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La acción del Cristo en el tratamiento

Del número de diciembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Toda ayuda proviene de Dios. El hombre es siempre el beneficiario del tierno cuidado de Dios.

En general, cuanto más oremos por nosotros y hagamos por los demás, tanto más creceremos espiritualmente. Hay momentos, sin embargo, en que todos necesitamos ayuda espiritual para encarar desafíos mayores. Incluso Moisés, el intrépido líder, necesitó apoyo en una batalla en la época en que los israelitas escapaban de la esclavitud. Ver Éx. 17:11, 12. Es necesario que veamos la acción del poder de Dios, ya sea que seamos el paciente o el practicista.

La Sra. Eddy describe así esta ocasional necesidad de ayuda: “Si los discípulos no se curan prontamente ellos mismos, no debieran tardar en acudir a un Científico Cristiano experimentado para que los ayude. Si no se sienten inclinados a hacer esto en su propio beneficio, sólo necesitan saber que el error no puede producir esta renuencia contranatural”.Ciencia y Salud, pág. 420.

Poner al descubierto y destruir estas pretensiones de “renuencia contranatural” del error es un paso adelante para saber cuándo pedir tratamiento en la Ciencia Cristiana. Por lo común, estas pretensiones derivan del temor, el pecado o la ignorancia. Quizás sintamos cierto temor de acercarnos a un extraño para pedir ayuda, de usar otros medios curativos que no sean los populares o de renunciar a la materia, en la creencia de que perderemos el cuerpo. Acaso temamos una condenación personal si nuestro pecado se pone al descubierto. A veces sentir orgullo de nuestro propio conocimiento de la Ciencia o pensar que no podremos pagar los honorarios de un practicista pueden impedir que busquemos ayuda. El temor y el pecado indican la ignorancia acerca de Dios y de Sus leyes y de las pretensiones del mal, incluso de lo que un practicista de la Ciencia Cristiana es y hace. El estar consciente del amor de Dios puede eliminar estas apariencias de mal.

El temor disminuye inmediatamente como resultado de la humildad que desea liberarse de una sensibilidad perturbadora, de la ignorancia o del pecado. El Cristo, la idea divina de Dios, no la personalidad humana, es lo que nos libera. La Ciencia del Cristo es el único método verdadero de curación permanente. El repudio de la materia que se basa en la totalidad del Espíritu, no destruye el cuerpo, sino que lo sana, porque este rechazo de la materia saca a la luz la naturaleza verdadera del hombre, siempre perfecta y completa.

La comprensión de la ley de Dios nos libera del mal y de sus efectos de sufrimiento. Las ideas que salen a luz en el tratamiento son la base de nuestra sustancia y provisión, restablecen la salud al cuerpo, mejoran las relaciones y dan propósito a la vida y productividad a los negocios.

El trabajo del practicista es establecer la voluntad de Dios en la curación, redención y salvación. El practicista aplica las leyes de Dios a fin de separar el mal de la persona. Esta verdad del ser nos libera para vivir como hijos de Dios. Reemplazar la enfermedad por la salud es como lavar una ventana para dejar pasar los rayos de luz. Borrar el pecado con la pureza, a fin de que la belleza reflejada se muestre en toda su gloria, es como limpiar la suciedad de alguien que acaba de salir de una zanja.

Cristo Jesús fue el perfecto practicista al poner en práctica las leyes de Dios. Todos los practicistas de la Ciencia del cristianismo se esfuerzan por seguirle como Maestro y Mostrador del camino. Expresaba poder y compasión ante las necesidades espirituales de los que acudían a él. No condenaba a la gente ni excusaba el pecado, sino que liberaba a los individuos de la esclavitud del pecado y de la enfermedad. Su pura naturaleza detectaba y destruía el pecado encubierto. Sus vigorosas denuncias de quienes hacían el mal se basaban en la impecabilidad del hombre verdadero. La Sra. Eddy lo explica así: “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que se le aparecía allí mismo donde los mortales ven al hombre mortal y pecador. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios y este concepto correcto del hombre curaba al enfermo”.Ibid., págs. 476–477.

¿Qué es el tratamiento en la Ciencia Cristiana? Es la oración cristiana y científica, dirigida específicamente a ayudar a quien ha solicitado ayuda. Este método espiritualmente mental de ver la realidad revela la supremacía de Dios y el dominio que el hombre refleja. El reconocimiento de la solícita ley de Dios, armoniza el pensamiento con la realidad, con la influencia del Cristo, la cual manifiesta el cielo en la tierra. El efecto del tratamiento es curación y redención. La Sra. Eddy escribe: “La Ciencia metafísica o divina revela el Principio y método de la perfección, — cómo llegar a tener una mente que esté en armonía con Dios, en simpatía con todo lo que está bien y opuesto a todo lo que está mal, y un cuerpo gobernado por esta mente”.La curación cristiana, pág. 14.

Al percibir la realidad en la Ciencia divina, poseemos la regla perfecta para detectar y eliminar todo lo que es desemejante a Dios. Este proceso impersonal no es lo que una mente hace por otra, sino lo que Dios, la Mente divina, hace por todos por conducto de la divinidad del Cristo, nuestra filiación con Dios.

