Al mirar por sobre un abismo, es posible que podamos identificar lo que hay al otro lado. Aunque no hayamos estado allí antes, mapas, dibujos, — hasta la primera vislumbre a distancia — puede darnos por lo menos una primera impresión de cómo es ese lugar. Sin embargo, a pesar de cuánto podamos aprender sobre el otro lado, sólo estando allí podremos saber lo que realmente es. Existe siempre una diferencia básica entre el hablar o aprender acerca de algo y el experimentarlo verdaderamente.
De alguna manera, ésta es la clase de relación que parece que tenemos con la realidad. Obtenemos vislumbres de ella. Aprendemos más sobre ella. Pero no debemos detenernos sin antes haberla experimentado. La revelación que tuvo Mary Baker Eddy registra para todas las épocas las verdades del ser, la Ciencia divina de la realidad. Estudiamos sus escritos conjuntamente con la Biblia, y mediante ese estudio obtenemos profundo discernimiento espiritual. La revelación nos da una descripción correcta de la realidad. Parece como si nosotros estuviéramos de este lado del abismo y la realidad estuviera al otro lado. ¿Cómo pasamos de aquí para allá?
En cierto modo, llegamos al otro lado descubriendo que ya estamos allí. Y percatándonos de que realmente no hay ningún abismo, ninguna separación entre Dios y el hombre. Éste es un proceso del despertar espiritual. En este despertar comenzamos a darnos cuenta de que la inmortalidad es siempre el hecho. La existencia nunca terminó y nunca terminará. Comprendemos que sólo el bien es sustancial, y que está siempre presente. Desde la perspectiva puramente espiritual no somos mortales que tratan de cruzar el puente hacia la inmortalidad. El hombre nunca es mortal. En realidad, Dios es Todo, y el ser individual expresa la perfección de Dios.
¿Pero, qué decir de la existencia humana? ¿Qué decir de la creencia de que el hombre es mortal; que la existencia se compone de bien y de mal; que comienza con el nacimiento y termina con la muerte? Desde la perspectiva mortal errónea, existe un abismo. Y es necesario una transición de la creencia de que la materialidad es un hecho fundamental de la existencia a la completa realización de que la espiritualidad es la única realidad del ser.
La Ciencia Cristiana satisface la necesidad humana. No solamente revela lo que está del otro lado; nos muestra cómo se hace la transición. A menos que entendamos la Ciencia con exactitud, no cruzaremos al otro lado del abismo. Un entendimiento incorrecto nos llevará a cometer equivocaciones y demorará nuestro cruce.
Una equivocación que a veces comete la gente es ver la Ciencia divina meramente como un medio para corregir la materia para que no nos moleste tanto. El sentirse libre de molestias, sin embargo, debiera ser el efecto indirecto, y no la motivación primaria. Después de descubrir el significado de lo que nos trae el Consolador, es natural que se persista en la búsqueda de un entendimiento de Dios sencillamente a causa de un profundo amor por Su infinita bondad. Si persistimos en la búsqueda de la curación sin que nos impulse el amor hacia la espiritualidad, vagaremos siempre de un lado a otro a lo largo del borde del abismo, sin hacer nunca la decisión necesaria y terminante de ir con determinación hacia la realidad; estaremos siempre luchando con la creencia de que la vida y la sustancia están en la materia. En algún momento tendremos que hacer algo más que regocijarnos con el panorama del otro lado. No sólo debemos observar la realidad sino ir con perseverancia hacia ella.
Otra equivocación que la gente comete a veces es lo contrario de vagar continuamente a lo largo del borde del abismo. Dan un gran salto, esperando cruzar, de ese solo salto, el abismo sin el debido trabajo de preparación. Pero se dan cuenta de que este gran salto únicamente los lleva hasta un punto determinado. Llegar nada más que a medio camino no puede clasificarse ni siquiera como un éxito a medias.
