograrlo, necesita cruzar la clara línea que distingue entre el Científico Cristiano teórico y el Científico Cristiano práctico; entre el que está seguro de que sabe las respuestas del libro de texto pero que hace poca curación efectiva, y el que tal vez hable poco, pero sane mucho. El Científico Cristiano práctico y de éxito comprende el mensaje de la Biblia, y particularmente el mensaje de Jesús.
El Científico teórico considera la Ciencia Cristiana sólo como una serie de reglas para aprender las cuales, cuando se aplican, producen resultados automáticamente. Pero el Científico práctico ve que esta Ciencia involucra mucho más. La Sra. Eddy dice: “La Ciencia Cristiana puede absorber la atención del sabio y del filósofo, pero sólo el cristiano puede comprenderla”.Ciencia y Salud, pág. 556; Ahora bien, ¿quién es el cristiano? Considero que el cristiano es aquel que tiene algún sentido de la verdad del ser como se la expone en los acontecimientos históricos registrados en la Biblia — la lucha de esa porción de la humanidad que creía en Dios y siempre buscaba una esperanza cada vez más elevada hasta que, finalmente, ésta fue reconocida en la incorporación de la Verdad. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16;
Un cristiano que cree aun este poquito, cree mucho. De manera que un Científico Cristiano que ignora este poquito, ignora mucho. Ninguno de nosotros puede comprender la Ciencia Cristiana sin ser un cristiano cabal. Cuando sentimos el amor de Dios y el poder de la Verdad brillando a través de la consciencia mortal, revelándose en todos los períodos de la historia humana, podemos empezar a comprender el sentido científico de la vida, la verdad, la inteligencia y la sustancia — no residentes en la materia, sino enteramente espirituales.
Nuestro lugar en la continua revelación
Para practicar esta Ciencia y saber lo que estamos haciendo, necesitamos estar siempre conscientes de nuestro lugar en esta continua revelación de la Verdad. Cuando damos tratamiento en la Ciencia Cristiana no es suficiente pensar que estamos aplicando una verdad concerniente a la nada de la materia y a la totalidad de la Mente a una condición enferma que pareciéramos estar enfrentando. La razón de que no sea suficiente es porque creemos que es una mente humana la que aplica la verdad. Tenemos que llegar a reconocer que es la Verdad misma la que proclama lo que es verdadero.
El Cristo, la Verdad, siempre presente se ha estado manifestando a la consciencia humana a través de la historia humana. Lo vemos en Abraham, Moisés, Elías, Eliseo, Samuel, David, etcétera; lo vemos en Jesús y en los apóstoles; lo vemos en el descubrimiento y fundación de la Ciencia Cristiana por la Sra. Eddy. Y ahora lo vemos en los practicistas que dan tratamiento en varios casos hoy. Practicista y paciente han llegado a este punto en la historia — la historia de la consciencia humana cediendo al Cristo, la Verdad, siempre presente. Cuando vemos esto, jamás nos preguntamos si podremos tratar tal caso.
A medida que estudiamos lo que dice la Sra. Eddy sobre la Biblia, y especialmente sobre Jesús, vemos que ella contempló la vida y el trabajo de ella a la luz de la revelación bíblica, y por cierto que es así cómo nosotros también debiéramos contemplar nuestra vida y nuestro trabajo. Como cristianos, comprendemos la verdad de la Ciencia Cristiana. Como Científicos Cristianos, aprendemos de Jesús que el grano de trigo, la creencia de que somos mortales viviendo en cuerpos materiales, tiene que morir si hemos de encontrar nuestra vida y lograr que lleve fruto.
En ese maravilloso artículo en La Unidad del Bien, titulado “Sufrimiento ocasionado por los pensamientos de otros”, la Sra. Eddy dice: “La única existencia consciente en la carne es el error en alguna forma, — pecado, dolor, muerte,— un sentido falso de vida y felicidad. Si los mortales se sienten contentos en esta llamada existencia, es porque están en su elemento natural de error, y tendrán que sentirse descontentos, desasosegados, antes de que el error pueda ser aniquilado”. Y continúa diciendo, refiriéndose a Jesús: “Sus perseguidores mofándose le dijeron: ‘¡Sálvate a ti mismo! ... ¡desciende de la cruz!’ Esto era precisamente lo que él estaba haciendo, descendiendo de la cruz, salvándose de acuerdo con sus enseñanzas, por la ley de la supremacía del Espíritu; y esto lo hizo a través de lo que humanamente se llama agonía”.La Unidad del Bien, págs. 57–58;
¿Tememos la crucifixión de la carne? ¿Tememos sufrir por lo que “humanamente se llama agonía”? La gente pensó que Jesús se quedó en la cruz y que murió allí. Pero estaba descendiendo de la cruz. Estaba dejando atrás lo que la gente creía que era su identidad. Estaba abandonando lo que él sabía que tenía que abandonar porque ésa no era su identidad verdadera. Y nos dijo: “El que pierde su vida por causa de mí, la hallará”. Mateo 10:39;
La Sra. Eddy escribe: “Los seguidores de Cristo bebieron de su copa. La ingratitud y persecución la llenaron hasta el borde; empero Dios derrama las riquezas de Su amor en el entendimiento y los afectos, dándonos fuerzas según nuestros días”.Ciencia y Salud, pág. 5. A medida que vencemos nuestro temor a la crucifixión de nuestro sentido material de la vida, nuestro claro reconocimiento de la Vida inmortal mitigará los temores que otros tengan concerniente a la verdad científica del ser. Nuestra Vida es Dios; nuestra identidad es una identidad de éxito, identidad ilimitada — expresiva de la Vida. Nuestro trabajo como Científicos Cristianos es mucho más que el compartir la Ciencia con otros o el tener unos cuantos pacientes por día, o dar libros de texto o literatura. Aunque hagamos todas estas cosas, nuestra actividad verdadera está en la consciencia del Cristo, la Verdad. Está en “la declaración científica del ser”, comprendida. Está en nuestro reconocimiento del lugar que nos corresponde en la revelación de la Verdad, la revelación de la Ciencia, la revelación de la nada de vida, verdad, inteligencia y sustancia en la materia y de la totalidad de la Mente.
En la medida en que lleguemos a conocer la verdad, encontraremos que “la hora” verdaderamente “ha llegado” cuando la Verdad establezca el reino de Dios sobre la tierra; y sabremos que tenemos más que suficiente de todo lo que necesitamos para hacer lo que haya que hacerse.
