Existe un orden divino de armonía al cual podemos recurrir para la curación de los males y pesares humanos. Este orden divino es la propia concepción que Dios tiene de las cosas, la perfección de Su ser, siempre representado y reflejado en el hombre y en todo Su universo espiritual. “Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; haga resplandecer su rostro sobre nosotros”, implora el Salmista. “Para que sea conocido en la tierra tu camino, en todas las naciones tu salvación”. Salmo 67: 1, 2.
La Verdad suprema; la perfecta e indestructible Vida; el Amor infinito, describen el Ser que es Dios, nuestro divino Padre-Madre. Dios es la Mente perfecta, la cual Jesús tan fielmente expresaba. La Biblia recomienda: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Filip. 2:5.
Jesús no aceptaba aparentes imperfecciones. Él estaba de acuerdo con Dios en la forma en que veía al hombre. Hasta las más serias enfermedades físicas eran curadas al sentirse el poder de su percepción divina de la verdadera identidad armoniosa de cada uno. Entonces, cuanto más cerca estemos de ver al hombre y al universo perfectos de Dios, tanto más armonía y salud podremos esperar.
El discernir la realidad de Dios — permitiendo que nuestro pensamiento esté de acuerdo con ello — no es imaginar que las cosas son mejores de lo que son. Es necesario lograr la clase de acuerdo mental con la realidad divina que Jesús ejemplificaba, aun frente a dificultades terribles. Pero éste no es un ejercicio superficial de la mentalidad humana. Por cierto que no. Más bien, sometemos el mecanismo humanamente mental a al Mente divina y dejamos que el concepto divino de la creación sea nuestro concepto.
Una familia de Científicos Cristianos estaba a cientos de kilómetros de su casa viajando en automóvil cuando tuvieron que enfrentar un gran desafío. Su pequeño hijo, que estaba en los brazos de su madre, parecía muy decaído. Este estado de letargo duró por varias horas. El miedo se apoderó de los padres, aun cuando ellos frecuentemente habían probado lo eficiente que es la oración en la Ciencia Cristiana. Parecía que esta vez su oración no era respondida.
Entonces la madre le pidió a Dios que le enviara un mensaje específico de curación. Le vinieron a la mente estas palabras del libro de texto de la Ciencia Cristiana: “El Autor del Apocalipsis nos habla de ‘un cielo nuevo y una tierra nueva’. ¿Os habéis figurado alguna vez este cielo y esa tierra, habitados por seres bajo el dominio de la sabiduría suprema?” Ciencia y Salud, pág. 91 . La pregunta de la Sra. Eddy le pareció como un mandato, y la madre se puso a orar y a reconocer el gobierno armonioso de Dios sobre Su universo y linaje espiritual, incluyendo la identidad verdadera de su hijo. Ella también sintió consuelo al darse cuenta de que San Juan había percibido la perfección del verdadero ser del hombre, libre de problemas y dolores, mientras estuvo aquí en la tierra.
Por primera vez después de muchas horas, el niño se movió. Luego bebió agua y comió, y sus funciones normales retornaron. El niño había sanado.
Orando para ver las cosas como Dios las conoce — para sentir Su infalible gobierno — encontraremos que Su amor nos permite ver al hombre como la manifestación de Dios y no como una forma física. Esto no implica algo místico. Dicha perspectiva subraya lo práctico de la afirmación de Jesús: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. Juan 6:63. Jesús enseñó que Dios es Espíritu. Y una enseñanza bíblica profunda revela que Dios creó al hombre a Su imagen. La conclusión lógica es que la verdadera identidad del hombre es espiritual, no física; compuesta de la sustancia y elementos del Alma divina, o la Verdad.
Nuestro concepto mental acerca del ser del hombre tiene más impacto en nuestros vida que las cosas que desfilan ante nuestros ojos diariamente. Cuando lo que aceptamos como realidad es el armonioso “estado” de la creación de Dios, este concepto elevado se manifiesta en la espontánea curación en la Ciencia Cristiana.
Podemos cantar con el Salmista: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus iniquidades; el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila”. Salmo 103:2–5. A medida que enfocamos nuestro pensamiento en la realidad divina, la curación y salvación de toda clase de discordias ocurren naturalmente, como la salida del sol. Dios nos incluye a todos en la universalidad y compleción de la realidad.