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Temprano una mañana me desperté a causa de los dolorosos síntomas...

Del número de noviembre de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Temprano una mañana me desperté a causa de los dolorosos síntomas de una infección de sinusitis en la frente y en la garganta. Mientras yacía en cama preguntándome qué hacer frente al problema, me di cuenta de que habían pasado más de dos años sin que estos perturbadores síntomas me atormentaran. Fue durante ese período de tiempo cuando fui guiado a conocer la Ciencia Cristiana.

Antes de eso, no sabía nada de estas enseñanzas como una religión sanadora. Nuestros antecedentes religiosos eran de una religión protestante, una que dejaba la enfermedad en manos de la profesión médica en vez de buscar soluciones en la iglesia. Había tenido ataques crónicos de sinusitis por espacio de cinco o seis años. Cada vez que sufría un ataque, por lo general tenía que guardar cama por una o dos semanas antes que los síntomas perturbadores desaparecieran. Buscando alivio de este problema había ido a uno de los mejores especialistas de la nariz, garganta y oído que había en la región para que me diera tratamiento. Sin embargo, después de varios años descontinué los tratamientos debido a su ineficacia. Había aceptado la opinión de que no había cura para esta clase de sinusitis y que sencillamente tendría que soportarla.

Ahora, durante ese malestar temprano en la mañana, recapacité sobre el hecho de que durante los últimos dos años había estado aprendiendo algo acerca del modo en que la Ciencia cura. En este caso me pareció que necesitaba ayuda, y que la necesitaba enseguida. Así que llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana que conocía. Él me aseguró que tendría mucho gusto en ayudarme. Entonces procedí a contarle sobre los dolorosos síntomas que estaba teniendo. Le había contado una cuarta parte de la historia cuando me interrumpió diciendo: “Vamos, eso es una mentira”. Me tomó muy de sorpresa este comentario y me pregunté: “¿Cómo puede decirme algo así? Después de todo yo soy el que estoy pasando por todas estas cosas. Yo debo saberlo”. Sin embargo, él no se detuvo allí. Hizo una pausa por un momento y entonces comenzó a explicarme todo lo relativo al hombre real, quien ha sido hecho a la semejanza de Dios y siempre ha sido perfecto, sano, saludable y libre. E insistió en que el hombre espiritual era mi verdadera identidad. Entonces me pidió que lo llamara esa noche.

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