La festividad de la Pascua conmemora un acontecimiento importante en la historia de la liberación de la humanidad de la esclavizante mortalidad: la resurrección de Cristo Jesús de la tumba. Así como los rayos del sol anuncian el nacimiento de un nuevo día, la Pascua, entendida espiritualmente, es un rayo de luz que presagia la plenitud de la vida espiritual.
Durante su ministerio, Jesús había rescatado a otros de lo que parecía ser el hecho consumado y definitivo de la mortalidad, y finalmente se salvó a sí mismo. El Maestro dio la prueba incomparable de la continuidad de la Vida divina. Reveló que la existencia del hombre es ilimitada e inmortal, pues el hombre refleja todo lo que Dios, la Vida, tiene, y participa de ello. La resurrección de Jesús fue una victoria completa sobre “el rey de los espantos”: la muerte.
El Cristo que Jesús expresó en forma tan perfecta y completa le permitió realizar esa extraordinaria demostración de Vida. El Mesías, o Cristo, había sido vislumbrado ya desde antaño por los profetas de la Biblia. Después, esa idea se manifestó en el corazón virginal de María, porque sólo una consciencia pura e incontaminada podía percibir el ideal de la Vida infinita. Ese ideal se manifestó humanamente como el hombre Jesús, pero la idea-Cristo continúa siendo reconocida por todos los que están dispuestos a aceptar la manera espiritual de vivir de Jesús.
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