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Decidí unirme a la Iglesia de Cristo, Científico, porque apreciaba sus...

Del número de septiembre de 1980 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Decidí unirme a la Iglesia de Cristo, Científico, porque apreciaba sus enseñanzas. Mi deseo de sanar físicamente era secundario. Quería saber más acerca de Dios como la única Mente, el Principio divino que todo lo ama. Tomé la decisión de afiliarme a la iglesia enfrentando el antagonismo familiar. Al día siguiente desapareció de mi cuerpo un tumor interno. Ésta fue mi primera curación en la Ciencia Cristiana. El estudio disciplinado y el trabajo leal en la iglesia me curaron de la pena, de falsa responsabilidad, de rasgos indeseables de carácter y del temor.

En una ocasión tuve una hemorragia y llamé por teléfono a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda. Fue tan vívida la percepción de Dios como Amor incesante que vi claramente que esa condición no era real, que era una ilusión mortal. Me negué a aceptar la mentira. Nunca había formado parte de mi verdadera naturaleza como hija de Dios. La hemorragia cesó en pocas horas y mi cuerpo funcionó nuevamente con normalidad.

En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras la Sra. Eddy define “corazón” como “sentimientos, motivos, afectos, alegrías y aflicciones mortales” (pág. 587). Hace varios años tuve los síntomas de un ataque al corazón. Comprendí que Cristo Jesús, en su labor sanadora, había negado la creencia en la mortalidad y afirmado que la inmortalidad es un hecho espiritual. Ahora debía yo hacer lo mismo. Durante las dos horas que siguieron, la siguiente declaración fue un escudo eficaz para mí, desviando las sugestiones de temor y dolor hasta que desaparecieron y nunca más volvieron; dice así: “No hay tal cosa como mortalidad, ni hay actualmente seres mortales, porque el ser es inmortal, como la Deidad, — o, mejor dicho, el ser y la Deidad son inseparables” (ibid., pág. 554).

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