En 1965, antes de ser estudiante de Ciencia Cristiana, un dentista me dijo que padecía de piorrea y que perdería los dientes para cuando cumpliera los cuarenta años. Me dijo que la piorrea era incurable y me dio un medicamento para que lo tomara, y dijo que al menos retardaría la enfermedad. Mi madre y mi abuela habían perdido los dientes debido a esa enfermedad, y ahora parecía que a mí me pasaría lo mismo.
Al año siguiente supe de la Ciencia Cristiana. Después de leer Ciencia y Salud por la Sra. Eddy por poco tiempo, dejé de depender de las medicinas. Junto con mi estudio de la Biblia y Ciencia y Salud, oré, afirmando con convicción que mi verdadera naturaleza era enteramente espiritual. El reconocimiento de esto me ayudó a comprender que ninguna creencia en cuanto a quijadas o encías, ni supuestas leyes de herencia, incurabilidad, edad, deterioro o enfermedad, podrían tener relación alguna con mi establecida perfección espiritual. Comprendí que la ley de Dios de perfección era todo lo que realmente me había estado gobernando.
Muchas veces durante los catorce años siguientes, tuve que orar diligentemente para vencer el temor de perder mis dientes. (Otro testimonio anterior en el que relaté curaciones que tuvo nuestra familia de otros problemas dentales apareció en una edición del Christian Science Sentinel del año 1974.)
No se me había hecho ningún trabajo dental en catorce años, no obstante, hace varios meses fui a ver a otro dentista. Se me tomaron radiografías, y mientras el dentista las examinaba, le pregunté si veía algún indicio de piorrea. Se rió y dijo: “No. De hecho, las quijadas se ven como si fueran de una persona de dieciocho años de edad”. Me alegré profundamente al darme cuenta una vez más de que Dios es capaz de curar y que, por cierto, Él “sana todas tus dolencias” (Salmo 103:3). Sentí que la verdad de que el hombre es enteramente espiritual fue demostrada en grado sumo en esta hermosa curación de una creencia de enfermedad incurable.
Esta clase de perseverancia e insistencia en lo que realmente está ocurriendo, pese a las sugestiones erróneas, me ha dado la gloriosa oportunidad de ayudar a otros a liberarse de las pretensiones de enfermedad, pecado y mortalidad. Estoy humildemente agradecida.
Santa Ana, California, E.U.A.
Por ser el segundo dentista mencionado por la Sra. Collins en su testimonio, tengo en mi poder una serie completa de las radiografías (dieciocho) de sus dientes tomadas el 21 de enero de 1980. Las radiografías muestran excelente salud de los tejidos circundantes y de las quijadas sin ninguna señal de piorrea.
Radnor, Pennsylvania, E.U.A.