Al mirar por sobre un abismo, es posible que podamos identificar lo que hay al otro lado. Aunque no hayamos estado allí antes, mapas, dibujos, — hasta la primera vislumbre a distancia — puede darnos por lo menos una primera impresión de cómo es ese lugar. Sin embargo, a pesar de cuánto podamos aprender sobre el otro lado, sólo estando allí podremos saber lo que realmente es. Existe siempre una diferencia básica entre el hablar o aprender acerca de algo y el experimentarlo verdaderamente.
De alguna manera, ésta es la clase de relación que parece que tenemos con la realidad. Obtenemos vislumbres de ella. Aprendemos más sobre ella. Pero no debemos detenernos sin antes haberla experimentado. La revelación que tuvo Mary Baker Eddy registra para todas las épocas las verdades del ser, la Ciencia divina de la realidad. Estudiamos sus escritos conjuntamente con la Biblia, y mediante ese estudio obtenemos profundo discernimiento espiritual. La revelación nos da una descripción correcta de la realidad. Parece como si nosotros estuviéramos de este lado del abismo y la realidad estuviera al otro lado. ¿Cómo pasamos de aquí para allá?
En cierto modo, llegamos al otro lado descubriendo que ya estamos allí. Y percatándonos de que realmente no hay ningún abismo, ninguna separación entre Dios y el hombre. Éste es un proceso del despertar espiritual. En este despertar comenzamos a darnos cuenta de que la inmortalidad es siempre el hecho. La existencia nunca terminó y nunca terminará. Comprendemos que sólo el bien es sustancial, y que está siempre presente. Desde la perspectiva puramente espiritual no somos mortales que tratan de cruzar el puente hacia la inmortalidad. El hombre nunca es mortal. En realidad, Dios es Todo, y el ser individual expresa la perfección de Dios.
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