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Las relaciones en la iglesia y el nuevo mandamiento

Del número de abril de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Biblia es un manual fascinante sobre relaciones humanas. Ilustra lo que judíos y cristianos aceptan como normas divinamente ordenadas en cuanto a las relaciones justas, tanto entre los hombres y Dios como entre los hombres mismos.

Cristo Jesús enseñó que el elemento esencial en estas relaciones es el amor. Tan exacto fue su análisis, que compendió el conjunto entero de la ley judía en dos “mandamientos de amor” (los cuales se encuentran también en el Antiguo Testamento): “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente... Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:37, 39.

En el Evangelio según San Juan encontramos otro mandamiento de amor, el cual tiene que ver con las relaciones entre los seguidores de Jesús. Jesús lo llamó un “nuevo mandamiento”, pero está profundamente arraigado en la tradición del amor para con Dios y para con el hombre. Dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Juan 13:34, 35. Además de algunos de sus más profundos significados, este mandamiento es una regla fundamental para la actividad de la iglesia y las relaciones entre los miembros de la iglesia. Esta norma de amor cristiano es esencial en el mundo de nuestros días. Es fundamental para resolver sus complejos problemas.

Al trabajar para sanar las necesidades de la humanidad, la comprensión y el crecimiento espiritual individuales son de primordial importancia. Pero la iglesia también tiene un papel indispensable que ejecutar. Desde cierto punto de vista, la organización de la iglesia es una versión en miniatura de la sociedad, en la cual aprendemos a resolver problemas colectivos sobre la base de ideales cristianos. Esto sirve de modelo para todas las relaciones y nos capacita espiritual y prácticamente para emprender una misión importante del cristianismo: la curación de las naciones.

Parte de la definición de “Iglesia” que da la Sra. Eddy en el Glosario del libro de texto de la Ciencia Cristiana, está estipulada en términos de esta misión universal: “La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza humana, despertando el entendimiento dormido de sus creencias materiales a la comprensión de ideas espirituales y a la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos”.Ciencia y Salud, pág. 583. Esta declaración por cierto que nos desafía a alcanzar las normas más elevadas de valores y relaciones.

Pero a veces las exigencias radicales que hace el Cristo a la consciencia humana trae a la superficie, para su destrucción, indeseables elementos que amenazan la estabilidad misma de la iglesia. Es importante comprender que estos elementos no forman parte verdadera de las personas o de las iglesias, sino que son “demonios, o el error”, los cuales podemos expulsar con autoridad divina. Deberíamos venir en defensa de nuestra iglesia tan vigorosa y prontamente como lo haríamos si un amigo nos llamara con urgencia pidiéndonos ayuda.

Nuestras oraciones científicas en bien de las personas y de la iglesia son paralelas en ciertos aspectos. Afirmamos que la identidad verdadera de la iglesia o del individuo es una idea divina; nos damos cuenta de que las creencias malas, cualquiera sea su forma, no son parte de esta identidad, y destruimos estas creencias con la verdad espiritual. La eficacia de la verdad sanadora de Dios y de Su amor es así establecida.

Pero es esencial recordar que la organización de la iglesia no es sólo una demostración individual de madurez espiritual sino que también lo es colectiva. Habrá algunos cuya experiencia y discernimiento sean superiores a los de otros. Al tomarse decisiones colectivamente estos diferentes niveles de pensamiento han de tenerse en cuenta. Esto requiere humildad, paciencia, compasión y una fe inamovible en que el Amor divino es el triunfador final.

Hay una máxima indispensable en este proceso: La unidad de la membresía de la iglesia es vital, es primordial. Los asuntos de negocios de todos los días son secundarios. Por muy urgente que parezca un asunto humano determinado, no puede permitírsele tomar prioridad sobre la unidad espiritual en la iglesia. Esto resulta de la naturaleza y del propósito de la iglesia por ser ella una institución divinamente ordenada.

La Sra. Eddy escribe: “Estoy persuadida de que únicamente por la modestia y distinguido afecto ejemplificados en la carrera de Jesús, pueden los Científicos Cristianos ayudar al establecimiento del reino de Cristo en la tierra”.Retrospección e Introspección, pág. 94. La actividad de nuestra iglesia, por tanto, tiene que proceder de la influencia unificadora del Amor divino, como éste se expresa en el “nuevo mandamiento”. No hay lugar para acción dominante o coercitiva, ya sea de parte de miembros individualmente o de parte de un grupo de miembros. Gran cuidado ha de tenerse en evitar ya sea la tiranía por parte de la mayoría o la obstinación por parte de la minoría. Decisiones que sean constitucionalmente legales pero que dejen a la membresía dividida y amargada, obviamente no resuelven la dificultad fundamental que enfrenta la iglesia. En tales casos, el asunto a veces se pone de lado temporariamente hasta que el desacuerdo más profundo es explorado y resuelto y la membresía puede proceder con acción unificada.

Pero ¿qué ocurre si se toma la decisión “equivocada”? Confiamos en Dios y seguimos adelante. El Amor divino saldrá vencedor de todas maneras. Cuando la armonía de nuestras iglesias parece estar en peligro, bien podemos permitirnos el confiar en Dios.

¿Y cómo continuamos apoyando a la iglesia bajo estas circunstancias? Mediante un vigoroso reconocimiento de los hechos espirituales referentes a la Iglesia y recordando que a quienes vemos como sus miembros son, en realidad, ideas espirituales, gobernadas por una sola Mente. Entonces podemos apoyar sin reservas la institución divinamente designada, como siempre lo hemos hecho. Podemos continuar orando para que la voluntad de Dios se haga en Su Iglesia, como siempre lo hemos hecho. Y podemos continuar amando a nuestros compañeros miembros, apoyándolos paciente y compasivamente, como siempre lo hemos hecho.

El mantener buenas relaciones en la iglesia mediante la obediencia al nuevo mandamiento, es la manera correcta de resolver los problemas de la iglesia. Sólo de esta manera podemos beneficiarnos con las lecciones aprendidas y estar mejor preparados para ayudar a cumplir el destino de la Iglesia de Cristo, Científico.

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