El reconocimiento del gobierno absoluto y total de Dios es adecuado para sanar desarreglos corporales de toda clase. Podemos tener la certeza de que la espiritualidad, perfección y bondad derivadas de Dios, la Mente, que el hombre refleja, tienen que manifestarse incesantemente en todas sus acciones. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), declara: “Toda función del hombre real está gobernada por la Mente divina”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 151.
El razonamiento basado en la materia insiste en que el hombre es material y que está constituido de varios órganos, cuyo funcionamiento determina su vida, salud y armonía. Este punto de vista materialista afirma, además, que hay fuerzas dañinas que pueden gobernar el cuerpo, causar desarreglos y acabar en enfermedad y destrucción. La Ciencia Cristiana refuta esto y nos enseña cómo la verdad acerca de Dios y el hombre puede corregir tales condiciones.
No hay manera mejor de empezar que fortaleciendo nuestra comprensión de Dios. Ésta es siempre nuestra mayor necesidad. Apartando nuestra atención del problema físico que la ocupa, podemos discernir más claramente la eterna presencia del Amor divino, la omnipotencia de la Verdad, la totalidad del Espíritu. Podemos reforzar nuestra convicción de que Dios es la única causa, la fuente de toda existencia. La comprensión clara de la omnipotencia de nuestro Hacedor es un requisito indispensable para invocar con éxito la ley de Dios de curación.
Comprender a la Deidad es un preludio necesario para conocer nuestra verdadera identidad como la expresión de Dios. Cuanto mejor conozcamos Su naturaleza, tanto mejor podremos discernir que nuestro ser verdadero permanece intacto, exento de las pretensiones de la mente carnal.
Un problema común de esta mente ficticia y su supuesto cuerpo material es que los órganos pierden su armonía y dejan de funcionar. La Ciencia Cristiana repudia este concepto materialista acerca de la identidad y nos muestra cómo cura el poder del Amor.
La oración no implora a Dios para que nos sane. Requiere, en vez, que obtengamos esa comprensión que se basa en un reconocimiento creciente de la totalidad de Dios, de que el hombre — la identidad verdadera de cada uno de nosotros — no puede ser vulnerable al mal, sino que siempre expresa la perfección de su Hacedor. Esta comprensión, al convertirse en convicción que nulifica los conceptos falsos del error que parecen afligirnos, es oración que no puede ser negada.
El temor es un elemento de todo problema. Toda tentación a sentir temor tiene que ser rechazada a medida que reconocemos que es tan imposible para el hombre, la expresión del Amor infinito, estar temeroso, como lo es para el Amor. El temor es una ficción, sin origen ni energía, y jamás puede influir en el hombre de Dios. Esta verdad, mantenida en el pensamiento, borra el temor del mapa.
También es necesario comprender que el verdadero funcionamiento es una actividad de la Mente divina. Esta Mente no puede estar letárgica o estática; está activa eternamente, y el hombre, la idea de la Mente, la expresa. Por tanto, las funciones del hombre verdadero son inalterables pues manifiestan la acción perfecta de Dios. Pablo con toda seguridad discernió algo de esto cuando expresó, como se lee en Hechos: “En él [Dios] vivimos, y nos movemos, y somos”. Hechos 17:28. El hecho de que toda actividad emana sólo de la Mente, destruye la falsedad del funcionamiento material, y la consciencia se eleva más allá del problema físico. Entonces viene la curación.
Ver que nuestro objetivo no es sanar la materia sino corregir el pensamiento, es sumamente importante. El problema básico jamás está en el cuerpo, pues el cuerpo no es sino la exteriorización de lo que creemos. La Sra. Eddy explica: “Cuando suprimimos la enfermedad, dirigiéndonos a la mente perturbada, sin prestarle atención al cuerpo, probamos que el pensamiento solo crea la dolencia”.Ciencia y Salud, pág. 400.
No oramos para que cierta parte del cuerpo funcione correctamente. Discernimos, en vez, mediante el sentido espiritual, que nuestra verdadera identidad es la imagen de Dios. Esta verdad elimina el mal funcionamiento y la acción física normal se restablece. De esta manera puede decirse que Dios gobierna el cuerpo material, a pesar de que Él sólo está consciente de lo que es espiritual.
Entre los varios órganos del cuerpo humano, probablemente es el corazón el que recibe más atención que ningún otro. Se promulgan teorías y predicciones horribles y temor sobre lo que pueda ocurrirle a este órgano. ¿Pero es necesario temer? ¡No! Este concepto del hombre no es nuestra identidad verdadera, la cual manifiesta por siempre la acción imperturbable de la Mente divina. Oponiéndonos vigorosamente a estos conceptos falsos y reemplazándolos con la idea verdadera del hombre, manifestamos la ininterrumpida acción de Dios. Ésta es una base segura sobre la cual resolver problemas del corazón.
Al resucitar a los muertos — a Lázaro, por ejemplo, y al hijo de la viuda en Naín — después que el corazón había dejado de funcionar, Cristo Jesús demostró que el ser verdadero del hombre no depende de un músculo llamado corazón. Su comprensión del estado espiritual verdadero del hombre superó la ilusión de la muerte, y la actividad normal del corazón fue restablecida.
Dios jamás causa desarreglos corporales, pues el funcionamiento defectuoso es contrario a la bondad divina. La acción discordante es la objetivación del pensamiento mortal, y no se debe creer en ella más de lo que creeríamos en una pesadilla. El verdadero funcionamiento tiene su fuente en la Mente divina y es eternamente correcto y armonioso. Esta comprensión nos despierta del sueño, restablece la acción correcta y ganamos nuestra libertad.