El Cristo es un agente curativo, gentil y poderoso que depura la mente y el cuerpo del sufrimiento inducido por las impurezas. La enfermedad y el pecado provienen del pensamiento erróneo. Sin embargo, el que sufre no es el que originó los pensamientos erróneos, sino que él ha sido engañado por ellos. Si acepta mentalmente el error, sufre por ese error. Por lo tanto, no debe ser condenado por su error, sino liberado de él. Tanto el enfermo como el pecador están, por lo general, tan aferrados a la compasión por sí mismos o a la vergüenza, que sólo el Cristo puede proporcionar la tierna e inteligente comprensión de la realidad que los libera.

El practicista detecta y corrige los errores por medio de la ley del Cristo. Sabe que el pecado y la enfermedad son pensamientos mortales exteriorizados. Sin embargo, mirando más allá del cuadro material, ve la totalidad del Espíritu, la Mente, donde no existe mente mortal ni materia que exterioricen pensamientos erróneos. El apóstol Pablo lo expone con claridad cuando dice: “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. Rom. 8:2.

Todos los problemas de esta tierra se derivan de un concepto equivocado acerca de Dios. Toda curación se deriva de un entendimiento de Él. El practicista ve más allá del cuadro exterior de la discordia e identifica la necesidad espiritual, sabiendo que se la puede satisfacer por medio del Cristo. Afirmar el ser verdadero del hombre, como hijo de Dios, no sólo es un derecho divino, sino un derecho humano. Discernir a Dios como Principio y poder tiene un efecto inmediato sobre la humanidad: el Amor vence al odio, la Verdad destruye el error, la Mente elimina la ignorancia, el Espíritu excluye la materia y el Alma aniquila el pecado. La operación del Cristo en la consciencia humana es una experiencia espiritual, la verdadera medicina de Dios, “quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias”. Salmo 103:3.

El practicista de la Ciencia Cristiana anhela conocer mejor a Dios, ser semejante al Cristo y expresar mejor el espíritu del Cristo. Se esfuerza por ser humilde y dócil a la enseñanza, toma voluntariamente su cruz y se niega a sí mismo a fin de seguir al Cristo. Siente una necesidad profunda de expresar el Amor divino, de crecer espiritualmente y de practicar lo que sabe para su propia redención y salvación. Este anhelo incluye el deseo de liberar a otros de la enfermedad y del pecado. Él reconoce la necesidad de poseer la gracia que no juzga personalmente a los mortales ni les atribuye la culpa.

El practicista no es un salvador o redentor personal, un médico o psiquiatra, un sacerdote confesor o un ministro personal. No ofrece consejo, sino las bendiciones del Cristo. Sólo el Cristo puede restaurar la pureza y la salud, la alegría de vivir. A veces, las largas conversaciones llevan a poner demasiado énfasis en uno mismo, privando quizás a ambos, al practicista y al paciente, de la oportunidad de recurrir directamente a la revelación necesaria en la Biblia y Ciencia y Salud. Tal vez pueda haber necesidad de largos períodos de tratamiento, pero siempre se depende del Cristo y no de una persona en particular.

Incluso antes de que se le pida ayuda, las largas horas de trabajo, vigilancia y oración del practicista dan entrada a la luz celestial que prepara el corazón para hacer frente a necesidades específicas.

El paciente tiene también la obligación de buscar la guía divina para saber cuándo y a quién pedir ayuda. La oración puede guiarnos, en cada caso, a elegir a la persona apropiada. Puede ser un practicista inscrito en el The Christian Science Journal o en el Heraldo, o un Científico Cristiano experimentado que no esté inscrito. Podemos recurrir a un practicista distinto en cada necesidad o ir al mismo por varios años. Con todo, no debería existir el sentimiento de apego personal; tampoco pensar en “mi practicista” ni en “mi paciente”.

Cada curación indica que se ha visto y se ha demostrado la realidad, mostrando que la vida en la materia es el enemigo y la vida en el Espíritu es el amigo de una manera de vivir armoniosa. Éste es el despertar impulsado por el Cristo. Cada curación inspira mayores esfuerzos encaminados a abandonar voluntariamente la materialidad por la espiritualidad, a fin de experimentar más del cielo en la tierra. Entonces dedicamos nuestra vida a resolver todos nuestros problemas espiritualmente. A medida que lo hacemos crece en nosotros el deseo de ayudar a los demás. Éste es el camino cristiano: los que fueron ayudados son después los que ayudan, y el paciente se convierte en practicista, cumpliendo así el mandamiento de Jesús: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:8.

La Sra. Eddy nos asegura: “Cuando estamos dispuestos a ayudar y a ser ayudados, el auxilio divino está próximo”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 166. La curación y la redención son pruebas de que la divinidad ha tocado nuestra vida. No hay “renuencia contranatural”, no hay resistencia, al Amor consolador que todo lo abarca, a la ley salvadora del Principio, al poder sanador del Espíritu, a la pureza redentora del Alma, a la armonía y la santidad de la Vida, a la vida que se vive para la gloria de Dios.

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