La comprensión de que Dios es la única Vida y Alma del hombre no excluye en manera alguna al hombre. Lo que sí excluye este entendimiento divino es al mal, el error en cualquier forma, todo lo que sea desemejante a Dios. La unicidad de Dios constituye el maravilloso hecho de la totalidad del bien, que el hombre refleja. En otras palabras, el hombre expresa el bien, y nada más que el bien. No hay sustituto para este hecho. Todo lo que sea desemejante al bien no es el hombre. No existe otra alternativa de vida o condición o circunstancia. No hay altos de bien ni bajos de no-muy-bien.
“Se reprocha a la Ciencia Cristiana que considera a Dios como la única Vida y Alma absoluta”, señala la Sra. Eddy, “y al hombre como Su idea, — esto es, Su imagen”. En el mismo párrafo la Fundadora de la Ciencia Cristiana pregunta: “¿Es acaso un sacrilegio suponer que la semejanza de Dios no se encuentra en la materia, el pecado, la enfermedad y la muerte?” Ciencia y Salud, pág. 344.
El hecho científicamente espiritual de que Dios, el Espíritu, es la única Vida del hombre es la base para comprender y demostrar salud. Al reconocer que Dios es la única Vida, cesamos de explorar la materia y la enfermedad para explorar la Vida en nuestros intentos por salvar a la humanidad de la enfermedad y del sufrimiento. Al reconocer a Dios como la única Alma del hombre, nos apartamos de las maquinaciones y perversiones del pecado para estudiar el Principio perfecto del hombre.
Es en el hombre como imagen de Dios donde encontramos nuestra individualidad en la Ciencia Cristiana. Al hacerlo, reconocemos que no hay Dios y un pecador; Dios y un sufriente; Dios y un mortal. Hay Dios, la Vida, manifestado en la substancia perfecta y acción armoniosa de Su idea, el hombre. Éste es el verdadero hecho espiritual y científico en lo que respecta a usted y a mí.
Jamás hay otra alternativa que el Alma, y nuestro ser es una expresión de la única Alma, Dios. Lo que se presenta ante nosotros y como nosotros, que no se asemeje a la belleza y perfección del Alma, no es una realidad distinta, sino una ilusión o una mentira acerca de la realidad. Lo que no se parezca al Alma o al Principio en acción no tiene lugar en la Ciencia y puede demostrarse que es irreal.
En la Ciencia Cristiana, se entiende que Dios es el Principio único e infalible de toda la creación. Cuanto más claramente comprendamos esto, tanto mejor veremos que todo lo que es real tiene su posición y condición justas. En realidad, jamás hay otra alternativa aparte del Principio.
“Pero no está de acuerdo con el Principio”, puede que nos lamentemos debido a circunstancias decepcionantes. Si esto no es más que un pretexto para “no es lo que yo esperaba”, tenemos la oportunidad de sobreponernos a la frustración causada por la situación. Puesto que no hay otra alternativa que el Principio, la circunstancia en cuestión no tiene ley que la apoye o la prolongue. Si no está de acuerdo con el Principio, ¡no existe! Si encontramos enfermedad donde esperábamos salud, y pecado donde deberíamos ver rectitud, podemos recurrir a la unicidad de Dios. Si algo no es semejante a Dios, no existe.
“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”, declara Juan explícitamente refiriéndose a la Palabra divina. Ver Juan 1:1,3. Podemos escuchar este mismo mensaje cristiano al permitir que los hechos científicos respecto a nosotros y respecto a toda la creación sean revelados. Debido a que el hombre verdadero no puede conocerse a sí mismo más que como la imagen de Dios, podemos esperar adquirir mayor conocimiento propio y de los demás bajo la luz de la innata bondad que Dios nos ha concedido. ¿Por qué hemos de investigar lo que no se asemeja a Dios, el Espíritu?
Con frecuencia, un sólo versículo o concepto en la Biblia es rico en facetas significativas. Así es el versículo en Isaías: “Así dice Jehová, el Santo de Israel, y su Formador: Preguntadme de las cosas por venir; mandadme acerca de mis hijos, y acerca de las obras de mis manos”. Isa. 45:11. Podemos ver que esto es una maravillosa invitación para pedir a Dios, el eterno Principio, el Amor, que nos muestre las verdades acerca del hombre.
O, considerando este versículo en su contexto, podríamos interpretarlo como un reproche, tal como lo traduce The New English Bible (La Nueva Biblia Inglesa): “¿Te atreverías a preguntarme sobre lo que concierne a mis hijos, o instruirme en la obra de mis manos? Yo solo, yo hice la tierra y creé al hombre sobre ella”.
Podríamos muy bien preguntarnos: ¿Nos atreveríamos a objetar a la declaración hecha por la Ciencia Cristiana de que Dios es “la única Vida y Alma absoluta”? Por cierto que esta pura verdad es lo que fue demostrado por nuestro Maestro, Cristo Jesús, en su ministerio sanador y en su propia manifestación de dominio sobre la muerte.
La Ciencia Cristiana lleva a su conclusión lógica el hecho glorioso de que Dios es la única Vida y Alma. “Puesto que no hay ningún otro fuera de Él, y Él es del todo bueno, no puede haber mal”, escribe la Sra. Eddy. “¡No basta sólo declarar este pensamiento! Debemos vivirlo, hasta que Dios llegue a ser el Todo y el Único de nuestro ser”.No y Sí, págs. 24–25.
A medida que continuamos aceptando de un modo más amplio la unicidad de Dios y Su perfecta idea, creemos cada vez menos en la materia y en la mortalidad. La firme posición, de que no hay otra alternativa que la plena salud de la Vida y la santidad del Alma, cura y regenera. Lo que aceptamos de la verdad se manifiesta en nuestra vida.
    