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Descubriendo nuestra preexistencia

Del número de diciembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A veces la gente suele decir: “Si la Vida es eterna, sin comienzo ni fin, como lo enseña la Ciencia Cristiana, debemos haber existido antes del nacimiento”. ¿Cómo sería tal existencia, tal vez nos preguntemos, y cómo podría compararse con nuestra situación actual?

Estas preguntas tácitamente dan por sentado que hubo un nacimiento material para que “antes” pudiera haber una vida espiritual. El error fundamental radica en que a pesar de que afirmamos que la Vida es eterna, creemos en un origen material y en la realidad actual de una vida finita, material. Razonando sobre el concepto humano de las cosas, estamos sujetos a confundirnos y obtener contestaciones equivocadas. La Sra. Eddy corrige el registro material: “La Ciencia invierte el testimonio del sentido material con el sentido espiritual de que Dios, el Espíritu, es la única sustancia; y que el hombre, Su imagen y semejanza, es espiritual, no material. Esta gran Verdad no destruye sino que confirma la identidad del hombre — junto con su inmortalidad y preexistencia, o su coexistencia espiritual con su Hacedor. Aquello que tiene comienzo tiene que tener fin”.Escritos Misceláneos, pág. 47.

No existe nada en esta descripción de la identidad del hombre que incluya mortalidad. “Inmortalidad y preexistencia”, “coexistencia espiritual”: el hombre con quien éstas están relacionadas tiene que ser enteramente inmaterial, incorpóreo, tiene que reflejar el Espíritu plenamente. De modo que si deseamos conocer nuestra preexistencia, esto sólo es posible reconociendo y reclamando nuestra identidad eterna como imagen del Espíritu.

Únicamente en este sentido espiritual tiene el hombre un pasado para recordar. En la verdad absoluta poseemos un historial perfecto de reflejar a Dios, que no tiene ni comienzo ni fin. Toda cualidad de nuestra individualidad como reflejo de Dios nos ha pertenecido eternamente. ¡Pensemos en el bien ilimitado que tenemos por conocer a medida que nos volvemos conscientes de la existencia verdadera! En realidad, cada caso particular en el que hemos manifestado una cualidad o atributo como los de Dios forma parte de la historia espiritual. Evocando las manifestaciones de sabiduría y bondad, convicción y fortaleza, gozo, vitalidad y paz en nuestra vida, apreciamos más nuestra verdadera historia, una historia no con tiempo determinado, sino eterna, sin elemento alguno de error. Esta historia verdadera no tiene relación con el nacimiento mortal. Es solamente el concepto mortal de la creación lo que arguye que la preexistencia tiene que haber existido en un cuerpo en alguna parte, alguna vez, o que la existencia actual es material, que empieza con el nacimiento.

Probablemente todos podemos pensar en buenas cualidades que nos son innatas, inclinaciones correctas que expresamos naturalmente. Quizás sea la sinceridad, o la espontaneidad, o el gozo. O tal vez el orden, la obediencia o inocencia. Sin duda el amor. ¿Qué es lo que hace que estas cualidades se manifiesten en nosotros? Sabemos que son causadas por Dios, porque son cualidades como las de Dios, eternamente nuestras como Su reflejo.

A veces reconocemos este bien sin trabas en alguien que es muy joven. Una vez cuando mi esposa y yo estábamos visitando amigos Científicos Cristianos, éstos cuidaron de nuestro hijo de edad preescolar mientras nosotros salimos a cenar. Cuando regresamos nos enteramos de cuán fascinados estaban por el dominio y madurez que nuestro pequeño hijo había demostrado. Uno de ellos observó que ciertamente se veían indicios de la preexistencia del niño. ¡Una observación sabia para padres que podrían haber sentido la tentación de atribuirse el mérito!

Nosotros, de hecho, habíamos orado fervorosamente antes del nacimiento de nuestro bebé y reconocido la continuidad del ser del hombre a la imagen de Dios. Mi esposa estudiaba y oraba por varias horas diariamente, escudriñando la Biblia y las obras de la Sra. Eddy para obtener una percepción más profunda del origen del hombre y de la relación que tiene con su Padre-Madre Dios. Habíamos reconocido los frutos de este trabajo en la bondad que el niño manifestaba y nos sentimos agradecidos de que nuestros amigos lo reconocieran.

¿Y qué de los llamados defectos innatos de carácter o temperamento? ¿De dónde proceden? La filosofía oriental y el espiritismo sugieren que son problemas sin resolver heredados de una experiencia previa. La Ciencia Cristiana rechaza la creencia en vidas anteriores y en la reencarnación. La única preexistencia del hombre es totalmente espiritual: su coexistencia actual con Dios. Podemos afirmar que es simplemente imposible que el hombre, la idea del Espíritu, pueda caer de la perfección y descubrir que tiene defectos mortales y una existencia que es una mezcla de felicidad e infortunio, pureza e impureza.

El crecimiento hacia el Espíritu está basado en el reconocimiento de la naturaleza sin mácula del ser del hombre. La Sra. Eddy escribe: “Los mortales perderán su sentido de mortalidad — enfermedad, dolencia, pecado y muerte — en la proporción en que adquieran el sentido de la preexistencia espiritual del hombre como hijo de Dios; como linaje del bien, y no de lo opuesto a Dios — el mal, o un hombre caído”.Ibid., pág. 181.

Humanamente nos encontramos en una variedad de etapas en el camino hacia Dios, en el camino hacia el total reconocimiento y demostración de la identidad que nos ha sido otorgada por el Espíritu. Bien podemos estar agradecidos porque todo atributo bueno de carácter indica algo de nuestra preexistencia. Mas no nos detenemos ahí; la Ciencia Cristiana nos enseña cómo extender el ámbito del bien que manifestamos, y, por consiguiente, cómo lograr mejorar de un modo práctico toda nuestra experiencia humana. Cada día podemos estudiar y orar para descubrir la plenitud del ser del hombre, de los hijos de Dios, “los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”, Juan 1:13. como dice la Biblia. De esta manera probamos que las cualidades del ser del hombre se expresan eternamente, sin tener nada que ver con nacimiento o muerte, con tiempo o historia mortal.

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