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La Navidad y lo que el Cristo nos dice

Del número de diciembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En algunos lugares en esta época del año muchos aficionados gozosamente están ensayando el oratorio de Händel, El Mesías. Que la gente hoy en día no se sienta satisfecha de que sólo los profesionales canten esta obra majestuosa de alabanza a Dios, puede decirnos algo acerca de la profunda naturaleza del mesías. Literalmente, el vocablo “mesías” quiere decir ungido, y cuando se escribe con mayúscula se refiere al Cristo y, por lo tanto, a Jesús, quien fue el que más expresó al Cristo, liberando y salvando al mundo. Como se entiende en la Ciencia Cristiana, la tarea de salvar al mundo no le ha sido dada a un solo hombre, por más inigualadas que hayan sido las obras maravillosas que Jesús realizó; esta tarea es el resultado de la Verdad que él incorporaba y demostraba. Así como a veces el auditorio se une al coro en el aleluya de El Mesías, del mismo modo toda persona puede reconocer que ella también es ungida para tomar parte vital en la misión mesiánica de la curación y salvación del mundo, mediante su lealtad a la misma Verdad y su práctica de ella.

El verdadero ser participa de la naturaleza del Cristo, la cual nos impulsa a corregir el error, solucionar los problemas; sanar y mejorar las condiciones de la humanidad. Debido a que el ideal del Cristo constituye el hombre verdadero como reflejo de Dios, la persona que conoce su propio ser real, y es fiel a este ser verdadero, está siempre trabajando para mejorar al mundo y a los que viven en él. No sólo la luz del Cristo brilla en él, sino que también refleja esa luz para muchos que por el momento sienten que sus vidas están oscurecidas por la enfermedad y el pecado.

Tal sanador constantemente se acerca más a las enseñanzas de Jesús, las cuales hicieron a Jesús el Mesías, estudia sus obras, y se esfuerza por emularlas. Acepta la invitación del Maestro: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí”, Mateo 11:29. y se da cuenta de que se ha unido a un gran propósito.

Atraviesa las numerosas tradiciones y costumbres que han circunscrito y disminuido la misión del Cristo, y no sólo logra la reforma del pecador sino también la curación de la enfermedad. “La doctrina de la expiación nunca hizo nada por la enfermedad ni pretendió remediar ese mal; pero la misión de Jesús”, nos dice Mary Baker Eddy, “se extendió a los enfermos tanto como a los pecadores; él estableció su mesiazgo sobre la base de que el Cristo, la Verdad, sana a los enfermos”.La Curación Cristiana, pág. 18.

El mantener como propósito principal la búsqueda de la verdad espiritual, y dejar que esta verdad corrija y sane todo lo que se nos presenta diariamente, es una gloriosa manera de vivir. Esto nos lleva a emprender cada tarea como sanadores. Tal manera de vivir a la semejanza del Cristo requiere dejar a un lado ciertas conclusiones, y planes basados en ellas, cuando se obtiene una comprensión más elevada y más amplia. Despierta en nosotros una disposición para guiar y seguir, no para asumir un papel de autoridad personal ni estar buscando perpetuamente a alguien que nos guíe.

Lo que se llama “complejo mesiánico” — considerarse a sí mismo o a algún mortal como el salvador de un mundo, o aun de alguna situación en particular — es exactamente lo opuesto a tomar parte en la misión mesiánica continua de la Verdad. Tal actitud es una exageración de los sentimientos normales y sanos, y necesita curación.

Algunas personas hoy en día se preguntan si no habrá algún gran líder en el mundo listo para salir a escena y unir a la humanidad, para ser el libertador de los problemas de esta época. Pero, ¿no debiera acaso el problema de dirección social y moral encontrar una respuesta más progresiva, más adecuada para estos últimos años del siglo veinte? Esperando que cada persona sea guiada por Dios, que encuentre la inspiración del Cristo, utilizamos nuestros recursos y laboramos hacia un renacimiento en el cual soluciones originales fluyen desde un ideal más alto, un ideal espiritual.

