Desde muy joven estaba constantemente buscando una religión adecuada para mí. Esto me dio una oportunidad para familiarizarme con las buenas intenciones de muchas religiones. Sin embargo, me di cuenta de que todas ellas tenían algo en común; no me ofrecían soluciones satisfactorias para los problemas de la vida.
Cuando muy joven sufrí de hepatitis, diagnosticada por el médico de la familia después de haberme examinado cuidadosamente. Él pronosticó que esta enfermedad me atacaría de vez en cuando por el resto de mis días. Obedeciendo las órdenes del doctor me sometí a una dieta estricta. Esto continuó por décadas e hizo mi vida casi insoportable.
El punto decisivo llegó cuando decidí solicitar un empleo como intérprete y corresponsal en el extranjero. Mis conocimientos del inglés habían mejorado notablemente durante mi larga estadía en los Estados Unidos, y estaba puliendo mis conocimientos de francés.
Envié mi solicitud a varias compañías, incluyendo algunas mundialmente conocidas, y mis solicitudes fueron atendidas de manera muy favorable. Una compañía prometió aceptarme después de unos pocos días, mientras que otras firmas hacían esto solamente al cabo de un tiempo. Después tuve un período corto para familiarizarme con el trabajo. Mi nuevo colega era un Científico Cristiano, y durante este tiempo observé su conducta ejemplar una y otra vez. A medida que nos fuimos conociendo mejor personalmente, comenzamos a hablar sobre la Ciencia, la cual yo veía con gran escepticismo.
Pero un día me dije: Si lo que este joven Científico Cristiano dice se ajusta a los hechos, entonces yo he estado enfermo simplemente como resultado de mis limitados conceptos humanos. Si yo aprendiera ahora en la Ciencia Cristiana a ver las cosas desde un punto de vista espiritual, comprendiendo que mi ser verdadero es el hijo perfecto de Dios, podría curarme. La prueba de esta verdad no tardó en llegar. El dolor sordo al que me había resignado por años de pronto desapareció, y pude comer y beber todo lo que anteriormente me había causado agudo dolor. Realmente había sanado. Para mí no pudo haber una prueba más convincente de que con la Ciencia Cristiana estaba en el camino recto.
Con gran interés asistí a los cultos religiosos de un grupo de Científicos Cristianos, y finalmente me afilié a La Iglesia Madre, y me hice miembro del grupo. Con la ayuda de Dios espero poder tomar instrucción en clase de Ciencia Cristiana muy pronto. Nuestra Guía, la Sra. Eddy, lo dice tan bellamente en Ciencia y Salud (pág. 336): “El hombre inmortal no es, ni nunca fue, material, sino siempre espiritual y eterno”. Humildemente declaro mi lealtad a la Causa maravillosa de la Ciencia Cristiana.
Neu-Esting, República Federal de Alemania
