Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Expectativa con discernimiento

Del número de diciembre de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La gente esperaba un Salvador. Cuando Cristo Jesús nació, muchos anticipaban la llegada del Mesías. No obstante, la mayoría de ellos no reconocieron su advenimiento. Los cristianos de hoy pueden recordar aquella escena de hace dos mil años y encontrar una razón significativa de por qué ese acontecimiento pasó mayormente desapercibido: ocurrió de manera muy inesperada.

Puntos de vista preconcebidos acerca de cómo tendría que manifestarse la llegada del Salvador, quién sería, qué haría, oscurecieron el que se le diera mayor reconocimiento. El problema no era que a la gente no le importara la llegada del Cristo, o que no la esperara; el obstáculo fue, por lo menos para la mayoría, que el sentido espiritual de ellos estaba tan poco cultivado que no pudieron discernir este espléndido acontecimiento.

Los cristianos de hoy quizás se sorprendan por la falta de receptividad expresada por tantos durante la época de Jesús. Allí estaba él entre ellos, viviendo una vida que habría de pasar a la historia como la más importante de todos los tiempos. Y, sin embargo, pocos percibieron al Cristo que él expresaba. Más tarde, con un punto de vista más propicio, la aparición del mensaje de Dios es muy obvia, por lo menos para los cristianos del mundo. La venida del Salvador había sido profetizada; su nacimiento fue virgen; su ambiente humilde; desarrolló un poder espiritual que literalmente estremeció a los adherentes del materialismo.

En la actualidad, los Científicos Cristianos recuerdan los comienzos del movimiento de la Ciencia Cristiana hace más de un siglo. ¿Cómo es, pueden preguntarse, que la mayoría del mundo cristiano no reconoce la Ciencia divina, el Consolador prometido por Jesús? No se trata de que la gente no haya esperado esta llegada. Por siglos muchos han tenido la certeza de que la reaparición del Cristo era inminente.

Al Científico Cristiano concienzudo, la llegada de la revelación divina en esta época le parece tan lógica, tan natural, tan obvia. Pero, al igual que en el tiempo de Jesús, la aparición de la idea espiritual, aunque no inesperada, ha llegado en una forma y con un mensaje que relativamente pocos han estado preparados para discernir y aceptar.

Tal vez podamos apreciar lo profundo que ha debido de ser el sentir de la Sra. Eddy cuando escribió: “Mi esperanza cansada trata de realizar aquel día feliz en que el hombre reconocerá la Ciencia del Cristo y amará a su prójimo como a sí mismo, — en que comprenderá la omnipotencia de Dios y el poder sanador del Amor divino en lo que ha hecho y está haciendo por el género humano. Las promesas serán cumplidas. El tiempo oportuno para la reaparición de la cura divina es a través de todos los tiempos...” Ciencia y Salud, pág. 55.

Existen hoy en día fuertes paralelos entre la necesidad que había en el tiempo de Jesús de contar con un sentido espiritual más agudo y la del mundo actual de tener una percepción más iluminada. En ambos casos la falta de discernimiento divino ha suscitado que la humanidad se demore en recibir al Cristo, la Verdad. Tal vez esta lección, que creemos necesario que el mundo en general aprenda, sea en realidad algo que nosotros mismos tengamos que comprender mejor.

¿Qué decimos de los casos cuando hemos aplicado verdades metafísicas específicas a cierta dificultad humana pero la curación no viene con la misma prontitud característica de la práctica de Jesús? De la misma manera que la gente del tiempo de Jesús abrigaba una honda expectativa de la llegada del Cristo salvador, así también nosotros ahora esperamos ser liberados de cualquier problema que tengamos por delante. Pero, ¿estamos a punto de cometer el mismo error cometido tanto en el tiempo de Jesús como hoy en día por aquellos que no han reconocido la Ciencia divina? ¿Restringimos nuestra expectativa al enfocarla dentro de ciertos límites? ¿Abrigamos nociones preconcebidas de cómo nos será revelado un determinado mensaje sanador?

