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Hacia un universo más benigno

Del número de noviembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Vida que es divina es ilimitada, libre de restricciones y continúa desarrollándose eternamente. El hombre es la expresión infinita de esta Vida, por siempre ilimitado y libre. A medida que la humanidad reconozca estos hechos, se sentirá más y más impelida a deshacerse de todo aquello que la tiranice o que le impida el progreso que la sacará fuera del caos y barbarismo de la materia. Aquellos que disciernen la existencia espiritual están enfrascados en una revolución destinada a hacer aparecer en la tierra el diseño del universo espiritual que era, y por siempre será, perfecto.

Podemos estar asombrados por las revoluciones que ya están teniendo lugar: algunas que han cambiado el mapa del mundo, otras que redefinen a diario el papel que los individuos juegan en la vida, las religiosas que cambian hasta el modo mismo en que los hombres adoran a Dios. Pero la humanidad apenas ha comenzado a percibir los cambios que habrán de tomar lugar para que la tierra pueda coincidir con la realidad espiritual; para civilizarnos verdaderamente; para demostrar completamente la visión de Cristo Jesús: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Mateo 6:10.

Una de las vislumbres que Job tuvo acerca de la realidad divina lo guió a referirse así a la armonía prístina: “Cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios”. Job 38:7. Isaías profetizó la gloria milenaria en estas palabras: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará”. Isa. 11:6. Cambios revolucionarios, desafiando hasta la existencia y realidad misma de la materia, tendrán que ocurrir para restaurar la armonía prístina y cumplir con la profecía milenaria.

Aun cuando hoy en día muy pocos de nosotros corremos peligro por causa de lobos, leopardos y leones, a menudo oímos que se hace referencia a ciertos sectores de alguna ciudad definiéndolos como “jungla”, o también se llama así a alguna escuela que lamentablemente cae bajo tal clasificación. Hace poco se escuchó a alguien describir como “jungla” el cuarto para probarse ropa de una tienda por departamentos que ofrecía rebajas.

Se requiere la acción del Cristo para vencer la mentalidad selvática. Pero no hay por qué aguardar hasta un lejano día milenario o por un proceso histórico de evolución para domeñar la naturaleza humana o animal. La Sra. Eddy dice: “El milenio es un estado y etapa de progreso mental, que ha estado ocurriendo desde que el tiempo es. Su ímpetu, acelerado por el advenimiento de la Ciencia Cristiana, es muy pronunciado, y aumentará hasta que todos los hombres lo conozcan a Él (el Amor divino) desde el menor hasta el mayor de ellos, y un solo Dios y la hermandad del hombre se conozcan y reconozcan por toda la tierra”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, págs. 239–240. A medida que la Ciencia del ser espiritual se comprenda más universalmente, se producirán cambios radicales, cambios revolucionarios, que son un reconocimiento progresivo de la realidad perfecta e inmutable que Job percibió como armonía prístina.

El progreso no es automático

La fe ciega en el progreso humano no asegurará que estos cambios necesarios ocurran. La creencia optimista en el progreso lineal ilimitado es objeto hoy en día de muchos interrogantes. La falacia de creer que el progreso genuino se puede divorciar de la iluminación y del desarrollo espirituales culmina en las dificultades ecológicas, sociales y religiosas a las que nos enfrentamos. Estas dificultades meramente reflejan la falsa creencia subyacente de que el progreso es esencialmente material.

Esto no quiere decir que el mejoramiento de las condiciones humanas carezca de importancia. Puede argüirse que la idea esencial que hay detrás del concepto de progreso es válida. En afecto, un escritor moderno pregunta: “¿Es la creencia en el progreso una especie de meteoro intelectual que relampagueó a través de la atmósfera cultural del mundo occidental desde fines del siglo dieciocho continuando durante el siglo diecinueve...? ¿O ha estado realmente presente este progreso, en alguna forma u otra, durante más de 3.000 años y, aunque cambiando constantemente en esencia, es, no obstante, inseparable de nuestra existencia como criaturas sicológicas, y hasta biológicas?” Frank E. Manuel, The New York Times Book Review, 16 de marzo de 1980, pág. 24.

Pero tenemos que reconocer que el progreso auténtico es avance espiritual: la comprensión cada vez más realista de la bondad y totalidad de Dios. En realidad, el progreso humano es la consecuencia de este progreso espiritual. Gran parte del mundo occidental, así como las regiones en el resto del mundo que han sido influidas por la cultura occidental, todavía viven de acuerdo con la ética judeocristiana. Sin embargo, muchos han rechazado — o no conocen — la revelación del Cristo que ha sido fundamental en el desarrollo progresivo de la teología que es en realidad la base de esa ética. Sólo el Cristo puede proporcionar una base racional y práctica para un progreso genuino. Si la gente posa su mirada en el mundo de la materia, es muy natural que el panorama incluya mortalidad y retroceso.

