A medida que iba creciendo, con frecuencia me parecía que mis normas en cuanto a lo bueno y a lo malo me impedían tener muchos amigos y restringían mi vida social. Mis padres no me dejaban beber ni fumar. Respecto a la actitud mantenida por muchos de mis condiscípulos en cuanto a las relaciones sexuales, creo que tenía yo el suficiente criterio como para no condescender a ello.
A veces pensaba que si mis normas hubieran sido un poco diferentes, y no hubiera sido yo Científica Cristiana, habría tenido más amigos y me habría divertido más. Pero a medida que pasaban los años, empecé a sentirme cada vez más agradecida de ser Científica Cristiana y de tener firmes convicciones morales. Comprendí que estas convicciones morales daban a mi vida una estabilidad que otros parecían estar buscando. Vi que ir tras el placer físico sólo me robaría esta estabilidad.
No obstante, me sentía bastante sola en ciertas ocasiones, y algunas veces era un verdadero desafío hacer lo que sabía era lo correcto. De manera que, no sabiendo a qué más recurrir, seguí profundizando más en la Ciencia Cristiana para hallar una solución. A medida que lo hacía, empecé a comprender más claramente el amor de Dios para conmigo y para con todos. Y no pasó mucho tiempo antes de que empezara a respetarme y a apreciarme más a mí misma, así como también a quienes me rodeaban. Éste fue el punto decisivo. Esto era lo que había estado necesitando todo el tiempo. Cuando empecé a amar más y a obtener un concepto mejor de mí misma y de los demás, las amistades se desarrollaron de manera natural. Me di cuenta de que realmente no tenía por qué haber pasado por un período de soledad.