Hace muchos años, cuando Mary Baker Eddy era muy niña, aprendió acerca de los personajes de la Biblia. Le encantaba oír los relatos acerca de David, José, Daniel y de todos los demás. Pero del que más le gustaba saber era de Cristo Jesús. Todos los días la familia se reunía para escuchar a su papá leer de la Biblia. En ese entonces, a pesar de que muchas personas leían sobre las casas maravillosas que hizo Jesús, ninguna de ellas sabía cómo las hacía.
Mary y sus cinco hermanos y hermanas mayores vivían con su mamá y su papá en una granja donde había mucha actividad. A Mary le encantaba jugar al aire libre y ayudar a cuidar de los animales. Algunas veces, cuidaba especialmente a algún corderito que estaba enfermo, hasta que se restablecía.
La escuela a la que iba Mary quedaba lejos de su casa y ella tenía que caminar un largo trecho. Como esta escuela tenía sólo un salón, todos los niños, grandes y pequeños, se sentaban juntos. También Albert, el hermano mayor de Mary, le ayudó a aprender muchas cosas.
Mary se sintió muy contenta cuando aprendió a leer. Lo que más le gustaba era encontrar un lugar tranquilo para poder estar a solas con los libros que prefería. Le gustaba especialmente leer la Biblia.
Cuando Mary tenía ocho años, frecuentemente escuchaba a alguien llamarla por su nombre, pero no podía saber quién era Su mamá le dijo que la próxima vez que oyera esa voz, le respondiera: “Habla, Jehová, porque tu siervo oye”. 1 Sam. 3:9. Eso mismo le había sucedido al joven Samuel, según la Biblia, y fue así como respondió Samuel cuando Dios le habló.
Pero cuando Mary oyó la voz nuevamente, sintió temor y no respondió. Después se arrepintió por no haberlo hecho. Oró y prometió hacer lo que su mamá le había indicado. Cuando escuchó nuevamente la voz llamándola, ya estaba preparada y respondió: “Habla, Jehová, porque tu siervo oye”. Ésa fue la última vez que escuchó la voz.
En cierta ocasión cuando Mary tenía doce años se enfermó mucho. La mamá de Mary sabía que Dios amaba a Sus hijos. Le dijo a Mary que se apoyara en el amor de Dios y orara. Mary así lo hizo, y pronto estuvo bien. Tanto Mary como su mamá se sintieron muy contentas por ello. Viendo Mary que al orar se había sanado, comenzó a darse cuenta de que Dios podía ayudar y sanar.
A medida que Mary crecía, sus hermanas se fueron casando y tanto ellas como sus hermanos dejaron el hogar. Después de un tiempo, Mary también se casó y se fue a vivir lejos. Sin embargo, al poco tiempo, su esposo se enfermó y murió. Mary estaba esperando un bebé, y regresó a la casa de sus padres. A los pocos meses tuvo un hijo.
Mary solía enseñar en una escuela y escribía poemas y relatos para ganar algún dinero, pero se enfermaba muy a menudo. Amaba mucho a su hijito George, pero su familia consideró que no estaba en condiciones de cuidarlo. Entonces falleció la mamá de Mary, y al poco tiempo enviaron a George a vivir con otras personas. Mary trató de muchas maneras que le devolvieran a George, pero la familia con la que él vivía se mudó muy lejos llevándoselo con ellos. A pesar de que a veces parecía que Mary nunca podría estar bien ni-volver a ser feliz, nunca dejó de amar a Dios y siempre trató de comprenderle mejor.
Después de muchos años, Mary tuvo noticias de su hijo. Él le dijo que vendría a verla. Ellos seguían queriéndose mucho.
Mary era bondadosa con la gente y le gustaba estar con sus amigos y hablar con ellos acerca de Dios. Una noche fue a una reunión con algunos de sus amigos. Era el invierno de 1866. El suelo estaba cubierto de nieve y Mary se resbaló en el hielo y se lastimó mucho. Primeramente la llevaron a una casa cercana, y después a su casa y la pusieron en su cama.
Mary se había lastimado tanto que sus amigos pensaron que se iba a morir. Pero tres días después de haberse caído, abrió su Biblia y leyó donde se relata cómo sanó Jesús a un hombre que no podía caminar. Mientras leía, de pronto, se dio cuenta de que Dios es Vida y que Su amor está en todas partes. En ese mismo momento se sanó.
Después de esto, Mary quiso saber más acerca de cómo Jesús había sanado a tanta gente y cómo ella misma había sanado. Pasó mucho tiempo estudiando la Biblia y orando, tratando de entender mejor a Dios. Aprendió cómo Dios cura y esto le permitió a Mary curar también a otros. Para compartir lo que había aprendido, escribió un libro sobre esto y lo llamó Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.
Al igual que el explorador que encuentra una hermosa tierra que antes nadie conocía, Mary Baker Eddy encontró la Ciencia Cristiana. Ésta es la razón por la cual ella es tan especial. Ella sabía que Jesús deseaba que nosotros hiciésemos las mismas cosas que él hacía. Aunque la Sra. Eddy vivió hace muchos años, aún nos sigue enseñando a través de sus escritos lo mucho que Dios nos ama y cómo podemos curar como lo hacía Jesús. Es por eso que la amamos como la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana y la llamamos nuestra Guía.