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La responsabilidad individual y su bendición universal

Del número de noviembre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Por mucho tiempo la gente buscó señales en el aspecto del cielo y atentamente observaban la superficie del mar, pero a menudo interpretaban mal lo que veían. El sol parecía girar alrededor de la tierra, la tierra parecía plana. Si bien desde los siglos quinto y tercero a de J.C. pensadores sagaces repudiaron estas nociones equivocadas, fue necesario establecer una percepción más amplia de los hechos verdaderos antes que la humanidad pudiera liberarse de esas limitaciones autoimpuestas. Y se necesitaron individuos valerosos para dirigir a medida que surgían nuevas posibilidades. En toda esfera donde ha sido necesario el progreso humano, el llamado para dirigir se ha hecho a individuos con iniciativa y sincera disposición para asumir la responsabilidad de sus propios pensamientos y acciones: se ha hecho a aquellos con visión y espíritu investigador, tales como de Vinci y Galileo, Colón y Magallanes.

Hoy en día, la Ciencia del cristianismo ofrece una nueva perspectiva de la realidad, una perspectiva radicalmente distinta, en alcance y propósito, de los puntos de vista materiales y tradicionales. La Ciencia divina asegura que la vida es realmente espiritual, que la materia no es concomitante de la verdadera existencia del hombre. Y la demostración de esta Ciencia para beneficio de la humanidad necesita hoy en día sus propios exploradores con clara percepción espiritual. Hombres y mujeres que están vislumbrando la magnificencia del todo poder de Dios, que están sintiendo el toque redentor del Cristo, la Verdad, son llamados para tomar la iniciativa espiritual.

Los estudiantes de Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) superan tradicionales conceptos erróneos acerca de la realidad y del ser. Su trabajo al sanar la enfermedad y el pecado mediante la oración, mediante el reconocimiento científico de la unidad del hombre con Dios, contradice directamente las variables creencias falsas de corporalidad finita y de mortalidad. A medida que este progreso espiritual avanza, toda la humanidad es bendecida.

Además, cuando uno sigue adelante con su estudio y aplicación de la Ciencia Cristiana, queda aclarada una lección fundamental: que cada individuo es responsable de sus propios pensamientos y de sus propias acciones, y que se ha de recurrir a Dios en busca de la orientación que se necesite. El Apóstol Pablo se refirió precisamente a este mismo requisito cuando escribió a los cristianos en Filipos: “Ocupaos en vuestra salvación”. Filip. 2:12. Pablo tiene que haber reconocido que nadie puede proporcionar el progreso espiritual que otro tiene que lograr por sí mismo, y que nadie puede ser eximido de la necesidad de regeneración individual y sacrificio propio, los cuales se obtienen mediante la comprensión de nuestra relación con Dios.

No obstante, la doctrina humana de expiación substituta, trataría incorrectamente de anular el legítimo mandato de que cada uno asuma su propia responsabilidad, o, por lo menos, trataría de menguar su prioridad. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy hace una aguda observación acerca de la misión del Salvador, Cristo Jesús: “Él hizo bien la obra de la vida, no sólo en justicia a sí mismo, sino por misericordia a los mortales, — para enseñarles a hacer la suya, pero no para hacerla por ellos ni para relevarlos siquiera de una sola responsabilidad”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 18.

La Ciencia Cristiana proporciona una respuesta a la tendencia de las personas que quieren ser relevadas de la responsabilidad. Muchos creen, por ejemplo, que fuerzas externas, así llamadas, son culpables de que problemas personales o calamidades financieras no se solucionen. El tratamiento de enfermedades corporales y desórdenes mentales se deja al cuidado de la penetrante tecnocracia de la industria médica. Para la solución de problemas y de confusión teológica a menudo se recurre a algún intercesor humano, a alguien que se supone mejor calificado para que Dios lo oiga y para expiar el pecado.

Pero, como la Ciencia Cristiana lo enseña, nuestra experiencia, ya sea completa y satisfactoria o vacía y sin propósito, depende, en realidad, de la calidad de nuestros pensamientos. ¿Qué se está albergando en la consciencia? Esto determina lo que se manifiesta en nuestra experiencia y resuelve el asunto sobre qué o quién es el responsable.

Nadie más es — ni puede ser — responsable ante Dios de lo que uno abriga en la consciencia y que luego se manifiesta en nuestra vida. Tenemos que examinar nuestros motivos y ambiciones. La energía y el esfuerzo debieran continuamente ser impelidos por Dios. Cada persona debe ajustar cuentas con el Principio divino. Entonces, guiado por el Principio, cada uno voluntariamente asume la responsabilidad de demostrar su herencia de salud, sustancia y libertad moral que participan de la naturaleza del Cristo, dando prueba de la operación de la ley divina y sus efectos en la vida humana. La Sra. Eddy enfoca este tema bajo la perspectiva correcta cuando se refiere a la “verdad sublime” que, según nos dice, la humanidad continuamente fracasa en discernir. “Esta verdad significa”, explica nuestra Guía, “que debemos llevar a cabo la obra de nuestra misma salvación, y asumir la responsabilidad de nuestros propios pensamientos y acciones; no confiando en que la persona de Dios o la persona del hombre haga el trabajo que nos corresponde a nosotros, sino en la regla del apóstol que dice: ‘Yo por mis obras te mostraré mi fe’ ”.La Curación Cristiana, pág. 5.

Cristo Jesús jamás dejó de dar pruebas de su fe por sus obras. Siempre estaba dispuesto a asumir la responsabilidad de sus propios pensamientos, palabras y acciones, Jesús sanó al enfermo y al demente; y alimentó y consoló a multitudes; despertó interés en una vida nueva y regeneró al pecador; habló la verdad donde se la aceptaba con alegría y, a veces, donde se la ridiculizaba. El Maestro fue incansable en su devoción a Dios, en su fidelidad a la ley divina, en su amor por la humanidad.

Dedicación, fidelidad y amor abnegado, tales cualidades, unidas a la humildad y a la disposición de obedecer, establecen la base para la norma cristiana de responsabilidad individual. Y la humildad es esencial, porque cuando optamos por la Verdad y nos dedicamos a compartir la Ciencia sanadora del Cristo con el mundo, entonces cada uno tiene que llegar a comprender cabalmente lo que Jesús declaró: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Juan 5:19.

Estar consciente de este hecho decisivo respecto a la verdadera relación del hombre con el Padre da a nuestra iniciativa el verdadero ímpetu sanador. Sin este reconocimiento del supremo poder y gobierno de la Mente, nuestros esfuerzos individuales no lograrían la meta final de regeneración y salvación espirituales. Nuestro trabajo permanecería en un nivel de logros meramente personales en lugar de alcanzar logros divinos y bendiciones universales.

Ahora es el momento para obtener nuevas victorias que nos elevan sobre las ilusiones de una “tierra plana”, de una limitada existencia material, hacia las esperanzas y aspiraciones sin límites del bien divino, del reino de los cielos a nuestro alcance. La responsabilidad es nuestra, y Dios corona nuestros esfuerzos con bendiciones para toda la humanidad.

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