Nada podemos hacer para evitar que el Principio divino sea lo que ya es. El Principio divino es el origen de la invariable ley espiritual universal. El Principio, Dios, no puede ser personalmente limitado, poseído o gobernado. Opera libre de toda personalidad humana restrictiva, y, cuando reconocemos su poder y presencia, restablece la armonía en nuestros asuntos diarios.
El Principio divino mantiene el universo espiritual y el hombre eternamente perfectos. Ésta es la verdad de todo ser, y es la verdad de nuestro ser ahora. Necesitamos establecerla en nuestros pensamientos y acciones y renunciar con humildad al concepto material de Dios y Su creación.
El Principio divino es siempre correcto y estable, y cuanto más espiritualmente correctos y estables somos en lo que pensamos y hacemos, en mayor grado está nuestra vida gobiernado por el Principio.
La mente mortal, en su pretendida oposición a la Mente divina, trataría de resistirse a los requisitos que exige el Principio, como restricciones que obstaculizan la libertad individual. Aun el más sincero cristiano puede, en ocasiones, evadir las exigencias de los Diez Mandamientos y del Sermón del Monte y buscar la comodidad relativa de la opinión humana y la justificación propia. Mas el Principio divino, que es la base de la curación por la Mente según la Ciencia Cristiana, no está a disposición del deseo personal. “En la Ciencia Cristiana la mera opinión no tiene valor”, escribe la Sra. Eddy. “La prueba es esencial para una apreciación correcta de este tema. El escarnecer la aplicación de la palabra Ciencia al cristianismo no puede impedir que sea científico aquello que está basado en el Principio divino, demostrado según una regla fija divina y sometido a la prueba”.Ciencia y Salud, pág. 341.
Vívidas historias bíblicas nos relatan acerca de hombres que, impulsados por el Principio, se ciñeron a una norma moral más elevada que la de quienes los rodeaban. Otros, al despertar a la necesidad de someterse al Principio, fueron transformados y exaltados por sobre sus semejantes. El Salmista ciertamente sintió el gozo de vivir en obediencia al Principio divino cuando dijo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmo 40:8.
En ocasiones, la tentación a desviarse de la norma establecida por la Ciencia del Cristo, parece insistente. Nadie está exento de la ley del Principio. El Amor nos castiga y corrige nuestras infracciones a la ley divina, conduciéndonos tiernamente en el sendero correcto.
Al reconocer que la estricta obediencia a la ley moral y espiritual nos aporta la mayor felicidad, no consentiremos que el nivel de nuestras normas sea inferior sólo para agradar a alguien, ni las abandonaremos en tiempos de persecución. Cuando estamos de acuerdo con el Principio, somos tan sinceros en privado como en público.
Aunque el mundo las llamó milagros, las obras sanadoras de Cristo Jesús fueron manifestaciones de una vida en conformidad con el Principio. Sus enseñanzas elevaron a sus seguidores hacia ese concepto más elevado de la existencia, del cual él jamás se apartó. Predicando a los hombres acerca de un Padre celestial, rehusó reconocer lazos humanos. Y cuando un hombre se refirió a él como “Maestro bueno”, Jesús señaló el origen impersonal de todo el bien, diciendo: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”. Marcos 10:18.
¿Qué es lo que nos aparta de lo que sabemos que es lo correcto, y nos hace sentir que estamos separados de Dios? La Ciencia Cristiana identifica esta supuesta influencia como magnetismo animal. En esencia, éste es la mentira de que la vida está en la materia. Contaminaría nuestra consciencia hasta que nos pareciera que somos capaces de cometer lo que no es correcto, y después estar dispuestos a disculparnos de toda culpabilidad.
La Sra. Eddy escribe: “No hay hipocresía en la Ciencia. El Principio es imperativo. No se le puede burlar con la voluntad humana. La Ciencia es una demanda divina, no humana. Siempre en lo cierto, su Principio divino jamás se arrepiente, sino que mantiene lo que la Verdad reclama, exterminando el error”.Ciencia y Salud, pág. 329.
Si el Principio divino jamás se arrepiente, entonces el arrepentimiento debe tener lugar en la consciencia humana. Pero cuán agradecidos podemos estar de que no tenemos que hacernos mortales perfectos. En realidad, somos tan perfectos ahora como lo seremos siempre, porque de hecho somos ideas espirituales e inmortales expresando el mismo ser de Dios. En realidad no existen mortales inferiores o superiores, ni mortales buenos o malvados; no existen mortales. Nuestra tarea es corregir constantemente los falsos conceptos acerca de nosotros mismos y de los demás con la verdad de la creación espiritual. Entonces conoceremos a Dios tan bien, que de manera natural estaremos en conformidad con el Principio. No dudaremos de Su cuidado ni nos sentiremos fuera de Su presencia, como tampoco perderemos nuestras cualidades propias del Cristo.