El sexto capítulo del Evangelio según San Juan cuenta cómo Cristo Jesús alimentó a una multitud de gente. Ellos lo habían visto sanar a muchas personas enfermas y lo habían seguido hasta la ladera de una colina.
Es posible que ya estuviera atardeciendo cuando Jesús se dirigió a Felipe, uno de sus discípulos, y le preguntó: “¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?” Jesús dijo esto para ver si Felipe realmente creía que esa multitud podía ser alimentada mediante el poder de Dios. Felipe contestó que se necesitaría tener bastante dinero para darle a cada persona siquiera un poco de pan. Al llegar a este punto en la conversación, otro discípulo, llamado Andrés, le dijo a Jesús que allí había un muchacho que tenía “cinco panes de cebada y dos pececillos” y luego agregó: “Mas ¿qué es esto para tantos?” Juan 6:5, 9. Estos cinco panes deben de haber sido como nuestros panqueques o panecillos, no como los panes que compramos en la actualidad. Los pececillos posiblemente eran del tamaño de sardinas.
Imagínate que tú fueras ese muchacho en la herbosa ladera con los cinco panes y dos pececillos, alimento que probablemente te hubiera dado tu mamá esa mañana. Ahora bien, aquí está este hombre Andrés — quizás hasta el mismo Jesús — pidiéndote que le des tu comida.
Tal vez viste a Jesús sanar a los enfermos y por eso sentías un gran amor hacia él. Quizás le hubieras dado de muy buena gana tu comida a Jesús. Pero entonces podrías haberte sorprendido cuando, en lugar de comerse los panecillos y los peces, Jesús dio gracias a Dios y empezó a partirlos en pedazos, los cuales entregó a sus discípulos. Después hubieras mirado con sorpresa mientras los discípulos, después de pedirle a esta gran multitud que se sentara en la hierba, daban a cada uno pan y pescado, y, sin embargo, los pedazos pasaban, sin acabarse, de las manos de Jesús a las de sus discípulos y de ellos a la multitud. Al igual que todos los demás, te hubiera tocado tu parte. Tu corazón se hubiera llenado de gratitud porque al tú dar lo que tenías, Jesús pudo alimentar a más de cinco mil personas.
Tal vez te hubiera maravillado ver que los discípulos recogieron los pedazos de pan y de pescado que sobraron y llenaron doce cestas. Jesús no quería que nada se perdiera.
En este mismo momento puedes ayudar a alimentar las multitudes hambrientas del mundo de hoy — y a los muchos niños que hay entre ellas — orando como se nos enseña a orar en la Ciencia Cristiana. Puedes saber que Dios, el Amor, está activo en todas partes, proveyendo eternamente a Sus hijos — Sus ideas — de todo lo que necesitan. A través de esta oración el Cristo, la Verdad, que alimentó a tantas personas en la ladera de la colina hace muchos siglos, alimentará al mundo.
Estarás dando tus “panes y peces”, en este caso tus pensamientos inspirados por Dios, para alimentar a los niños y también a sus papás y mamás. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “La ‘voz callada y suave’ del pensamiento científico cruza continentes y océanos, hasta llegar a los términos más remotos del globo”.Ciencia y Salud, pág. 559. Puedes confiar en que tu oración hará esto.
