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El amor cristiano y el pecador

Del número de abril de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una mañana de primavera en 1899, un Científico Cristiano, Calvin Hill, conoció a Mary Baker Eddy por primera vez. Su propósito al ir a la casa de la Sra. Eddy fue para ayudarle a seleccionar algunas alfombras. No obstante, el encuentro fue mucho más de lo que él esperaba. Después que hablaron de negocios, la Sra. Eddy le dedicó unos momentos para hablarle sobre la Ciencia Cristiana. En determinado punto de la conversación él le dijo lo siguiente: “Desearía que usted me indicara algún pasaje en su libro que me capacitara para vencer el pensamiento de lujuria y sensualidad”. “¡Lo haré!” respondió enfáticamente la Sra. Eddy.We Knew Mary Baker Eddy (Boston: La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1979), pág. 163.

¡Qué ejemplo de amor cristiano! No había justificación propia ni timidez cuando respondió al deseo de este estudiante que pedía ayuda, un hombre que ella había conocido apenas ese día. No turbó a la Sra. Eddy el tema de la sexualidad humana. Deseaba ayudar a esta persona a vencer problemas que lo molestaban. No sólo le dedicó cierto tiempo ese día, sino que después le llamó para otra entrevista. Además, le escribió una carta alentándolo en sus luchas contra la sensualidad.

¿Qué movió a la Sra. Eddy a tal compasión? Un estudio de su obra máxima, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, nos dará la respuesta. (Éste es el libro al que se refirió el Sr. Calvin Hill.) En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy explica claramente que el pecado, por muy leve u horrible que sea, no forma parte del hombre. El hombre, como la idea pura e inocente de Dios, jamás está, ni por un instante, gobernado por pensamientos degradantes, sino que refleja por siempre la Mente deífica.

Varios siglos antes que Ciencia y Salud fuese escrito, la humanidad fue bendecida por la vida de Cristo Jesús, una vida que nos proporcionó el ejemplo supremo de amor cristiano. Jesús fue llamado el amigo de los pecadores y con justa razón. Él los amó con un amor tan puro que los liberó de sus pecados. ¿Qué fue lo que Jesús amó en la conocida prostituta que entró en la casa de Simón el Fariseo? Amó su verdadera identidad semejante a Dios, que él sabía que no era tocada por el pecado. En Ciencia y Salud leemos: “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que se le aparecía allí mismo donde los mortales ven al hombre mortal y pecador. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios y este concepto correcto del hombre curaba al enfermo”.Ciencia y Salud, págs. 476–477.

Si Jesús hubiera relacionado el pecado con el hombre, no hubiera podido amar plenamente al así llamado pecador, porque la Biblia dice también que Jesús había “aborrecido la maldad”. Hebr. 1:9. Jesús sabía que el pecado era del diablo, del único embustero o mentira, que quisiera inducirnos a que personificáramos al mal. Sabiendo esto, le fue posible destruir los errores del sentido pecaminoso a la vez que amaba a la persona. De esta manera Jesús definió el amor cristiano.

Lo opuesto del amor cristiano es el fariseísmo: la justificación propia, la hipocresía, el interés y celo por la letra de la ley de Dios que pasa por alto al espíritu de la ley. El fariseísmo trata de inducirnos a personificar el pecado y también la honradez. Separa a la humanidad en dos categorías: los que se salvan y los que se condenan. Trata de que veamos a la Iglesia de Cristo, Científico, como un lugar para los justos, pero no así para los que están luchando contra el pecado.

El amor que Cristo Jesús expresó nos muestra que el propósito de nuestra iglesia es liberar a la humanidad del mal en todas sus formas. No debiéramos incomodarnos al ver en las publicaciones de la Ciencia Cristiana artículos sobre el alcoholismo, la homosexualidad, el adulterio, el juego, el mal trato a los niños y demás temas de esta índole. Errores específicos de esta clase azotan a la humanidad, y la gente necesita la ayuda única que ofrecen nuestras publicaciones al tratar sobre estos temas. Como dice la Sra. Eddy: “El propósito esencial de la Ciencia Cristiana es la curación del pecado...”Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 2. Es menester que nos sintamos agradecidos porque nuestra iglesia está ayudando a cumplir este “propósito esencial”, está trabajando por liberar a las personas con las verdades científicas que cristianizan la vida.

Dondequiera que el pecador se halla — aun en el pozo más profundo de la depravación — el Cristo está allí para salvarlo y sanar el corazón arrepentido. La Biblia nos recuerda que “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Rom. 8:38, 39.

Si estamos luchando contra el pecado en nuestra propia experiencia, no tenemos por qué esperar a que alguien nos exprese amor cristiano. Podemos empezar a amarnos ahora mismo. Podemos comenzar a ver el pecado como lo que es, una cruel mentira acerca de nuestra identidad verdadera. Cuando separamos esta mentira de nuestra identidad, no podemos sino amar la inocencia espiritual que Dios expresa en nosotros y en todos Sus hijos.

Si una persona estuviera luchando contra el pecado y volviera a incurrir en sus antiguos hábitos antes de obtener una curación total, no debería desalentarse o condenarse a sí misma. El amor de Dios por el hombre es constante, incondicional. Su amor es continuo, aun cuando perdemos una determinada batalla contra la tentación. Dios no ve a un mortal luchando. Ve a Su semejanza, y Él sostiene a Su semejanza en los brazos de un amor inefable. Este hecho no puede permanecer oculto. El Cristo está operando en nosotros y finalmente aniquilará a la serpiente del mal.

En determinadas ocasiones, cuando nos sentimos abrumados por el pecado, puede parecer muy difícil que sintamos amor por nosotros. La razón es que vemos el pecado como parte de nosotros. Hemos personificado el mal. En estos casos, es útil reafirmar que Dios nos ama, y si Él nos ama, debe existir algo en nosotros digno de ser amado. Este pensamiento nos dará la compasión y valor necesarios para rebelarnos y denunciar los errores que pretenden ser parte de nosotros. Si usted fuese un pastor y viera uno de sus corderos enredado en un cerco de alambre de púas, se apresuraría para liberar al cordero de inmediato. De modo que cuando vemos a otros o a nosotros mismos aparentemente enredados en la trampa del pecado, es menester que trabajemos rápidamente para percibir que el hombre de Dios nunca está enredado en el mal, sino que es libre en el Espíritu.

No deberíamos condenar a las personas por muy extraños o pervertidos que sean los errores que pretenden ser parte de ellos. Esto no significa que demos nuestra bendición al mal, lejos de eso. Debemos condenar el mal totalmente. Pero cuando percibimos los errores como falsedades que no forman parte de la identidad del hombre, aprendemos a condenar al error aun cuando continuemos amando a la persona.

Un encuentro con el amor cristiano puede tener un profundo efecto en una persona que esté luchando con el pecado. Calvin Hill, quien se mencionó anteriormente, fue después un valioso trabajador en el movimiento de la Ciencia Cristiana. María Magdalena, de quien Jesús echó fuera siete demonios, se convirtió en una devota seguidora de Jesús y fue la primera en verlo en la resurrección. Asegurémonos, entonces, que en nuestro encuentro con los demás, veamos más allá de la mentira del sentido material, veamos al hombre verdadero, y amemos con el amor cristiano que sana todos los errores de la carne.

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