El pesar ha sido una de las emociones más poderosas que atormentan a la humanidad. Muchos dramas griegos fueron famosos por su descripción de personajes trágicos destinados a sufrir. El término “tragedia” viene de una palabra griega que significa “canto de cabra”, tal vez por el hecho de que los primeros actores se vestían con pieles de cabra. Estos héroes y sus catástrofes despertaban gran compasión en la audiencia.
La pérdida de alguien a quien amamos puede hacernos sentir que estamos atrapados en el drama de la vida mortal con su canto macabro de tristeza. ¿Es el pesar la voluntad de Dios para Sus amados hijos? ¡Ciertamente que no! En la Biblia leemos este pasaje consolador para todos los que sufren: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”. Apoc. 21:4.
Esta profecía se cumple en la Ciencia del Cristo, que muestra el camino para salir del pesar. La Sra. Eddy escribe: “El entender espiritualmente que no hay sino un solo creador, Dios, desenvuelve toda la creación, confirma las Escrituras, trae la dulce seguridad de que no hay separación ni dolor, y que el hombre es inmortal y perfecto y eterno”.Ciencia y Salud, pág. 69. El Cristo, la Verdad, que provee las respuestas de la Vida a las preguntas de la vida en todas las edades, ha capacitado a innumerables individuos para sanarse del pesar.
Consideremos la experiencia del Rey David. Había tomado a Betsabé por mujer cometiendo adulterio y había mandado matar a su esposo Urías. El profeta Natán descubre el pecado de David, y profetiza la muerte del niño que Betsabé le había dado. David se humilla en penitencia, pero a los siete días el niño muere. ¡Qué gran tragedia griega se estaba desarrollando allí! El remordimiento, la condenación propia y el pesar eran muy grandes. Pero en esa lúgubre hora de tragedia, algo sucedió para cambiar la narración. La Biblia registra que: “Entonces David se levantó de la tierra y se lavó, y se ungió, y cambió sus ropas, y entró en la casa de Jehová, y adoró”. 2 Sam. 12:20. ¡Qué transformación tuvo David: de estar acostado en tierra sumido en su tristeza a levantarse y entrar en el templo para adorar a Dios!
El elevar así el pensamiento no debe parecer imposible cuando uno recuerda que el Cristo — la verdadera idea de Dios — está siempre presente para alcanzar la consciencia humana y curar cualquier cosa que lo haga a uno sentirse separado de Dios, el bien. Debió haber sido una vislumbre del Cristo, la Verdad, lo que capacitó a David para levantarse de la tierra, quitarse las ropas de duelo y continuar con sus actividades normales. Alabando a Dios, el Salmista escribe: “Tú has librado mi alma de la muerte, mis ojos de lágrimas, y mis pies de resbalar. Andaré delante de Jehová en la tierra de los vivientes”. Salmo 116:8, 9.
Pero, ¿qué pasa si nos es difícil liberarnos de la pena tan rápidamente como lo hizo David? El Cristo, el Consolador, viene a cada uno de nosotros, exactamente en donde estamos, para levantarnos tierna y amorosamente, curar el corazón herido, y sacarnos del dolor hacia la consciencia de que Dios es la única Vida. Cada creencia falsa llegará a dar paso al entendimiento espiritual, y la Mente omnisapiente e inteligente nos revelará las verdades que necesitemos para obtener nuestra victoria sobre el pesar.
Tal vez uno se sienta abrumado por la pesadumbre y el remordimiento, o por pensar “por qué lo hice” o “si no lo hubiera hecho”. El magnetismo animal, el nombre genérico para todo el mal, hipnóticamente nos hará volver a pensar en los sucesos trágicos, recordando momentos de tristeza y representando el drama de la muerte. Estas sugestiones mentales agresivas pueden silenciarse al aceptar el hecho de que, en realidad, Dios es nuestra única Mente. Esta Mente de bondad, que el hombre refleja, no puede ser mesmerizada ni invadida por el mal. El conocimiento que la Mente tiene de Su propia bondad constituye el único pensamiento verdadero; por tanto, no hay inteligencia en la materia que pueda crear o perpetuar una falsa sugestión. La creación de Dios consiste de ideas espirituales inolvidables y la Mente divina está siempre consciente de ellas. A medida que comprendamos que la memoria es una facultad de la Mente divina y no un instrumento de la mente mortal, estaremos capacitados para expresar dominio sobre los pensamientos deprimentes y recordar solamente lo bueno.
Otra sugerencia que quisiera demorar nuestra curación del pesar es el sentimiento de fracaso. Cuando se ha perdido algún ser querido, uno puede sentirse tentado a perder la fe en el poder sanador de Dios y abandonar la fidelidad a la Verdad. No debemos sentirnos culpables cuando se presenta esta clase de dudas. Es consolador recordar la experiencia de nuestro Mostrador del camino, Cristo Jesús. Para los espectadores de la escena de la crucifixión, la sugerencia de fracaso debe haberles parecido muy real. Pero Jesús no permitió que su pensamiento permaneciera en el testimonio de la materia. En cambio mantuvo su convicción espiritual de la Vida ante la más perversa sugestión de tragedia y fracaso. Hablando de la inmutabilidad del Maestro, la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Si su pleno reconocimiento de la Vida eterna hubiese cedido por un momento ante la evidencia de los sentidos corporales, ¿qué hubiesen dicho sus acusadores? Precisamente lo que dijeron, — que las enseñanzas de Jesús eran falsas, y que toda evidencia de su veracidad fue destruida por su muerte. Pero esta aseveración no podía hacer que fuera así”.Ciencia y Salud, pág. 50.
