Vivimos en un mundo de fuerzas materiales. Por lo menos, así parece. Fuerzas como las de la gravedad y la electricidad, fuerzas económicas y sociales. Más o menos damos por sentado que existen, explotándolas o adaptándonos a ellas lo mejor que podemos.
Todas las fuerzas verdaderas pertenecen a Dios, el Espíritu, y no a la materia; a la Mente divina y no a la mente mortal. Las únicas fuerzas verdaderas son benignas y armoniosas. “El Espíritu es la vida, sustancia y continuidad de todas las cosas” escribe nuestra Guía, Mary Baker Eddy, en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. “Andamos sobre fuerzas. Retiradlas, y la creación tiene que desplomarse. El conocimiento humano las llama fuerzas de la materia; pero la Ciencia divina declara que pertenecen por entero a la Mente divina, que son inherentes a esta Mente, restituyéndolas así a su justo lugar y clasificación”.Ciencia y Salud, pág. 124.
Las fuerzas opuestas del bien y del mal son inherentes al sentido humano de la existencia. Pero la forma en que pensamos determina la forma en que encaramos el conflicto. Nunca tenemos por qué rendirnos a la sensación de que estamos irremediablemente atrapados en un torbellino mental. Por medio del entendimiento espiritual podemos aprovechar las fuerzas divinas en nuestro favor y, por lo tanto, en favor de la humanidad en general. Podemos colocarnos del lado de la Ciencia en lugar de colocarnos del lado de la fuerza material.
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