Decidí unirme a la Iglesia de Cristo, Científico, porque apreciaba sus enseñanzas. Mi deseo de sanar físicamente era secundario. Quería saber más acerca de Dios como la única Mente, el Principio divino que todo lo ama. Tomé la decisión de afiliarme a la iglesia enfrentando el antagonismo familiar. Al día siguiente desapareció de mi cuerpo un tumor interno. Ésta fue mi primera curación en la Ciencia Cristiana. El estudio disciplinado y el trabajo leal en la iglesia me curaron de la pena, de falsa responsabilidad, de rasgos indeseables de carácter y del temor.
En una ocasión tuve una hemorragia y llamé por teléfono a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda. Fue tan vívida la percepción de Dios como Amor incesante que vi claramente que esa condición no era real, que era una ilusión mortal. Me negué a aceptar la mentira. Nunca había formado parte de mi verdadera naturaleza como hija de Dios. La hemorragia cesó en pocas horas y mi cuerpo funcionó nuevamente con normalidad.
En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras la Sra. Eddy define “corazón” como “sentimientos, motivos, afectos, alegrías y aflicciones mortales” (pág. 587). Hace varios años tuve los síntomas de un ataque al corazón. Comprendí que Cristo Jesús, en su labor sanadora, había negado la creencia en la mortalidad y afirmado que la inmortalidad es un hecho espiritual. Ahora debía yo hacer lo mismo. Durante las dos horas que siguieron, la siguiente declaración fue un escudo eficaz para mí, desviando las sugestiones de temor y dolor hasta que desaparecieron y nunca más volvieron; dice así: “No hay tal cosa como mortalidad, ni hay actualmente seres mortales, porque el ser es inmortal, como la Deidad, — o, mejor dicho, el ser y la Deidad son inseparables” (ibid., pág. 554).
Los problemas sin resolver que tuve durante treinta años en mi matrimonio me llevaron a la separación, con la amenaza de divorcio. Se presentó una dificultad física interna. Una inversión de toda la vida en un hogar y en nuestro matrimonio estaba desapareciendo. La tentación de odiar era muy grande. Era evidente que mis conceptos de identidad, hogar y relaciones habían sido enterrados en la materialidad. La verdadera necesidad no era impedir que sucediera algo trágico sino resucitar mi pensamiento a un nivel más espiritual.
Mi estudio profundo, juntamente con la oración de una practicista de Ciencia Cristiana y el apoyo de amigos íntimos, me ayudó a establecer los siguientes puntos: (1) Mi identidad espiritual es única y preciosa para Dios como Su idea, no afectada por el papel humano que se desempeñe o por clasificaciones humanas. (2) El término genérico “hombre” incluye tanto mujeres como hombres. (3) Mi verdadera morada está en la consciencia divina y no puede ser robada, perderse o malbaratarse. (4) En realidad hay una sola relación permanente, donde nunca hubo separación, alejamiento o divorcio — la relación espiritual que cada uno de nosotros tiene con Dios.
En el transcurso de un año la situación en nuestro matrimonio y la condición física fueron sanando gradualmente. Hace seis años nuestra vida hogareña empezó de nuevo sobre una base más elevada en donde prevalecen el respeto mutuo y el entendimiento. ¡Sí, Ciencia Cristiana sana!
Valley Forge, Pensilvania, E.U.A.