Subir arrastrándose desde el fondo para empezar nuevamente, no es tarea fácil. Ignorar la necesidad de liberarse con moderación y gradualmente de las limitaciones materiales, y cerrar los ojos a los desafíos que tenemos que enfrentar aquí, alegando que el mal no existe, pero fracasando en demostrar nuestros alegatos, no nos llevará al otro lado. Tenemos que ganar cabalmente nuestro progreso. La Sra. Eddy nos recuerda: “El reconocimiento del Espíritu y de lo infinito no viene repentinamente aquí o en el más allá. El piadoso Policarpo dijo: ‘No puedo tornar en un momento del bien al mal.’ Ni pueden los demás mortales lograr el cambio del error a la verdad en un solo salto”.Ciencia y Salud, págs. 76–77.
Si no podemos quedarnos para siempre en este lado y, sin embargo, no podemos cruzar de un solo salto, ¿cómo llegaremos allí? Usando un puente. Ese puente está construido de cualidades morales. Y las cualidades morales comienzan a surgir a medida que obtenemos vistas más claras de la realidad. Estas vistas no nos dejan abandonados en la mortalidad, ni tampoco nos empujan inmediatamente a la inmortalidad. El efecto inevitable de continuas vislumbres de la realidad, es establecer y enriquecer un firme y sólido puente de cualidades transitorias.
La Sra. Eddy describe algunas de estas cualidades morales como: “Humanidad, honradez, afecto, compasión, esperanza, fe, mansedumbre, templanza”.Ibid., pág. 115. Características como éstas, nos permiten comenzar a avanzar gradualmente y con seguridad a través del abismo. Cuando entendemos que estas cualidades derivan de la Mente y la Mente las impulsa, en vez de simplemente considerar que tienen sus raíces en nobles esfuerzos humanos, el puente viene a ser más sustancial.
Cristo Jesús, más que ningún otro, nos mostró el camino que se debe tomar. Él mantenía una fuerte y perdurable visión de la realidad. Ésta era la base de sus acciones. Él entendía la totalidad de Dios, Su infinita perfección, y que el hombre expresa esa perfección. Jesús ilustró la naturaleza esencial de las cualidades morales transitorias. ¿Quién ha mostrado jamás fidelidad, obediencia, compasión y perdón a tal grado? Su amor y su discernimiento de Dios inevitablemente revelaban esas cualidades, que eran señales visibles en su jornada a la demostración total de que la perfección nunca ha sido interrumpida, de que el hombre nunca ha caído de la eterna presencia del amor de Dios.
Las cualidades morales son la evidencia del efecto transformador que el Cristo, el mensaje de perfección de Dios, tiene para nosotros. Todos debemos pasar por este proceso de espiritualización, esta transformación del pensamiento, de una supuesta base material a la única base real que tiene la existencia, el Espíritu. No podemos evitar la necesidad de cristianizar nuestra consciencia. La aversión a cruzar el abismo o, por el contrario, a dar un salto entusiasta y prematuro, sería el modo en que la mente mortal trataría de impedir la necesidad de desarrollar y practicar las esenciales cualidades transitorias.
Cuando Jesús sanaba a los enfermos, intentaba lograr algo mucho más importante que un mero cambio en la materia. Él mostraba el impacto del entendimiento de la Verdad misma. Y las cualidades morales se manifestaban como evidencia de que el Cristo había tocado la consciencia. Jesús le dijo al enfermo que había sanado en el estanque: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga una cosa peor”. Juan 5:14. No estaba haciendo simplemente un pedido con la esperanza de que el hombre lo cumpliera. Sus palabras describían la regeneración moral que siempre se requiere cuando el Cristo nos sana.
A medida que fortalezcamos nuestro reconocimiento de que Dios es Todo y de que Su bondad lo abarca todo, dejaremos atrás las creencias de la mortalidad y encontraremos, cada vez más, sólidas cualidades morales — cada una derivada de Dios — sosteniendo nuestra jornada. Finalmente, nuestro despertar revelará la plenitud de la realidad. Experimentaremos la ascensión igual que Jesús. Estaremos en el único lado que verdaderamente existe: la perfección infinita. Sabremos que el hombre no tenía puente que cruzar, sino que en realidad era, y eternamente es, la expresión de Dios.