Quienquiera que viva la Ciencia Cristiana es un revolucionario. Se halla constantemente luchando por ganar la independencia de la tiranía de creer que la vida es mortal, cruel y limitada. Si no hay unos cuantos destellos gloriosos en su vida, se podría preguntar por qué. La Ciencia Cristiana promete cambios revolucionarios. El statu quo es inaceptable. Y la magnitud del cambio, superando obvias variaciones culturales, abarca la amplitud de la benigna visión de Isaías.

Podemos tener la certeza de que el mundo natural será revolucionado. Cómo acontecerá, sólo podemos especular. Hemos visto variadas formas de amenazas: cambios destructivos, plantas nucleares fuera de control, guerra atómica, manipulación genética. Pero el cambio verdadero, el que se basa en el progreso espiritual, tiene que ser beneficioso: los hombres, los animales y el ambiente se volverán más mansos.

Nuestra Guía, Mary Baker Eddy, explica el papel de la humanidad en los cambios revolucionarios: “Los mortales que en las riberas del tiempo aprenden Ciencia Cristiana, y viven lo que aprenden, progresan rápidamente hacia el cielo — el eje sobre el cual han girado todas las revoluciones naturales, civiles o religiosas, siendo las primeras servidoras de las postreras — pasando de lo mudable a lo permanente, de lo impuro a lo puro, de lo torpe a lo sereno, de lo extremoso a lo moderado”.Escritos Misceláneos, págs. 205–206.

Revolución más que rebelión

Hemos aprendido por experiencia que desafortunadamente algunas revoluciones viven a la altura de su nombre y vuelven otra vez al mismo punto inmoral de partida. Una revolución política muy a menudo termina en revolucionarios victoriosos que infligen sus propios modelos de tiranía. Es dudoso si una revolución que primordialmente es una rebelión pueda estar libre de todas las faltas cometidas por las que la han precedido. Por ejemplo, la cruel tiranía de los zares se ha repetido en la jerarquía del comunismo soviético; la revolución no ha liberado de la tiranía al pueblo ruso.

Cuando un cambio es motivado por el Cristo — ya sea un cambio gradual o revolucionario — entonces se manifiesta un progreso universal genuino, de la indiferencia o la crueldad a mayor humanidad en la naturaleza, en la religión, en la cultura. A medida que se perciba que el Cristo es la realidad del hombre, los humanos serán más efectivos revolucionarios. Ya bien sea la tiranía de orden político, social o religioso, o de acerbas condiciones del ambiente natural, una humanidad progresiva, motivada por el Cristo, labora de manera natural por el cambio y disolución final de la opresión.

Al acercarnos al término de este siglo, y muchos se preguntan si el progreso es en verdad una realidad, podemos aprender una lección de estas palabras de la Sra. Eddy: “La progresión infinita es el ser concreto, el cual ven y comprenden los mortales finitos sólo como una gloria abstracta”. Ibid., pág. 82.

Cuanto menos identifiquemos a los humanos como mortales y cuanto más nos veamos a nosotros y a los demás como el hombre-Cristo que Jesús ejemplificó, tanto menos abstracto parecerá el progreso.

Hay una gran necesidad de avivar de nuevo la fe de la humanidad en el progreso, aun en la gloria milenaria. Pero en el sofisticado mundo de nuestros días esa fe deberá contar con una base tanto racional como espiritual. Esa base es el vivir de acuerdo con la Ciencia del Cristo. Es la curación espiritual en desafío a la materia. Es la respuesta suave para el furor. Es la majestad y la belleza y la bondad de las cualidades espirituales reemplazando las de tendencia animal.

Las revoluciones que giran sobre este modo de vida cristianamente científico, jamás vuelven a su viejo punto de partida. Logros duraderos de bien incontaminado se obtienen para todo el mundo. Una humanidad más benigna se refleja en un universo más sereno.

La descripción de Job de la armonía prístina y la profecía idílica de Isaías, pueden parecer una visión amplia de la realidad, pero esta visión no es visionaria. No podemos y no tenemos que abarcar en estos momentos todo su alcance. Pero cada cualidad que participa de la naturaleza del Cristo, cada verdad espiritual, comprendida y vivida, constituye un elemento de esta visión. Y la visión en sí misma nos inspira a ser más bondadosos en nuestro modo de pensar ahora mismo.

No es de sorprenderse que los seguidores de una Guía que se refirió a Dios como “gentil presencia” Ver Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 207. desempeñen papeles revolucionarios en la labor de hacer más dócil al universo, a medida que la profecía bíblica se va cumpliendo progresivamente.

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