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Una nueva percepción del Alma

Del número de noviembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una de las señales de nuestros tiempos es un materialismo que agobia. Muchas personas se sienten cansadas de la sensación, intereses y análisis materiales. Tales intereses pronto pasan a ser monótonos, y una especie de nihilismo comienza a apoderarse de la consciencia humana. También puede que resulten en narcisismo, en un amor egocéntrico que pronto decae. No es de sorprenderse, entonces, que los individuos se sientan con frecuencia inquietos, tratando siempre de encontrar algo nuevo en la escena material: experimentación con el sexo, sumisión a los estupefacientes, placer en las alucinaciones. Lo que realmente se necesita es una nueva percepción del Alma.

Podemos despertar a la verdad de que el sentido material no produce alegría, inspiración, vitalidad o renovación de la vida. La lozanía y la variedad son, realmente, atributos divinos, prueba de la presencia de Dios. Reflejan la naturaleza infinita del Alma o el Espíritu. El que quiera realmente sentir un “estímulo” ha de buscarlo en el Alma.

A veces se cree que el alma es un espíritu interior, algo que mora en alguna parte del cuerpo material. Partiendo de esta premisa, los individuos interpretan el alma por medio de los sentidos materiales. Buscan la alegría mediante la sensación material. Y tratan de encontrar el bien en la personalidad corpórea. Este sentido es falso. El Alma no se encuentra en el cuerpo. El Alma es la inteligencia creadora, única e infinita, puramente espiritual, que gobierna el universo. El Alma se refleja en el hombre porque el hombre es la semejanza de Dios. Para percibir los recursos del Alma, hay que apartarse del sentido material y tornarse al sentido espiritual.

Cristo Jesús habló de este cambio de orientación en su conversación con el erudito fariseo Nicodemo. Le dijo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Y luego repitió esta verdad en estas palabras: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Juan 3:3, 5. Nacer “de agua y del Espíritu” bien podría indicar los requisitos morales y espirituales que son esenciales para lograr la plenitud de la vida, la alegría inherente al hombre como imagen de Dios. Sólo cuando nos identificamos espiritualmente comprendemos la gran satisfacción, realización e integridad que en el citado pasaje bíblico se denominan como el reino de Dios.

Desde este punto de vista más elevado que considera a Dios como el Alma del hombre, comenzamos a apreciar la singularidad del hombre como idea espiritual, el reflejo individual de la Mente divina. Esta verdad es la negación del narcisismo o del amor egocéntrico. Aparta el pensamiento del cuerpo y lo lleva hacia la identificación espiritual. Comenzamos a valorar la identidad de nuestro prójimo cuando lo vemos como hijo de Dios. Entonces nace un respeto mutuo y se adquiere un nuevo concepto de la moralidad. Dejamos de considerarnos los unos a los otros como meras corporeidades temporarias que se utilizan y desechan. Comenzamos a interpretar la individualidad desde un punto de vista espiritual y permanente. La Sra. Eddy dice: “La identidad es el reflejo del Espíritu, el reflejo en formas múltiples y variadas del Principio viviente, el Amor. El Alma es la sustancia, Vida e inteligencia del hombre, que está individualizada, pero no en la materia. El Alma jamás puede reflejar nada inferior al Espíritu”.Ciencia y Salud, pág. 477.

Esta afirmación contrasta de manera notable con algunas de las actitudes de nuestros días. Muchos han hecho del culto del cuerpo una moda, una idolatría moderna. Las librerías están llenas de obras que tratan sobre los placeres y dolores, ejercicios y masajes, comienzo y fin, del cuerpo humano. Sin embargo, esas descripciones no hablan del hombre a la imagen de Dios. No revelan la sustancia de la identidad. La identidad se encuentra únicamente en el Alma. Consideremos la afirmación citada anteriormente: “El Alma es la sustancia, Vida e inteligencia del hombre, que está individualizada, pero no en la materia”. Sólo comprendiendo correctamente lo que es el Alma podemos obtener el concepto verdadero de la identidad. Las cualidades de Dios caracterizan al hombre. El conocimiento de sí mismo, la dignidad y el gobierno propios se derivan de comprender el Alma. Estas cualidades de base divina se manifiestan en la experiencia humana como talento, capacidad intelectual, percepción espiritual y sana moral. Nuestra actitud en cuanto al cuerpo humano y la manera de tratarlo reflejan lo que comprendemos de la identidad como expresión del Alma.

Mas, ¿qué ocurre en la sociedad de nuestros días? Experimentos en genética se están llevando a cabo, se conjetura sobre la producción de clones y se experimenta con la producción de embriones humanos en tubos de ensayo, esto es, la reproducción sobre una base meramente material. ¿Pero dónde se encuentra la identidad o la individualidad en todo esto? ¿En qué punto interviene la moralidad? En el mero proceso de producción de clones, por ejemplo — la producción de copias o duplicados — no hay lugar alguno para la identidad o la individualidad. En esa creación mecánica no habría lugar para el aprecio, el amor y el respeto mutuo. El Principio metafísico no participa en el proceso. Muchos legítimamente ponen en tela de juicio el fundamento moral de estos enfoques mecánicos.

