Hace años durante una época difícil, pedí prestado un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy en la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana, en el pueblo donde vivía. Acababa de perder mi trabajo, y había aceptado uno temporal, a muchos kilómetros de distancia. Además, pronto tendría las responsabilidades del matrimonio. Comencé a familiarizarme nuevamente con la religión que conocí en mi hogar durante mi niñez. En los años intermedios me había alejado de sus enseñanzas, y mi estilo de vida y comportamiento social ya no se ajustaban a las normas morales que se me habían enseñado que eran correctas.
Al iniciar mi nuevo trabajo, cada mañana meditaba sobre el Salmo noventa y uno, y también sobre “la declaración científica del ser” por la Sra. Eddy, especialmente esta frase (Ciencia y Salud, pág. 468): “Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”. Me fortalecieron esos inspirados mensajes, que me aseguraban la constante protección, poder y presencia de Dios.
El trabajo que se esperaba que fuera sólo por una temporada, duró más de cuarenta años con la misma compañía y fue muy satisfactorio. Ascendí de vendedor de puerta en puerta a jefe del departamento, tuve el reconocimiento de mis contemporáneos en nuestra asociación comercial, de la cual fui electo presidente, tanto por la organización estatal como por la nacional. Pienso que tales pasos de progreso fueron el resultado natural de mi crecimiento espiritual durante esos años.
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