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Para que nuestras reuniones sean eficaces

Del número de junio de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la operación de las instituciones — gubernamentales, educativas, religiosas o de cualquier otra índole — las reuniones son esenciales. Y, sin embargo, muy a menudo son frustrantes e ineficaces. ¿Cuál es el remedio?

La Sra. Eddy hace una declaración cuya verdad, cuando se recurre a ella, regenera nuestras reuniones así como nuestros cuerpos: “De la necesidad de elevar la raza nace el hecho de que la Mente lo puede hacer; porque la Mente puede impartir pureza en vez de impureza, fuerza en vez de flaqueza y salud en vez de enfermedad. La Verdad es un alterante para todo el organismo, y puede volverlo ‘enteramente sano’ ”.Ciencia y Salud, pág. 371;

En el grado en que la actividad contribuye al bienestar y progreso de la humanidad, manifiesta un ímpetu divino. Podemos ver que tal actividad está gobernada por el poder de la Mente, Dios, quien guía, sostiene y protege todo aspecto de su operación, incluyendo las reuniones que son necesarias. El propósito de Dios tiene que cumplirse, por lo tanto el Padre, el Amor divino, conserva todo lo que está de acuerdo con Su propósito y proporciona todo lo que se necesita.

En realidad, vemos al poder divino en acción en nuestras reuniones cuando mediante nuestras oraciones por ellas llegamos a comprender el hecho fundamental y espiritual de que Dios es Todo. Él es la Vida que lo es Todo, la única Mente. Toda acción verdadera refleja a la Deidad — refleja la unicidad de la Mente, el irresistible propósito y armonía del Principio, la satisfacción del Amor.

A pesar de la frecuencia con que la confusión, el enojo, o la frustración nos inciten a aceptarlos en las reuniones, no pueden obstruir o invertir la actividad de Dios. ¿Por qué? Porque no son parte de Su actividad. La única Mente, que todo lo sabe, nunca está confusa o indecisa dentro de sí misma en cuanto a lo que debe hacer, y nunca comete errores. El hombre es la expresión misma de la Mente, la evidencia misma de la presencia de la Mente y de su acción. Como tal, el hombre incluye todo lo que la Mente incluye. Una expresión individualizada de Dios no es posible que esté en riña con otra; cada una refleja la misma naturaleza, el mismo conocimiento.

Un mortal que yerra, reacciona u ofende, no es el hombre verdadero, sino solamente un concepto invertido de la individualidad verdadera, espiritual. Este falso concepto desaparece cuando se percibe la verdad acerca del hombre.

La oración consecuente e inspirada, en esos términos, aunque sea por un solo individuo, trae la influencia del poder correctivo divino a nuestras reuniones. Comienzan a manifestar pureza en su objetivo en vez de impureza, fuerza de carácter y razonamiento en vez de debilidad. Entonces las reuniones serán provechosas y no deficientes.

Un obstáculo que es común para llevar a cabo reuniones armoniosas y productivas, es la tendencia a perder la perspectiva apropiada sobre la opinión humana. Las opiniones no pueden básicamente resolver problemas ni obstaculizar una solución apropiada. Los problemas resultan de conceptos erróneos, específicos o generales, en cuanto a la realidad espiritual. Su solución radica en obtener, por medio de la oración, el verdadero concepto de la vida como Dios la creó. Esta comprensión elevada sana toda clase de males, como lo demostró Cristo Jesús. La comprensión espiritual nos libera de opiniones personales, trae un entendimiento verdadero, y entonces nuestras acciones son más aptas a traer el bien duradero.

La Sra. Eddy escribe: “La palabra Ciencia, propiamente entendida, se refiere únicamente a las leyes de Dios y Su gobierno del universo, incluso el hombre. De ahí se explica que hombres de negocios así como hombres de letras cultos han encontrado que la Ciencia Cristiana les aumenta su resistencia y sus poderes mentales, agudiza su perspicacia en relación con los caracteres, les da penetración e ingenio y habilidad para exceder su capacidad ordinaria”. Y más adelante continúa: “Un conocimiento de la Ciencia del ser desarrolla las capacidades y posibilidades latentes del hombre”.ibid., pág. 128;

Nuestra primera responsabilidad, pues, es asegurarnos de que nuestra actitud en las reuniones sea el resultado de nuestras oraciones, y no vice versa. Cuando dejamos todo el asunto en manos de Dios — confiando y sabiendo que sólo Dios le comunica al hombre, y que Él impulsa, guía y protege toda decisión correcta y acertada — y luego humildemente pedimos que nos guíe y somos receptivos, entonces, nuestras opiniones no serán el resultado del egoísmo o de la justificación propia.

Habiéndonos preparado de esa manera, estaremos ansiosos de intercambiar ideas con los demás durante la reunión en cuanto a posibles enfoques de la situación. La oración puede resultar en una unanimidad inicial, o en un sincero e inteligente intercambio de ideas que resultará en unanimidad. Pero aún si persisten las diferencias, siempre que estén subordinadas a la confianza devota de que Dios reina sobre todo el asunto, todo intercambio de ideas puede ser sincero, desinteresado, armonioso e informativo.

Rara vez, por supuesto, es sabio reprimir opinones — ya sean las nuestras o las de otros — sólo por estar aparentemente de acuerdo con los demás. Una atmósfera de abierta y sincera participación promueve el progreso individual y colectivo. Si las opiniones mal dirigidas o dañinas amenazan dominar una organización, aún así podemos conservar nuestro sentido de paz. La oración cristiana y científica quita cualquier obstrucción al cumplimiento del propósito de Dios, ya sea la obstrucción solamente un tronco o el Mar Rojo.

Debemos cuidar de no caer en una actitud de apegarnos rígida o excesivamente a las opiniones personales. A veces estas actitudes se muestran en una franqueza desmedida, otras en rehusarse a compartir lo que tenemos para ofrecer. Aun sin expresarlas, estas actitudes pueden impedir la unidad y eficacia de un grupo que toma decisiones. Mediante nuestro progreso espiritual podemos conseguir la necesaria humildad y confiar en el Principio, Dios, que gobierna y está siempre presente. Estas cualidades divinas del pensamiento disuelven obstáculos tales como preocupaciones, resentimiento y obstinación, y traen libertad inapreciable. Traen el amor y el valor no sólo para defender sabiamente nuestro punto de vista, sino para reconocer nuestras equivocaciones, y luego apoyar la decisión de la mayoría.

¡Cuántas bendiciones trae el amor espiritual a cualquier asamblea! Fundada en una firme confianza de que Dios gobierna toda actividad y en una profunda comprensión de la verdadera naturaleza del hombre, el amor espiritual mantiene nuestro razonamiento activo y sano. Conserva nuestra paciencia, elevándonos sobre cualquier sentimiento de presión o de exasperación. Y nos mantiene compasivos.

El mandamiento nuevo de Jesús fue que nos amáramos unos a los otros “como yo os he amado”. Juan 13:34; Pablo dijo: “Saludaos los unos a los otros con ósculo santo”. 1 Cor. 16:20. Quizá nosotros podríamos decir: Saludémonos unos a otros con reconocimiento sincero de nuestra categoría espiritualmente real. Más que nada, tal amor elimina la fricción y abre la puerta a las reuniones eficaces.

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