La resurrección de Jesús demostró para siempre que la inmortalidad de la Vida del hombre es un hecho divino que nunca puede ser alterado por lo que los sentidos materiales atestiguen. Luchando por ser discípulos fieles, consagrados a la Vida divina, podemos probar la realidad y permanencia del bien, y la consecuente irrealidad y falta de poder del mal.
Como seguidores de Jesús puede ser que tengamos un largo camino que recorrer antes que podamos emular su habilidad espiritual para resucitar a los muertos, pero, humildemente podemos comenzar a desarrollar esta habilidad rehusándonos a admitir como realidad la muerte de todo aquel que parezca haber muerto. ¿Qué es lo que da testimonio de la pérdida? Solamente el falso sentido material. ¿Qué nos asegura que hay Vida eterna? El sentido espiritual, que nunca miente. ¿A cuál debemos creer? Cada uno debe finalmente aceptar la verdad fundamental de la espiritualidad del hombre y su consecuente inmortalidad.
No debe uno sentirse desalentado si parece que es incapaz de demostrar inmediatamente la total liberación de la pena. La curación llegará tan segura e inevitablemente como los rayos del sol disuelven la niebla matutina. Cada lágrima será enjugada por el Amor divino.
En medio de mi propia batalla contra la pesadumbre por haber perdido a un ser querido, un amigo solícito me obsequió un jarrón de cristal con rosas frescas del jardín. Mientras miraba el florero, a través de las lágrimas, vi de pronto un pequeño drama que estaba ocurriendo dentro de él. Una arañita del jardín estaba sobre un tallo sumergido en el agua. Sin embargo, ella no permaneció sumergida en la prisión acuática, sino que comenzó a ascender hasta que alcanzó los pétalos secos de la rosa. Continuó luego su camino hacia la libertad arrastrándose por la parte exterior del florero hasta mi escritorio.
Al llevarla hacia la puerta abierta, rápidamente y de un tirón se fue hacia atrás. Esto sucedió varias veces hasta que finalmente me di cuenta de que su propio hilo estaba todavía atado a la rosa. Solamente después de cortar suavemente el casi invisible hilo de seda que la ataba, la araña quedó libre para salir. ¡Qué lección espiritual y tan necesaria para mí!
Comencé a comprender que el Cristo, la Verdad, no solamente me sacaría de las aguas profundas del sufrimiento, sino que me mostraría cómo romper las aprisionadoras ligaduras del apego personal y así poder abandonar el concepto material del hombre. El posesivo afecto humano, anhelando siempre estar en la presencia personal de aquellos a quienes amamos, debe ceder el paso a la confianza de que el Padre-Madre, Dios, es responsable por Su creación y tiernamente cuida del hombre. Al desprender nuestro pensamiento de un sentido personal de las cosas, estamos mejor capacitados para discernir la unidad espiritual de Dios y Su idea. Esta inquebrantable unidad abarca toda la creación de Dios, y nos trae “la dulce seguridad de que no hay separación”. De esta manera jamás podemos estar verdaderamente separados el uno del otro. Al comprender estas verdades sané de pesar.
La Ciencia Cristiana revela la identidad espiritual y permanente del hombre. Los hechos del ser incluyen la preexistencia, la coexistencia y la eterna existencia en Dios. En esta totalidad del Espíritu, la materia no tiene poder para crear, sostener o aniquilar la vida del hombre. Por consiguiente, el hombre continúa viviendo sin interrupción, sin ser afectado por el drama de la materia. La muerte no puede terminar la vida del hombre, de la misma manera que la cortina de un escenario al caer después de terminada la representación, no puede terminar con la vida de los actores. En Ciencia y Salud leemos: “Sobre este escenario de la existencia prosigue la danza de la mente mortal. Los pensamientos mortales se persiguen unos a otros como copos de nieve, y caen al suelo. La Ciencia revela que la Vida no está a merced de la muerte, ni admitirá la Ciencia que la felicidad está jamás a merced de las circunstancias”.Ibid., pág. 250.
A cada persona afligida que lucha con su propio desafío de tristeza, viene gentilmente el Cristo con la consoladora seguridad de que uno puede, como David, levantarse exactamente en donde está y demostrar dominio. Como compañeros de David y discípulos de Cristo Jesús, podemos rehusarnos a que la piedra del sufrimiento se interponga entre nosotros y nuestro concepto acerca del hombre. La paz es nuestra por derecho divino y la promesa del Consolador. El mensaje de Dios de la eternidad del hombre es la verdad del ser, que no es afectada por la tragedia. De esta manera la Ciencia Cristiana silencia para siempre el lúgubre canto de la pena.