Un estudio serio de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) ha cambiado por completo mi manera habitual de ver al mundo y de verme a mí misma. Numerosos desengaños, que fueron acumulándose a lo largo de mi experiencia humana, me habían quitado el amor por la vida y el deseo de compartir con otros y amar incondicionalmente. Buscando por todas partes el significado verdadero de la vida, me sumergí cada vez más en un penoso estado de confusión que muy pronto se hizo intolerable. Todo en la tierra dejó de emocionarme. Sólo me quedaba una salida: encontrar de nuevo a mi Dios.
Aunque había escuchado que uno de mis amigos íntimos estudiaba una religión que sanaba a la gente de todas sus dificultades, permanecí incrédula y distanciada. Me había vuelto una libre pensadora, y era para mí una cuestión de orgullo personal confiar solamente en mi propia comprensión de las cosas profundas de la vida para resolver mis problemas. ¡Cuidaría yo sola de mí misma!
Ocasionalmente me enteraba de que alguien conocido había tenido una maravillosa curación. Me sentía entonces conmovida, y en lo profundo de mi ser silenciosamente creía. Siempre había amado y buscado a Dios, pero lo había perdido a lo largo del camino. Quería yo obtener pruebas palpables de Su amor por mí y por los demás. Quería sentir mi corazón arder de amor por Él, como ocurría cuando era niña.
Una noche en que mi sufrimiento había llegado al colmo, fui a la casa del amigo que estudiaba la religión sanadora. ¡Ése fue el comienzo de mi liberación! Esta persona era practicista de la Ciencia Cristiana. Le pregunté si yo podría sanar de fatiga constante y recuperar mi amor por la vida y mi sentido de maravilla. “¡Por supuesto!” fue la respuesta. “Nada es imposible para Dios”. ¿Dónde estaban esos libros que nos estaban sanando a todos? pregunté. ¿Qué eran? Esa noche, aliviada de la pesadumbre en mi corazón, llevé conmigo a mi casa la Biblia y Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Sabía que ya había encontrado nuevamente mi camino.
En las semanas siguientes me liberé de una dolorosa sensación de rechazo — casi de odio — hacia cierta clase de personas de mi propio grupo étnico. A mi modo de ver no se podía esperar nada de ellos: incultos, conformadizos debido a timidez o excesivamente agresivos, temerosos de la menor insignificancia, sin ningún concepto de la debida cortesía en sociedad, sin mucha educación, y faltos de ideales. Sufría al ver a esa gente, quienes, a diferencia de los extranjeros que yo conocía, parecían no tener objetivos y no poder gobernar sus vidas.
El dolor que yo sentía por rechazar de este modo a mi propia gente se hacía más fuerte por el gran amor que les había tenido, habiendo hecho todo lo posible por ayudarlos a salir de su supuesto “statu quo” de ciudadanos de segunda clase. En esa época acababa de empezar a leer Ciencia y Salud. Ciertos pasajes me impresionaron profundamente. Sabía, sin embargo, que estaba muy lejos de comprender la totalidad de su verdadero significado, puesto que todavía yo era muy egocéntrica.
Aprendí que en la Ciencia Cristiana las necesidades de un mortal no se pasan por alto, pero que el énfasis jamás se pone sobre el hombre mortal, marcado con muchas imperfecciones, sino solamente en el hombre espiritual, el reflejo impecable de su creador. El hombre espiritual está hecho a semejanza de Dios, a Su imagen. Por lo tanto, el hombre ya es perfecto, bello, posee todas las facultades divinas, es consumado por el Principio mismo de su vida, ¡Dios! Éste era un punto de vista consolador, el cual finalmente purificó mi corazón y lo llenó de compasión y amor verdadero. No el amor personal que había tratado de prodigar sin mucho resultado, sino un amor basado sobre una roca, sobre una comprensión creciente de la naturaleza de Dios y de la tierna relación que Él tiene con Su idea, el hombre espiritual.
