La capacidad de ver y oír con claridad es una meta asequible a todos aquellos que buscan curación. Igualmente asequible es la preservación de la visión clara y del oído agudo. Pero el alcanzar estos objetivos no tiene nada que ver con ninguna faceta del espiritismo.
A menos que nuestros esfuerzos se basen en la oración científica, la verdadera curación no puede obtenerse. Si estamos meramente tratando de aumentar la capacidad de un par de oídos para oír o de un par de ojos para mirar, no nos estamos enfrentando científicamente con la discordancia. Estaríamos limitados a los caprichos de la mente mortal para extender sus creencias. Un mejoramiento en base de una creencia de la mente mortal que ocurra un cierto día no nos garantizará de que no se empeorará al día siguiente. La creencia nunca es fija. A la luz de la Verdad vemos que fluctúa constantemente.
La materia ni ve ni oye. La mente mortal — una supuesta mente independiente de Dios — le atribuye a la materia la facultad de ver y oír. Los mortales aceptan este concepto del mismo modo que un niño podría asumir que la voz de un ventrílocuo se origina en el muñeco del ventrílocuo. Pese a cuán seguros podamos estar de que los órganos materiales ven la materia u oyen el sonido, el hecho es que la visión y el oído verdaderos son enteramente espirituales. Tienen su origen en el Espíritu, el Alma, y son los sentidos espirituales nítidos del hombre. Ni la vida ni la sensación pertenecen realmente a la materia; la apariencia de que es así es sólo la objetivación de la creencia mortal. Todos podemos ejercitar el sentido espiritual, mas no meramente como mortales. Este sentido puro se ejercita en la medida en que nos despojamos de la mortalidad.
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