La razón por la cual tantas personas en el pasado no percibieron el mensaje sanador del Cristo es que los sentidos materiales estaban firmemente aferrados a cómo el “Emanuel”, o “Dios con nosotros” (Mateo 1:23), habría de manifestarse. Tal vez tengamos que tomar una decisión importante y no hayamos logrado percibir el camino adecuado que debemos seguir. O quizás alguna enfermedad física no haya cedido a la salud. O es posible que algún problema de relaciones humanas todavía no haya sido resuelto. Mas, cualquiera que sea la dificultad, ¿somos verdaderamente receptivos al modo singular en que el Cristo puede estar ya dándonos la respuesta?

En lugar de orar más intensamente para que el Cristo aparezca, para que se manifieste y nos salve, tal vez tengamos que cultivar más hondamente nuestro sentido espiritual, aquella cualidad de consciencia que nos capacita para ver lo que el Cristo ya está haciendo ahora mismo en medio de nosotros. No que esto sea siempre fácil. La rigidez del pensamiento mortal trata de aferrarse a su convicción de que la respuesta aún no ha llegado, que tiene que manifestarse en una forma predeterminada.

Pero el milagro de la bondad de Dios a menudo se define por la manera original, innovadora y creativa en que se presenta la respuesta que tiene una base espiritual. Aun cuando todavía no hayamos visto la solución, esto no quiere decir que ésta no esté presente. Lo que se requiere quizás sea abrir más nuestros ojos mentales, nuestro sentido espiritual puro.

Este punto de vista más amplio, más expansivo, no se obtendrá meramente haciendo esfuerzos por extender la imaginación humana, es decir, con una búsqueda ansiosa de nuevas opciones que nos ayuden a escapar del problema. Una mentalidad mortal no puede realmente ver las posibilidades del Espíritu. Pero como reflejo del Espíritu, el hombre posee un sentido espiritual sin restricciones, una capacidad ilimitada para discernir la bondad siempre presente de Dios. Comprender este hecho y reconocer la manera ilimitada en que la Mente se revela, nos capacita para ver las soluciones allí donde no parecen existir para el sentido material.

¿No fue ésta la lección que el criado de Eliseo tenía que aprender? El joven se levantó temprano una mañana y descubrió que la ciudad había sido rodeada por los sirios. El sentido material se aferró tenazmente al cuadro de que no había escapatoria para el profeta y su criado. Pero mediante el sentido espiritual Eliseo discernió que estaban a salvo. “Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo”. 2 Reyes 6:17.

Una solución totalmente inesperada, o sorprendente, por lo menos desde el punto de vista de los sentidos materiales. Pero la solución espiritual a menudo se presenta en términos de lo inesperado. Por eso es que nuestra necesidad a menudo es la de romper las barreras mentales obstructivas y abrir nuestra consciencia a las amplias posibilidades que el Espíritu proporciona.

Es indudable que la afirmación de verdades metafísicas básicas son esenciales en el tratamiento. Es normal y de valor inapreciable reconocer que Dios es bueno y aceptar la perfección del hombre como la expresión intacta de Dios. Pero debido precisamente al hecho de que Dios es infinito, Él puede responder a nuestra necesidad presente de manera imprevista.

Deberíamos poder recordar aquella escena en Belén y aprender la profunda lección de ampliar nuestra capacidad para recibir el regalo de Dios, cualquiera que sea la forma en que llegue. La lección va mucho más allá de una historia de fracaso en comprender el valor de un bebé en un pesebre. ¿Escuchamos el eco de esa historia cuando nosotros mismos no vislumbramos en el horizonte solución alguna para algún problema que se nos plantee? Hay una solución. Esa solución está presente ahora mismo. Pero tal vez sea necesario aumentar nuestra expectativa basada en el discernimiento espiritual, de modo que podamos reconocer la manera singular en que Dios nos está revelando a Su Cristo.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / diciembre de 1981

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.