También aprendí que el hombre verdadero no vive aquí o allá en un punto restringido sobre la tierra, sujeto a todas las complicaciones de desarrollarse en un país más bien que en otro. El hombre vive en el reino de Dios, ahora mismo; vive en la consciencia divina, amado, protegido, y constantemente gobernado por Dios Mismo. ¡Oh, qué bello descubrimiento! Yo siempre había querido amar a todos, pero mi desencanto era tan grande que ya no me sentía capaz de amar sincera y espontáneamente. Cuidadosamente escogía a aquellos a quienes yo creía merecedores de mi amor, ¡y no eran muchos!
Una tarde salí de compras con una amiga. De pronto, esas mismas personas — personas que antes no podía ver sin sentirme desmoralizada — me parecieron tan bellas al verlas caminar por las calles llenas de gente. Las vi como si estuvieran rodeadas de luz. No las consideré ya más a la luz de un punto de vista crítico y destructivo; acababa de descubrir el respeto que se debe a los demás. Fue maravilloso.
Desde ese momento, mi interés por el estudio de la Ciencia Cristiana jamás dejó de crecer. ¡Tenía un deseo tan grande de conocer a Dios y de poner mi vida en orden! Me puse en contacto diariamente con el practicista y, gracias a ello, pronto sané de una infección crónica en el oído. Había tenido este problema durante trece años. El practicista me hizo ver que no era un órgano físico lo que necesitaba curación, sino un falso punto de vista respecto a mi identidad en relación con el mundo y la Vida. Tuve que abandonar toda crítica destructiva, silenciosa o verbal, y reemplazar este mal hábito con bondad y amor para con los demás. Tenía que verlos perfectos, que es como Dios los ve. Tuve que dedicar tiempo para estar en silencio y permitir que Dios me hablara. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “El odio y sus efectos en el cuerpo son anulados por el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 374.
Yo había rechazado tanto a mis semejantes como a la sociedad en general. ¡Los había hecho responsables de todos los males! Estaba convencida que era mi deber rebelarme constantemente contra todo lo que no marchara sobre ruedas en el mundo y alrededor de mí. Cuando la tensión y el temor se apoderaban de mí, me enfermaba. Sufría fuertes dolores de cabeza, depresión, temores y sensaciones de pánico. Me era difícil dormir bien y hacer la digestión normalmente. Puesto que siempre había gozado de buena salud, estas condiciones anormales me producían desaliento. Pero el amor, la paciencia y la generosidad del practicista y mi deseo de cambiar para volver al origen de mi vida hicieron que estos síntomas desaparecieran.
“El Amor hace livianas todas las cargas, y confiere una paz que sobrepasa todo entendimiento, y con ‘las señales que la siguen’ ”, escribe la Sra. Eddy. “En cuanto a la paz, es inefable; en cuanto a las ‘señales’, ¡observe usted a los enfermos que son sanados, a los afligidos que les es dada esperanza, y a los pecadores e ignorantes que se han vuelto sabios ‘para la salvación’!” Escritos Misceláneos, págs. 133–134.
Gradualmente me vino una paz grandiosa. Recuperé mi calma, mi gusto por cantar y reírme, por compartir los más bellos gozos de la existencia. Ahora sé que soy la amada hija de Dios, como lo es cada uno de nosotros, cualesquiera que sean la apariencia y situación. La pureza y la perfección del hombre siempre han sido inexpugnables. Esta es una ley divina.
Uno de los gozos más preciosos es la felicidad que se siente al espiritualizar nuestro pensamiento de la manera que se enseña en la Ciencia Cristiana, la Ciencia del Cristo. Aprendemos a ver al mundo bajo una luz completamente diferente, bajo la luz del Espíritu, Dios. Cuando decidí estudiar esta Ciencia, quería saber ante todo quién era yo, hacia dónde iba yo, hacia dónde íbamos todos, y cómo podía yo acercarme más al autor de la vida y a mis semejantes. He hallado todo esto, y mi gozo es inmenso.
“Así dijo Jehová: En tiempo aceptable te oí, y en día de salvación te ayudé; y te guardaré, y te daré por pacto al pueblo, para que restaures la tierra, para que heredes asoladas heredades; para que digas a los presos: Salid; y a los que están en tineblas: Mostraos”. Isaías 49: 8, 9.
