A la edad de ocho años, me caí sobre el pavimento y me rompí uno de los dientes delanteros de la segunda dentición. Mi madre reaccionó con mucha calma frente a esa situación. Empujó el diente nuevamente a su lugar original, calmó mi temor y luego se comunicó con una practicista de la Ciencia Cristiana.
Al cabo de unos meses el diente se puso negro, a pesar de que estaba nuevamente firme en su lugar. Durante una de las visitas de rutina para que me limpiaran los dientes, el dentista tomó una radiografía de ese diente. Su diagnóstico fue que la raiz estaba muerta y que sería necesario extraer el nervio del diente dentro de los próximos seis meses. Mi madre agradeció su consejo, pero le dijo que se ocuparía del asunto por medio del tratamiento de la Ciencia Cristiana.
Mi madre le comunicó a la practicista el veredicto del dentista, y se decidió que continuaríamos orando por la curación. Gradualmente, el diente comenzó a aclararse hasta que llegó a su color normal y en mi siguiente visita, el dentista quedó muy sorprendido. Me tomó nuevas radiografías y vio que el diente había recobrado por completo su vitalidad. También dijo que nunca había visto un trabajo de esa naturaleza hecho en forma tan competente. En cada una de las visitas que hice a partir de ese momento, el dentista me tomaba una radiografía del diente para examinar el estado en que se encontraba y siempre se mantuvo en buen estado.
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