Vivimos en un mundo de fuerzas materiales. Por lo menos, así parece. Fuerzas como las de la gravedad y la electricidad, fuerzas económicas y sociales. Más o menos damos por sentado que existen, explotándolas o adaptándonos a ellas lo mejor que podemos.
Todas las fuerzas verdaderas pertenecen a Dios, el Espíritu, y no a la materia; a la Mente divina y no a la mente mortal. Las únicas fuerzas verdaderas son benignas y armoniosas. “El Espíritu es la vida, sustancia y continuidad de todas las cosas” escribe nuestra Guía, Mary Baker Eddy, en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. “Andamos sobre fuerzas. Retiradlas, y la creación tiene que desplomarse. El conocimiento humano las llama fuerzas de la materia; pero la Ciencia divina declara que pertenecen por entero a la Mente divina, que son inherentes a esta Mente, restituyéndolas así a su justo lugar y clasificación”.Ciencia y Salud, pág. 124.
Las fuerzas opuestas del bien y del mal son inherentes al sentido humano de la existencia. Pero la forma en que pensamos determina la forma en que encaramos el conflicto. Nunca tenemos por qué rendirnos a la sensación de que estamos irremediablemente atrapados en un torbellino mental. Por medio del entendimiento espiritual podemos aprovechar las fuerzas divinas en nuestro favor y, por lo tanto, en favor de la humanidad en general. Podemos colocarnos del lado de la Ciencia en lugar de colocarnos del lado de la fuerza material.
“Este mundo material ya está convirtiéndose en arena de fuerzas contendientes”, hace notar la Sra. Eddy. “De un lado habrá discordancia y consternación, del otro lado habrá Ciencia y paz”.Ibid., pág. 96. Si somos sabios y estamos alerta, no seremos soldados desarmados e incompetentes que se limitan a presenciar el conflicto. Tampoco es necesario que seamos el campo de batalla. Afirmaremos la omnipotencia de Dios. Reconoceremos que la consciencia divina no es la arena en la que se desarrolla el conflicto. Tampoco lo es el hombre, la expresión de la Vida divina. El sentido físico del ser es, a la vez, el campo de batalla del conflicto y su víctima.
¿Dónde nos estamos colocando mentalmente? ¿Del lado de las apariencias sensuales? ¿O del lado de la realidad espiritual? Al identificarnos conscientemente con las fuerzas invencibles y universales del bien, pensamos con más pureza y espiritualidad y vivimos con mayor paz. De esta manera podemos contribuir a disminuir y terminar el aparente conflicto entre las fuerzas de la materia y las fuerzas de la Mente. De esta manera contribuiremos a expurgar las miserias de la creencia mortal. Estas miserias continuarán y se presentarán al pensamiento humano hasta que el irresistible poder del bien sea aceptado. De nada sirve que nos quedemos cual acongojados espectadores de los choques entre fuerzas opuestas. Si lo hacemos, sólo lograremos perpetuar la discordia, el sufrimiento y la aflicción.
Necesitamos discernimiento y vigilancia espirituales para enfrentar las fuerzas mentales que parecen fluir hacia nosotros y envolvernos, sin ser vistas, pues los elementos negativos que no rechazamos se manifiestan visiblemente en enfermedad o en problemas en nuestra vida. Las discordancias físicas suelen ser la expresión de corrientes mentales discordantes que no hemos detectado y dominado con la verdad de que todas las fuerzas verdaderas pertenecen enteramente a la Mente divina. Aunque por lo común nuestros sentidos nos advierten cuando las amenazas físicas se ciernen sobre nosotros, es necesario poseer una percepción espiritualmente aguda para prevenirnos contra las fuerzas mentales destructivas.
La curación en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) se produce por la fuerza de la comprensión espiritual que neutraliza la fuerza de la creencia mortal que se manifiesta en enfermedad. El tratamiento mental científico es la aplicación específica del poder de la Verdad, el bien, que elimina las pretensiones de las fuerzas mentales negativas. La práctica de la Ciencia Cristiana no es el tratamiento mental de condiciones físicas reales. No podemos esperar que nuestro tratamiento sea siempre eficaz hasta que no entendamos esto. Sin embargo, una vez que lo hayamos percibido, debiéramos sentir confianza en que podemos curar por medio del tratamiento mental espiritual.
La fuerza sanadora del tratamiento de la Ciencia Cristiana no puede demorarse cuando estamos profundamente convencidos de que las fuerzas de la Vida son las únicas fuerzas verdaderas y comprendemos que el poder divino obra eternamente en todas partes. Sabiendo esta verdad no caeremos en la tentación de querer curar utilizando un supuesto poder de la voluntad mortal. No tenemos que forzar a los pacientes a que se comporten mejor o a que estén mejor, sino que tenemos que comprender que el hombre está gobernado por la fuerza del Principio divino solamente. Cuando percibamos esta verdad, ni nosotros ni nuestros pacientes estaremos sujetos a la manipulación de la voluntad mortal.
Cristo Jesús percibió y demostró la fuerza irresistible del bien. Esto se evidencia en sus curaciones y en sus otros milagros, así llamados. Cristo Jesús sabía que el bien es el único poder que gobierna al hombre. Esto lo capacitó, por ejemplo, para trascender la creencia de que las fuerzas económicas harían imposible alimentar a miles de personas con cinco panes y dos peces. Ver Marcos 6:34–44. Al alimentar a esa gran multitud ilustró la verdad metafísica. Demostró que las fuerzas económicas restrictivas — basadas en la creencia de que el bien está racionado en porciones finitas — pueden parecer aplicables a los mortales y a sus transacciones, pero nunca se aplican a la idea divina, el hombre. No están relacionadas con el hombre de Dios, porque el hombre de Dios está siempre sujeto a la benevolencia del Espíritu. En toda su obra sanadora Jesús probó que las fuerzas materiales pueden ser dominadas y proscritas por la percepción del poder divino.
Las fuerzas del Amor divino guían y bendicen a las innumerables ideas de Dios que constituyen el único hombre y universo que hay. Admitiendo esta verdad podemos combatir las llamadas fuerzas del materialismo, que quisieran empañar nuestras inclinaciones espirituales e impedir la ambición espiritual. El poder infinito del bien está siempre de nuestra parte al poner esto en práctica.