En lugar de tornarnos a la experimentación material con el proceso creador, deberíamos aumentar nuestros conocimientos del único Principio creador que forma y mantiene al universo y al hombre. A medida que “nacemos de nuevo” y comprendemos la base espiritual del ser, vamos adquiriendo una comprensión totalmente nueva del hombre a la semejanza de Dios. En el universo de Dios no hay copias ni duplicados. La naturaleza misma de Dios, por ser infinita, hace necesario que cada idea sea singular. Cada idea es una nueva manifestación de la causa única, y expresa a Dios de una manera particular.

No hay nada anticuado, monótono o reiterativo en el Alma. El Alma expresa la naturaleza siempre lozana de la Vida. Es la fuente de la capacidad, de la expresión y del criterio artísticos. Comprender el Alma nos lleva a realizar nuestra capacidad, nos conduce a esa manifestación del talento que es elemento primordial en la alegría humana. No ha de sorprender que el Alma sea la fuente de la alegría, la fuente de todo lo que realmente eleva nuestro pensamiento, amplía nuestra perspectiva y coadyuva al progreso de la sociedad. Nuestra nueva percepción del Alma nos hace apreciar en mayor grado a nuestro prójimo, y despierta en nosotros motivos más abnegados.

Si nuestro pensamiento parece estancado, anticuado y carente de alegría, abramos algunas ventanas mentales. Dejemos que el Amor vuelque sus corrientes de inspiración, cambie nuestro punto de vista y rejuvenezca nuestra manera de pensar. Consideremos los recursos infinitos del Alma. Absorbamos profundamente las ideas espirituales que se derivan del estudio de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y cerciorémonos de que hemos abierto la ventana de la expresión. Si nuestro pensamiento parece anticuado y carente de inspiración, quizás se deba a que no lo estamos “ventilando”. Abramos nuestro pensamiento a una perspectiva más abnegada. Nuestro Maestro dijo: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo”. Lucas 6:38.

Un problema actual que parece oscurecer o incluso hasta destruir nuestra alegría, es el de un sentido de culpabilidad. Algunos observadores señalan que éste es el problema número uno en nuestra sociedad. Tal agobiadora sensación de pesadumbre está estrechamente unida a la materialidad. Se debe fundamentalmente a un falso concepto acerca del Alma. El pecado y la culpabilidad provienen de la creencia de que el Alma se encuentra en la materia y de que el hombre está separado de Dios, el Espíritu. Si uno vive en desobediencia a la ley de Dios no puede eludir un sentido de culpabilidad. ¿Cómo curamos realmente este error? Sólo la regeneración del pensamiento y la vida, un arrepentimiento lo suficientemente definido y vigoroso como para armonizar nuestro pensamiento y nuestra vida con el Principio divino, podrá curar la situación y aportar nueva libertad y alegría.

Ninguna forma de raciocinio podrá ventilar la atmósfera. Una renovación genuina humildad suficiente como para admitir el error y estar dispuestos a cambiar nuestros deseos y nuestro concepto del orden en nuestra vida. Puede que tengamos que encarar este proceso gradualmente, pero el reconocimiento de la naturaleza impecable del Alma y de la unidad que existe entre el hombre y el Alma, Dios, renovará nuestra alegría. La Sra. Eddy dice: “El Alma tiene recursos infinitos con que bendecir a la humanidad, y la felicidad se lograría más fácilmente y se guardaría con más seguridad, si se buscara en el Alma. Sólo los goces más elevados pueden satisfacer los anhelos del hombre inmortal”.Ciencia y Salud, págs. 60–61.

En una oportunidad Jesús habló con una mujer samaritana junto a un pozo. En el curso de la conversación Jesús sacó a luz el pasado sensual e inmoral de la mujer: Un tedioso historial de reincidencia de errores, probablemente monótonos. Jesús dijo a la mujer: “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Juan 4:14. He aquí una nueva visión de los recursos espirituales que satisfacen el hambre y la sed de la humanidad.

El Alma incluye la pureza, que es la base de la moralidad y del respeto de sí mismo. El Alma, abarcando variedad infinita, es el fundamento de la individualidad, belleza y singularidad. El Alma, el Ego creador, es la base de la identidad y la filiación con Dios. No ha de sorprender, entonces, que lo que necesita la cansada humanidad sea una nueva percepción del Alma. Ni dinero, ni forma alguna de ingenio o actividad humanos satisfarán la necesidad. Es el Espíritu, el Alma, lo que nos inspira, renueva nuestras energías y nos brinda la variedad ilimitada del ser.


Y les daré un corazón,
y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos.

Ezequiel 11:19

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