Omnipresencia significa presencia en todas partes a la vez. La omnipresencia es Dios. Lo que esto significa para nosotros en cada detalle de nuestra vida diaria es una de las primeras y cada vez más profundas lecciones que aprendemos. Los niños antes de haber aprendido a decir “omnipresencia”, ya han captado un sentido de la presencia del bien. Perciben que pueden soltarse de la mano de sus padres, apagar la luz y sentirse cómodos en la presencia de esta realidad. Los padres que oran por sus hijos descubren que pueden enviarlos a la escuela, de vacaciones o a enfrentarse con el mundo, confiados en el hecho de que Dios verdaderamente está allí mismo donde sus hijos están.
Pese a toda la tranquilidad que nos da el comprender que Dios está con nosotros y con nuestros seres queridos, obtenemos una satisfacción aún mayor mediante nuestro entendimiento de la omnipresencia. Es el reconocer que cuando aceptamos el hecho de que Dios es el Ser omnipresente y único, y somos obedientes a nuestros impulsos cristianos, tenemos las oportunidades para expresar a otros esa presencia beneficiosa del bien por la cual se ha orado.
A menudo ocurren casos como el siguiente: Una mujer que estaba orando profundamente de pronto se sintió impulsada a tomar su automóvil y hacer una diligencia en cierta sección de la ciudad que muy rara vez visitaba. Estaba casi a la mitad del camino cuando vio a una amiga con su hijo. La mujer se detuvo y les ofreció llevarlos a su destino, y las primeras palabras de la madre fueron: “Tú eres la respuesta a nuestras oraciones”. El muchacho se había accidentado patinando y le era difícil caminar. Pero habían emprendido el regreso a casa, orando a cada paso que daban.
Comprendiendo que Dios es el Ser omnipresente contamos con la presencia que necesitamos justo cuando la necesitamos. Siendo obedientes a los impulsos del Amor omnipresente, reflejamos esa presencia sanadora. En realidad, para que sea verdaderamente eficaz, cualquier ayuda que demos a los demás debe ser el reflejo de la tierna presencia del Amor divino. Si la ayuda está empañada por un sentido de satisfacción propia, o de glorificación propia, o si es meramente un acto rutinario de deber, entonces nuestra presencia física puede resultar más bien irritante que beneficiosa.
En la Biblia, el autor del libro de Santiago — a veces considerado como un perspicaz observador de la naturaleza humana — hace un resumen de los deberes religiosos de esta manera: “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”. Sant. 1:27.
Ésta es una extensión práctica de la enseñanza básica de nuestro Maestro en cuanto a dónde deben hallarse sus seguidores física y moralmente: deben estar en el mundo pero no ser de él; deben estar con los afligidos a fin de ayudarlos y sanarlos por medios espirituales, y no por los del mundo.
A medida que reconocemos que la presencia de Dios, el bien, está en todas partes, amamos este hecho de la existencia verdadera y actuamos movidos por la intuición espiritual, entonces el bien que impartimos es más adecuado y más oportuno. Y el bien que necesitamos está a nuestro alcance ahora mismo.
Aquellos que han aceptado responsabilidades especiales en lo que podría llamarse brindar cuidado físico a otros — la labor de enfermeros visitantes, la de trabajadores en establecimientos de beneficencia, la de miembros de los comités de ayuda de la iglesia — se dan cuenta de que sus visitas llegan a ser más oportunas y que la calidad de su servicio es bendecida gracias a su comprensión de la omnipresencia de Dios. Se sienten menos agobiados que cuando creen que tienen que “llevar” el bien a alguien que carece de él. Y, en el momento apropiado, pueden dejar a sus pacientes rodeados del espíritu de estas palabras de Mary Baker Eddy: “Su presencia con vosotros traerá a vuestros corazones tal cantidad de cielo que no sentiréis mi ausencia”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 193.
Cuando las personas que reciben estas visitas reconocen que la presencia de un enfermero o de algún miembro de la iglesia está relacionada con su propia comprensión de la omnipresencia, con su propia demostración del cuidado de Dios, entonces su gratitud es más espontánea. Estas visitas no son aisladas. Son la evidencia de la diversidad infinita que asume el cuidado del Amor divino: el Amor que jamás se ausenta, que no es ni mucho ni poco, porque es omnipresencia.
El Salmista formula las preguntas acerca de la omnipresencia con estas palabras: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?” Salmo 139:7. y luego capta la esencia de su reflexión: “En tu presencia hay plenitud de gozo”. 16:11.
“La Ciencia define la omnipresencia como la universalidad, aquello que hace imposible la presencia del mal”,Escritos Misceláneos, págs. 102–103. dice la Sra. Eddy, llevando la revelación histórica de la omnipresencia de Dios a su conclusión final: el mal no puede estar en ninguna parte.
Al aceptar y comprender que esta omnipresencia totalmente buena excluye el mal y es la verdadera sustancia del hombre, hallamos la base para nuestra propia pureza y el móvil para visitar a los afligidos. Así cumplimos los requisitos religiosos expresados por el Apóstol Santiago y demostramos la Ciencia del cristianismo.
A medida que nuestras convicciones religiosas se fortalecen mediante nuestra comprensión de la omnipresencia, dejamos de sentir temor ante las tinieblas y ayudamos a otros a encontrar la luz del Cristo en la verdadera consciencia. Y al hacerlo, es posible que escuchemos las palabras más satisfactorias en la tierra: “Su visita es una respuesta a mi oración”.
