¿Hay acaso algo más importante que entender lo que somos y con qué propósito fuimos creados? Sólo podemos conocernos a nosotros mismos comprendiendo primeramente nuestro origen. La creación es espiritual. La Mente es su origen porque Dios es la Mente creativa.
De acuerdo con las Escrituras, desde los doce años Jesús estaba consciente de que era hijo de Dios. María y José lo llevaron a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Más tarde, sin ellos saberlo, Jesús se quedó atrás. Se asombraron de encontrarlo en el templo, conversando con los doctores de la ley, quienes se maravillaban de su inteligencia. A Jesús le sorprendió verlos, pues él estaba seguro de que ellos sabían que estaba ocupándose en los negocios de su Padre. Ver Lucas 2:41–49.
Los Evangelios relatan que algunos años después fue Jesús para que Juan lo bautizara. Cuando salía del agua “vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”. Marcos 1:10, 11.
La convicción de nuestra relación con Dios es de vital importancia. Inmediatamente después de ser bautizado y de la sublime revelación de que era hijo de Dios, Jesús pasó por la experiencia del desierto y enfrentó varias tentaciones que el diablo, o en otras palabras, la mente carnal, le presentó. Y según San Mateo, las primeras dos tentaciones comenzaron con la desconcertante sugestión: “Si eres Hijo de Dios...” Mateo 4:3, 6.
Si hubiera sido posible persuadirlo para que negara su unidad con Dios, para que dudara de la veracidad de este divino mensaje: “Tú eres mi Hijo amado”, el santo propósito de su vida no se hubiera cumplido, y su capacidad para satisfacer las necesidades del mundo se hubiera malogrado. Pero la sugestión maligna no halló respuesta en Cristo Jesús. Él sabía que Dios era su Padre. El verdadero conocimiento espiritual no puede ser mesmerizado por las dudosas insinuaciones de la mente carnal.
Jesús demostró en su vida su verdadera filiación con Dios enseñando y sanando. En la experiencia que tuvo en lo alto del monte, llamada la transfiguración, su divina filiación le fue revelada también a aquellos discípulos cuyo pensamiento estaba preparado para percibirla. Nuevamente leemos: “Vino una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd”. Lucas 9:35.
Con valor y autoridad Jesús proclamó el certero conocimiento que tenía de su unidad con Dios, de la paternidad de Dios, y de la semejanza del hombre con Dios. Se nos dice que sus enemigos le querían matar porque él dijo que Dios era su Padre. ¿Por qué el materialismo representado por el pensamiento de los enemigos de Jesús, era antagónico a esta declaración de su unidad filial con el Padre? Porque la materialidad se ve amenazada — de hecho, no puede existir — en la presencia de la espiritualidad consciente.
Cuando se acercaba el final del ministerio de Jesús como Mostrador del camino, el mal repitió su provocación. Esta vez fue expresado por la gente que pasaba mientras Jesús era crucificado y le gritaban: “Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”. Mateo 27:40.
No comprendieron que Jesús estaba demostrando su filiación divina. No usó el poder espiritual que Dios le había concedido para librarse de la prueba de la crucifixión. Mas bien, estaba dispuesto a pasar por cada fase de la experiencia humana hasta alcanzar la victoria total sobre la persecución, la destrucción y la muerte, y hasta sobre la creencia de que hay vida en la materia, cumpliendo así su santa misión como Mostrador del camino, dándole a la humanidad el ejemplo que puede seguir para obtener la salvación completa.
Muchos cristianos piensan que la enseñanza bíblica de que Cristo Jesús, debido a su nacimiento virginal, era el único Hijo de Dios da a entender que nosotros, hoy en día, no podemos emular el poder para sanar que le fue otorgado a él.
Después que la Sra. Eddy, mediante una comprensión repentina del método de curación de Jesús, se curó de una lesión que parecía irremediable, continuó investigando las Escrituras para encontrar la ley espiritual fundamental en las obras de curación de Cristo Jesús. Y ella encontró en sus enseñanzas la seguridad de que todos, en nuestra verdadera naturaleza espiritual, somos hijos de Dios.
