Todo sucedió hace tiempo, cuando todavía no había comprendido plenamente el significado de: “Hágase tu voluntad”. Mateo 6:10. Estaba pasando por un problema económico muy serio, y le echaba la culpa a la situación, a las circunstancias y a la gente. Después dándome cuenta de que, como Científica Cristiana, debía solucionar dicho problema por medio de la oración, decidí que sólo Dios me iba a ayudar.
Pero era así como solía recurrir a Dios: elaboraba planes para que mis necesidades inmediatas fueran satisfechas, tales como vender mis joyas o inmuebles, o solicitar un préstamo. Entonces recurría a Dios en oración para que el Amor divino me guiara a llevar a cabo uno de estos planes. Creía que ésta era la voluntad de Dios — o más bien, me convencía a mí misma de que ese plan en particular era la voluntad de Dios — y actuaba de acuerdo con ella.
Cuando oraba de esta forma, por cierto que mis necesidades inmediatas eran satisfechas. Vendía el inmueble o las joyas o solicitaba un préstamo y quedaba satisfecha de que todo marchaba según la voluntad de Dios. Así continué por varios años. No entendía que este método era realmente una de las artimañas sutiles de la mente mortal, por la que me iba hundiendo cada vez más en el lodazal de la materialidad.
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