Aquel que reconoce que el Cristo, que Jesús ejemplificó, es su Mesías, su liberador, puede recurrir a su ser verdadero, reclamar la inteligencia otorgada por Dios y encontrar su propio camino en el mundo. Entonces, cuando se le presenta un problema, no se siente agobiado; mas está seguro de que él ya incluye la solución. No se quedará atrás sino que dará el paso siguiente. Su trabajo refleja ese amor que el Evangelio de San Juan registra como el ímpetu del nacimiento de Jesús con estas palabras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16.

Salvar a un mortal que perece y a su mundo — traer hacia la luz a aquellos que han perdido de vista la Vida eterna que es Dios — es la obra de la Navidad. Si otras obligaciones parecieran aumentar en esta época del año, no tienen por qué ir en contra de este trabajo verdadero. Por el contrario, la Navidad puede dar colorido a todo lo que hagamos a medida que nos esforzamos más conscientemente por reflejar la gracia salvadora que la época navideña celebra.

El amor de Dios ha dado al mundo el Mesías, Cristo Jesús. Nadie puede tomar su lugar. ¡Qué fatuidad aun el imaginarse que esto podría hacerse! Pero cuando aspiramos, ya sea individual o colectivamente, a desempeñar nuestra parte en la única y gran misión mesiánica, debemos estar seguros de que ningún sentido exagerado, ya sea de responsabilidad o de incapacidad, interfiera con el trabajo que ha de efectuarse.

Aceptar un falso sentido de responsabilidad deshonra a Dios y no hace ningún favor a nuestros compañeros de labor. No podemos, honradamente, aceptar que nosotros tenemos capacidad espiritual sin reconocer que ésta es universal. A medida que comenzamos a comprender y a utilizar nuestra habilidad para curar, es posible que nos sintamos como se sintieron los hijos de Israel en el tiempo del Antiguo Testamento, que somos especial y exclusivamente elegidos por Dios para hacer Su trabajo. Es verdad que somos elegidos por Dios. Todos somos elegidos para hacer Su voluntad; el propósito exclusivo del hombre es expresarlo a Él. Y cuanto más perseverantemente nos adherimos a este hecho universal y científico, tanto más apreciamos y respetamos a todos aquellos que disciernen cómo curar espiritualmente.

“Abraham, Jacob, Moisés y los profetas percibieron gloriosas vislumbres del Mesías o Cristo, que bautizó a estos videntes con la naturaleza divina, la esencia del Amor”, escribe la Sra. Eddy. Y termina el párrafo diciendo: “El Espíritu único incluye todas las identidades”.Ciencia y Salud, pág. 333.

A medida que descubrimos nuestra identidad en el único Espíritu, tal vez sintamos que El Mesías de Händel continúa declarando el mensaje de la Biblia de una manera especial. Y esta obra les recuerda este mensaje a quienes comprenden al Cristo como la Verdad salvadora y sanadora que está aquí ahora tan positivamente como lo estuvo hace dos mil años.

Nos sentimos inspirados cuando el bajo canta: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos”. Y conmovidos a medida que el tenor nos insta: “Mirad, y ved si hay dolor como Su dolor”. Y gozosos cuando la soprano nos asegura: “Porque no dejaste mi alma en el Seol”, y la contralto confirma: “Entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria”.

Pero la emoción mayor es cuando el coro — con todo el auditorio de pie — eleva su voz y canta:

¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!
El reino de este mundo ha venido a ser de nuestro Señor y de Su
Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos.
Rey de Reyes, y Señor de Señores.
¡Aleluya!

Al relacionar nuestro trabajo con toda la misión del Mesías, uniendo nuestros esfuerzos a los de aquellos que han seguido al ungido a través de los siglos, de buen grado hacemos a un lado el complejo mesiánico y emocionados nos unimos al oratorio de alabanza a Dios. Porque ésta es la manera en que la obra mesiánica será totalmente cumplida: cuando todos en canto y en vida hacemos resonar ese gran estribillo que es el eterno mensaje de la Navidad: “¡El Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!”

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