La oración que Jesús nos dio comienza con “Padre nuestro”. 6:9. En la Epístola de Juan leemos: “Amados, ahora somos hijos de Dios”. 1 Juan 3:2. Y la Sra. Eddy escribe: “Aquellos que están instruidos en la Ciencia Cristiana han alcanzado la gloriosa percepción de que Dios es el único autor del hombre”.Ciencia y Salud, pág. 29. Ella nos dice: “Dios, el Principio divino del hombre, y el hombre a la semejanza de Dios son inseparables, armoniosos y eternos”. En el mismo párrafo dice: “Dios es la Mente paterna, y el hombre es el linaje espiritual de Dios”.Ibid., pág. 336.
Jesús indicó claramente que sus curaciones no eran milagrosas sino que podían ser emuladas por cualquiera que comprendiera sus enseñanzas y las viviera con fidelidad. Habiendo visto en su propio restablecimiento de su salud el cumplimiento de esta promesa, la Sra. Eddy anheló compartir con todo el mundo la gloria de su descubrimiento. Durante los años siguientes, mientras dedicaba sus esfuerzos al estudio de la Biblia, recibió la revelación de la Ciencia del cristianismo. Ella probó esta revelación restableciendo y redimiendo a aquellos que le permitían aplicar su entendimiento espiritual en beneficio de ellos. Curó muchos casos de enfermedad después que los médicos habían desahuciado a los pacientes. También comprobó que la aplicación de la ley de Dios, como la revela la Ciencia Cristiana, redime a la humanidad del pecado y consuela a los afligidos.
Una vez demostrada esta verdad, ella la explicó en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud. El estudio de este libro, conjuntamente con la Biblia, ha sanado a miles de personas que buscan la Verdad, y también las ha capacitado para sanar a otros mediante el entendimiento de esta Ciencia. Cuando despertamos y nos damos cuenta de que somos hijos de Dios, vemos que es imposible estar separados del bien, ya que Dios es el bien infinito. El sueño de que podemos sufrir, pecar, o fracasar se disipa con el reconocimiento de la Verdad y el Amor.
La luz espiritual nos muestra nuestro ser verdadero a la semejanza de Dios, y el gentil poder del Cristo disipa el concepto equivocado de la creación de Dios y la concomitante negación de Su sabiduría y amor que la falsa evidencia de sufrimiento, crimen y angustia presenta. Un mortal discordante es una falsa creencia en cuanto al linaje espiritual de Dios. En proporción a nuestro entendimiento de la creación de Dios, las limitaciones y las miserias de la llamada existencia material desaparecen de nuestra vida.
La luz de la Verdad no sólo sana al enfermo y reforma al pecador, sino que ilumina profundamente la consciencia, permitiéndonos ver la perfección que el hombre siempre ha expresado aun cuando esté temporáneamente oculta al sentido mortal por la neblina de las creencias erróneas.
Cuando comenzamos nuestro día con la oración, escuchando a Dios para que nos revele nuestra inviolable relación con Él, nos sentimos fortalecidos con una convicción clara de la bondad de Dios, de Su gobierno sobre todo suceso y toda relación. Nos vemos a nosotros mismos y a nuestro prójimo como los hijos de Dios justos, amables, sanos, alegres y libres.
Si la crítica, los titulares en los periódicos, o boletines de la radio, quisieran hacernos creer que el concepto con que empezamos el día es fútil y que nuestros hermanos no son honrados, que sufren o están empobrecidos — o que nosotros mismos nos sentimos enfermos o tentados a pecar — ¿reconocemos la misma falsa voz que insinuó: “Si eres Hijo de Dios...”?
A medida que afirmamos que somos hijos de Dios y contemplamos en nuestro verdadero ser Su semejanza pura, podemos saber con humildad que somos hijos de Dios, que Él nos ha hecho buenos. La fortaleza de nuestra capacidad para ser buenos y hacer el bien estriba en nuestra unidad con Él. Debido a que nuestra pureza está arraigada en Su inmutable santidad, estamos a salvo de la tentación. La gloria de todo bien es de Dios y no nuestra. Él resguarda nuestra inocencia, y nos apoyamos confiadamente en Su sostén, sabiendo con convicción profunda que nunca nos fallará.
La semejanza del hombre con Dios está sostenida por Dios.
